CRÍTICA

Crítica de 'Diario del ladrón', de Jean Genet: la leyenda del santo delincuente

Este es un libro feroz y, al tiempo, de una ingenuidad pasmosa; tan lleno de piojos como de ternura

Jean Genet, por Pablo García.

Jean Genet, por Pablo García.

Ricardo Menéndez Salmón

Es poco probable que, a lo largo de su fecunda trayectoria como malhechor, Jean Genet haya tenido ocasión de leer esa bellísima parábola de Joseph Roth titulada La leyenda del santo bebedor, que vio la luz de forma póstuma en el infausto año de 1939. En el hipotético caso de que hubiera podido conocerla, el expósito se habría sentido sin duda interpelado por la obra del maestro austriaco con inusual fuerza, pues en el corazón del proyecto literario de Genet los términos "leyenda" y "santidad" gozan de especial relevancia.

Cedamos la voz al propio autor en este Diario del ladrón que hoy nos convoca setenta y cinco años después de su publicación: "La santidad reside en hacer útil el dolor. Es forzar al diablo a ser Dios. Es conseguir el reconocimiento del mal. Hace cinco años que escribo libros: puedo decir que lo he hecho con placer, pero he terminado. Gracias a la escritura he conseguido lo que buscaba. Lo que, al ser una enseñanza, me guiará, no es lo que he vivido, sino el tono en el que lo cuento. No las anécdotas, sino la obra de arte. No mi vida, sino su interpretación. Eso es lo que me ofrece el lenguaje para evocarla, para hablar de ella, para traducirla. Lograr confeccionar mi leyenda".

Genet es transparente e ilustrativo en estas líneas, casi pedagógico. Por un lado, ahorra a la crítica cualquier devaneo interpretativo, páginas y páginas de penosa hermenéutica, toda floritura ad hominem; por otro, asume con orgullo las inevitables contradicciones y las seguras paradojas que alimentan cualquier relato que posea un sustrato autobiográfico. Porque es cierto que en los libros las cosas no se transmiten como sucedieron en la realidad, pero no lo es menos que el autor de Santa María de las Flores deja claro que ese conflicto entre la verdad y su representación él lo ha resuelto de manera incruenta ya desde el inicio de su andadura como escritor.

Singularidad

Lo que importa es el marco de resolución. El autor tiene licencia para deformar el pasado y entregar a su lector un clima propio. Genet no sólo satisface así cierta máxima de Buffon ("El estilo es el hombre"), sino que conquista para su texto la autonomía que le es inherente a toda obra de arte, esa atmósfera única y soberana, no intercambiable, en la que una creación humana alcanza la singularidad de no parecerse a ninguna otra y de no responder ante ningún criterio que no emane de su propia, innegociable coherencia.

Diario del ladrón exprime esa singularidad y asume esa coherencia hasta sus límites. Es un libro crudo, feroz, violento y al tiempo de una ingenuidad pasmosa. Lleno de piojos y de mariconas, está también repleto de ternura y de raptos líricos. En el mismo párrafo, Genet es sodomita y aspirante a poeta laureado, desvalijador de casas y corazón generoso, admirador del asesinato y Cristo redivivo.

Su vida, que viene de la hez, culmina en un firmamento estrellado sobre el cual, en un francés de muchos quilates, la belleza borda sus jeroglíficos con sangre, con mierda y con esperma. Valiéndose de los materiales más groseros, Genet urde una tela sagrada, faculta un centón de prodigios. Acarrea agua de un pozo envenenado y obra el misterio de apagar la sed.

Esa dialéctica entre basura y alquimia conforma la peripecia de un libro que supone, ante todo, un viaje en torno a un paisaje que se prepara para la devastación, la Europa de la década de 1930 a 1940, en compañía de un paisanaje alucinado: chulos y travestis, chaperos y homicidas, traidores y drogadictos, delincuentes y policías corruptos, hombres tan hermosos como salvajes cuyo destino unánime es la muerte. (Conviene recordar que Genet dedicó a Maurice Pilorge, uno de los últimos guillotinados en Francia, su conmovedor Le condamné à mort).

Retrato de España

En un texto que se construye antes como un palimpsesto que al modo de una estructura osificada, y que posee mucho de fragmentario y caprichoso en el empleo del tiempo, merece especial reconocimiento el periplo español de Genet. En efecto, Diario de un ladrón se alimenta, en su primera parte, casi exclusivamente de las andanzas españolas del protagonista, con Barcelona y Andalucía como epicentros, y ofrece un retrato fascinante, por momentos goyesco, de cómo era nuestro país a comienzos de los años 30 del siglo pasado, cuando el autor lo recorrió como un jovencísimo mendigo mientras comenzaba a construir las perspectivas legendarias por llegar.

El interés de este retrato de España va en realidad mucho más allá del cronomapa que ofrece, pues Genet llega a metabolizar el país hasta el punto de convertirlo en una suerte de órgano personal, sensación subrayada gracias a la contundente imagen con la que "Diario del ladrón" se clausura: "Esa región de mí mismo que he denominado España".

Una región que el escritor delincuente pobló de héroes inolvidables, caso del manco Stilitano, que cifró en instantes memorables, como el del asesinato cometido por el gitano Pepe, y que le sirvió para desplegar, como en un gran y abigarrado teatro del absurdo, el miserable y a la vez heroico esfuerzo de sus pares por alcanzar la dignidad de los desesperados.

No en vano, el principal valor de la literatura de Genet sigue siendo haber dado voz a quienes casi siempre han carecido de ella, el catálogo de monstruos morales que nos permiten creernos mejores de lo que en verdad somos. Así, cuando consagrado por la fama y el reconocimiento, y aplaudido por esa sociedad a la que tanto odió en sus primeros libros, Genet sume su voz a la defensa de los negros en Estados Unidos o a la de los palestinos en Oriente Medio, no estará haciendo otra cosa que vestir, con nuevos ropajes, el propósito que había animado su escritura desde el origen: otorgar presencia a quienes apenas han dispuesto de su muerte para recordarnos que estaban vivos, y al tiempo, insertar en ese marco de anarquía y ambigüedad, el desarrollo preciso y precioso de la propia leyenda.

Diario del ladrón

Jean Genet 

Traducción de Lydia Vázquez Jiménez

Cabaret Voltaire, 352 páginas, 21,95 euros