Opinión | AL MARGEN

Lagun

La librería donostiarra se mantuvo en pie contra el ruido y la furia, y la ha terminado cerrando la inanición cultural

Ignacio Latierro, que estuvo amenazado por ETA, y el exterrorista ‘Teo’ Uriarte, en Lagun

Ignacio Latierro, que estuvo amenazado por ETA, y el exterrorista ‘Teo’ Uriarte, en Lagun / José Luis Roca

En euskera, lagun significa amigo, pero nadie que sea enemigo de la democracia puede ser amigo de una librería.

Dos años antes de la muerte de Franco, la habían inaugurado en Donosti y hasta ayer fue ejemplo de resistencia cultural, primero con la Dictadura que le imponía una multa tras otra, después con las agresiones y amenazas de los guerrilleros de Cristo Rey, y de nuevo con el sinsentido de ETA.

Todos ellos llegaban hasta allí con la bandera de su libertad para pintarrajear la fachada con insultos y amenazas, poner bombas, y hasta disparar un tiro en la boca a José Ramón Recalde, marido de María Teresa Castells, fundadora de la librería Lagun con Ignacio Latierro, quien ha dicho muy claro: “La intolerancia y el fanatismo son el enemigo. Es muy preocupante, no ya para el mundo del libro, sino para el mundo de la cultura en general, que las ideas y las políticas de Vox puedan llegar a tener peso en las instituciones. Es algo que habría que tratar de evitar”.

En los primeros años de la Transición, Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, decía: “Por el camino actual vamos al caos”, y en las primeras elecciones democráticas formó Unión Nacional, una coalición que integraba Falange Española de las JONS, las Juventudes Tradicionalistas y los Círculos José Antonio. Cincuenta años después, y tras muchos de guardar silencio, han vuelto al Parlamento los intransigentes, que de seguir creyéndolos inofensivos nos irán haciendo más cómplices.

He leído Los elegidos (Destino), la nueva novela de Nando López, en la que, como en Lagun hace muchos años, también hay libros prohibidos, porque en este país hubo un tiempo en que no se podía leer a Alberti, ni a Miguel Hernández, ni a Cernuda, y en el que habían matado a Lorca.

En su novela, Nando López ha marcado a fuego esos "elegidos", cinco libros protagonizados por mujeres que Santos, una de las piezas esenciales de la trama, esconde bajo su cama: la Rosaura de Calderón, la doña Rosita de Lorca, la señorita Julia de Strindberg, la Antígona de Sófocles y la Salomé de Wilde.

Y entre las librerías míticas, como Lagun, que lucharon por la libertad, recuerdo la Shakespeare and Company, en París, por la que siempre sentí debilidad gracias a que su dueña, la norteamericana Sylvia Beach, escribió unas memorias inolvidables.

Beach hizo convivir la venta y el préstamo de libros con lecturas públicas de escritores como Joyce, cuya primera edición de Ulises financió, o Ernest Hemingway, que podía leer gratis, como contó muchos años después en París era una fiesta. Sylvia Beach abrió Shakespeare and Company en el número 12 de la rue de l'Odéon, en 1919, y tuvo que cerrar en 1941 debido a la ocupación nazi.

"El silencio, la equidistancia y la indiferencia jamás son una opción", ha escrito Nando López, por eso duele más el cierre de Lagun, una librería que se mantuvo en pie contra el ruido y la furia y a la que ha terminado cerrando la inanición cultural.