Opinión | ALTA FIDELIDAD

La luz no se puede retener con las manos

'Light years' es una de las canciones más hermosas de The National, y Matt Berninger la escribió inspirándose en la novela del mismo título de James Salter

El escritor estadounidense James Salter, autor de la novela 'Años luz'

El escritor estadounidense James Salter, autor de la novela 'Años luz' / EPE

La canción empieza con un precioso fraseo de piano de Bryce Dessner, una melodía que se repetirá durante los próximos tres minutos y medio en los que Matt Berninger cantará: “Comprendí lo difícil que sería alcanzarte, comprendí que siempre estaría a años luz de ti”.

Light years es una de las canciones más hermosas de The National, la historia de dos personas condenadas a no alcanzarse, a no sintonizar, pese a intentarlo, la misma frecuencia. Berninger siempre cuenta que la escribió dejándose llevar por algunos de los títulos de la biblioteca que comparte con su mujer, Carin Besser, junto a la que también firma las letras, y allí estaba Light years de James Salter, editada en España por Salamandra como Años luz.

Cuando empiezan a sonar esa primeras y elegantes notas de la canción, automáticamente yo viajo a los años sesenta, a aquella casa victoriana a orillas del Hudson en la que vive el encantador y aparentemente idílico matrimonio que forman Viri y Nedra, una casa, escribe Salter, “inundada por la luz de la mañana, la luz del este”.

No habrá ningún espacio, ni de Manhattan, Long Island o de Inglaterra por el que transiten los personajes y del que Salter no nos cuente su luz, incluida la que proyecta Nedra, la gran protagonista de la novela, una mujer a años luz, inalcanzable, incluso para su marido.

“Rayo de luz, que sale de ti, puede alumbrar, como el sol alumbra un día”, canta Ricardo Lezón, otro gran incondicional de Salter, por cierto, y de usar la luz en muchas de sus canciones tanto en solitario como para McEnroe. “El día en que escuchemos por vez primera nuestras voces, se encenderán todas las luces”, canta en Rugen las flores, la canción en la que también sueña con que tras el encuentro ambos se conviertan en “la luz de Roma”.

Viri y Nedra son bellos, admirados, tienen dos preciosas hijas, esa casa victoriana por la que vemos pasar los años, las navidades, los otoños o la muerte. Viri y Nedra se quieren, pero cuando se acuestan no se rozan los pies en la cama y Nedra sabe que ahí no está la vida, no toda la vida a la que aspira, que ahí no va a saciar la sed que empieza a atragantarla, consciente, a sus cuarenta años, de que la vida va en serio.

Salter habla de ser luz, pero también de buscarla, de correr el peligro de cegarse, pero también de la tristeza de vivir en las tinieblas. A mitad de Años Luz, cuando Nedra ya se ha divorciado del bueno, pero cobarde Viri, lee a San Agustín. En Las Confesiones, el filósofo dice que tenemos la espalda vuelta hacia la luz, vemos las cosas iluminadas, pero no vemos la luz. Nedra, la valiente, insaciable e inalcanzable Nedra, quiere las dos cosas, incluso quiere, si la vida le da la posibilidad, ser la propia luz, quemarse sin arder.

Seguramente, la luz es la metáfora por excelencia, del conocimiento, de la belleza, del amor, de la vida, de la verdad. Escritas todas estas cosas unas detrás de las otras me doy cuenta de que van juntas y de que todas ellas hacen que nos brillen los ojos. La luz, entonces, no puede nunca ser metáfora. La luz es todo lo que importa.

“Una luz que va apagándose sin más. Y eso es lo que sucede. Una luz que va apagándose sin más. Y eso es lo que más duele. Yo no voy a ser quien te haga arder”, canta en Tormentas Ricardo Lezón, el hombre obsesionado con la luz y con James Salter, el hombre que sabe que puede “ser un eclipse y no dejar pasar un rayo”, como escribe en Luciérnagas.

Pienso que eso es un poco lo que le pasa a Viri: después de Nedra llega el eclipse, con Nedra se han marchado las tormentas, los rayos, la luz, con Nedra se ha ido la vida entera. La luz, sabemos Lezón, Salter, Viri y yo, la luz no se puede retener con las manos.