Opinión | MANO DE PÁGINA

La página en blanco

"El futuro no vendrá sobre el lomo de un caballo, sino sobre el sillín de una bicicleta", vaticinaba el filósofo Martín Santos

El filósofo y escritor Martín Santos

El filósofo y escritor Martín Santos / EPE

Sils Maria, 1888. Friedrich Nietzsche pasa su último veraneo en esa localidad de los Alpes suizos, antes de que, en otoño, ya en Turín, se abrazara al lomo de un caballo que estaba siendo duramente fustigado por el cochero, para protegerlo, y cayera en la locura irreversible. Se sabe que Sigmund Freud veraneaba en las inmediaciones, pero no es probable que llegaran a coincidir; salvo en la imaginación del filósofo y escritor Martín Santos (Palencia, 1921-Burgos, 1988), fallecido hace ahora 35 otoños, por los mismos días del centenario de la locura de "el maestro roto", como lo llamaba, y se titula su reciente recopilación de textos sobre Nietzsche (Fundación de Investigaciones Marxistas).

Lúcido pensador a contracorriente (que nos dejó una huella indeleble a sus alumnos de la Facultad de Políticas de la Complutense, donde impartía una Sociología que él apellidaba "del Deseo"), un año antes de morir publicó La muerte de Dionisos (Akal), donde fabula ese posible encuentro, de julio de 1888, entre ambos pensadores contrapuestos. La novela, cuajada de vaticinios sobre la crisis del pensamiento actual, acaba con el episodio de la demencia de Nietzsche, no sin antes alcanzar a proferir: "El futuro no vendrá sobre el lomo de un caballo, sino sobre el sillín de una bicicleta".

El tenue clima veraniego en ese paraje pronunciado y gélido del corazón de Europa era un marco idóneo para la sugerente confrontación entre ambos pensadores: entre la razón luminosa del padre del psicoanálisis y el irracionalismo vitalista del creador del "superhombre", entre la pulsión domeñada y la afirmación instintiva. Pero el paisaje se hace giratorio; de un lado, el roquedal sobre el lago, que promueve la idea del "eterno retorno", y, del otro, la abisal estructura de valles y montañas de cúspide nevada, iluminando la idea del "inconsciente".

Pese a todos los esfuerzos por prevenir a Nietzsche de su inminente locura con el diván de Freud, sin vulnerar su espíritu libertario, finalmente, no habrá síntesis para ese duelo y el desenlace será trágico: la muerte del placer dionisiaco, con la llegada de una racionalidad abstracta de nuevo cuño, en la entonces incipiente era digital.

Razón intrumental

Pergeñando la sordidez de un mundo en que los medios se vuelven fines y los efectos reemplazan a las causas, ya no habrá más el placer espontáneo de lo dionisiaco, sino que todo estará regido por "la razón instrumental, tecnológica, apolínea, del universo impersonal y áspero que se avecina", augura el narrador.

Desde hoy adquieren peculiar elocuencia algunas proclamas con las que Martín Santos sintetiza al máximo las tesis del filósofo: "El mundo es un castillo vacío, por lo tanto, nadie existe verdaderamente y todo puede ocurrir". O esta pedrada al entrecejo de Freud: "Prefiero ser un río loco que un zodiaco eternamente repetido en la medida del cielo". O también: "Solo los cobardes se aferran al sentido como a una tabla de salvación. Los fuertes juegan a todas las bandas"... Y con fatal pronóstico, concluye: "Nuestro futuro camina hacia el pasado, hacia la confusión original que presidió los comienzos de la especie humana".

En el pasaje final, que recrea la última chispa de lucidez de Nietzsche, en una sórdida pensión turinesa, se nos describe así el finiquito de una esperanza de altruismo hedonista: sobre una rústica y modesta mesa la luz del amanecer sorprendió, entre el desorden de plumas, tinteros, vasos y restos de comida, una hoja de papel con el último y definitivo mensaje de Dionisos. La encabezaba esta lacónica dedicatoria: "A vosotros, los supervivientes. Mis supervivientes. Nada se sabe del asombro de la luz de la mañana cuando ésta supo que el más terrible y sincero de los mensajes que lanzara hombre alguno era una página en blanco".