REPORTAJE

La aristocracia literaria de Amor Towles

El escritor estadounidense, que en unas semanas visitará España para presentar su última novela, 'La autopista Lincoln', uno de los platos fuertes de la rentrée, abre en exclusiva las puertas de su casa en el lujoso barrio de Gramercy Park, en Nueva York

El escritor Amor Towles, fotografiado en el jardín de su casa de Manhattan (Nueva York)

El escritor Amor Towles, fotografiado en el jardín de su casa de Manhattan (Nueva York) / MIGUEL VÁZQUEZ

La vida es un punto de vista. Muchos, en realidad. Tantos como personas formamos parte de ese relato finito que es la existencia humana. Es esa la premisa fundamental de la que parte La autopista Lincoln (Salamandra), la nueva novela del escritor estadounidense Amor Towles (Boston, Massachusetts, 1964), protagonista de esta crónica y uno de los personajes fundamentales de la literatura anglosajona contemporánea.

Nuestro encuentro tiene lugar en su apartamento del lujoso barrio residencial de Gramercy Park, entre Union Square, el Flatiron District y el East Village. Nueva York es una ciudad de contrastes, todo el que la ha pisado lo sabe, pero en esa zona se evidencian más. Nadie diría que a un par de manzanas de esas tranquilas calles de casas de piedra rojiza, arboladas, el gentío es apabullante, el bullicio ensordecedor y la mugre se acumula en cada esquina. Pero así es.

"Manhattan está volviendo a bullir de nuevo. Aunque los edificios de oficinas están aún medio vacíos en el Midtown, porque mucha gente sigue teletrabajando, los restaurantes del SoHo y el Downtown están llenos, han vuelto los estudiantes y los turistas ya están por todas partes". Así resume Towles el rastro de la pandemia en la Gran Manzana. Lo hace sentado en el patio trasero del apartamento, mientras se escucha, no muy lejos, desde el jardín de algún vecino, un jazz muy suave que se convierte en la banda sonora improvisada de la conversación.

Atrás, en el interior, hemos dejado un lujo nada ostentoso, pero evidente. El gusto de Towles por el arte, por los muebles y la decoración, con una medida atención por cada detalle, es exquisito, igual que su estilo narrativo. La suya es una prosa cosmopolita. Como su vida.

Éxito

A la literatura llegó tarde. Publicó su primera novela, Normas de cortesía, en 2011. La escribió en el poco tiempo libre que le dejaba su lucrativo trabajo en el mundo de las finanzas. Fue un éxito precioso y preciso, inesperado, pero no un golpe de suerte ni una casualidad. Towles tuvo claro que quería ser escritor muy pronto, en la escuela primaria, un día en el que el poeta David McCord acudió a su clase.

Su primer personaje serio lo creó para el Vineyard Gazette, un periódico local de West Chop, al norte de la isla de Martha's Vineyard (Massachusetts), donde pasó los veranos de su infancia y adolescencia. Residentes y veraneantes leían con fruición las columnas de un tal Edward Dillon sin saber que todo salía de la imaginación de un chaval de doce años. El mismo que, también entonces, metió un mensaje en una botella en una playa de los alrededores que llegó a manos de Harrison Salisbury, editor de The New York Times, con el que, a raíz de aquello, empezó a mantener una fluida correspondencia.

El niño se hizo mayor y pasó por Stanford y Yale, en uno de cuyos seminarios conoció a Peter Matthiessen, confundador de The Paris Review, que quedó impresionado por su talento. Se convirtió en su mentor, animándole a escribir sin descanso, de ahí su decepción cuando Towles decidió, para agradar a su padre, banquero, abandonar su sueño literario y dedicarse a las finanzas.

Por suerte, Matthiessen vivió lo suficiente para ver el éxito editorial de su pupilo, que dejó su trabajo y se centró, por fin, en su trayectoria literaria. Normas de cortesía, que narra un año en la vida de una joven veinteañera en el Nueva York de 1938, fue un best seller internacional. Igual que Un caballero en Moscú (2016), su segunda novela, protagonizada por un aristócrata ruso condenado por los bolcheviques a vivir encerrado en el legendario hotel Metropol.

Tránsito

En La autopista Lincoln (Salamandra), que hoy llega a las librerías españolas y es uno de los platos fuertes de la rentrée, Towles se traslada hasta otra época y en un lugar distinto de la historia reciente: el Estados Unidos de 1954. Lo hace dando un paso narrativo más en su carrera, pues, como se advertía al arranque de estas líneas, en el libro hay ocho voces distintas, encargadas de contar la historia de un grupo de muchachos que transitan, con la autopista que da nombre al libro como telón de fondo, de la juventud a la edad adulta.

"Uno de los temas centrales de la novela es qué significa tener 18 años. Es un momento en el que empiezas a cuestionarte todo lo que te ha dicho tu familia, la Iglesia, el colegio, los libros que has leído, todo eso que creías cierto y que te ha moldeado como eres. Te das cuenta de que no tienes que aceptar nada de eso, puedes definirlo por ti mismo", sostiene Towles.

El autor, en el salón de su apartamento neoyorquino

El autor, en el salón de su apartamento neoyorquino / MIGUEL VÁZQUEZ

Los protagonistas del libro alcanzan la mayoría de edad justo cuando lo hicieron los padres del escritor. Una elección temporal, y ambiental, que tuvo clara "de inmediato", lo mismo que supo, en las primeras veinticuatro horas, que la historia transcurriría en diez días, comenzaría en el Medio Oeste (Nebraska) y acabaría en Nueva York. "A mediados de los años cincuenta, Estados Unidos era como un adolescente, el país estaba lleno de juventud, de energía, y básicamente estaba en lo más alto del mundo como potencia económica, porque Europa estaba recuperándose todavía de la Segunda Guerra Mundial. La clase media fue un invento de esa época. Se crearon los suburbios. Fue un momento de una gran promesa, pero, al mismo tiempo, la situación racial era terrible, era la era de la segregación... Y estaba a punto de empezar esa tumultuosa década que fueron los sesenta, con el movimiento de los derechos civiles, la revolución sexual, el feminismo… Todos esos cambios enormes que hubo entre 1954 y 1964 definieron los siguientes cincuenta años. Era un tiempo muy interesante para narrar esta historia, porque todo estaba empezando".

"Para mí sería muy difícil escribir un libro sobre Trump, sobre el Covid, sobre el #MeToo o sobre cualquier otro tema concreto en el momento oportuno. Desconfío de eso"

Cuando Towles empezó a escribir la novela, nunca había oído hablar de la autopista Lincoln. La descubrió en un mapa. No tuvo que recurrir a la invención, como hizo Faulkner con Yoknapatawpha, el condado ficticio en el que transcurren varios de sus libros. "La mayoría de estadounidenses no conocen la autopista Lincoln. Fue la primera carretera que cruzaba Estados Unidos. Después, el Gobierno empezó a crear sistemas de autopistas. Aún la puedes encontrar, hay señales que te llevan hacia ella y, de hecho, puedes cruzar el país siguiéndola. Pero es una carretera muy pequeña para los estándares modernos".

Tradición literaria

Su presencia en la historia de Towles, casi fantasmal, simbólica, atmosférica, hace que la novela forme parte de toda una tradición literaria estadounidense que entronca al autor, directamente, con Jack Kerouac. "La carretera es algo muy importante en la cultura estadounidense, en parte por la extensión del país, por sus dimensiones. Cada joven en Estados Unidos tarde o temprano conducirá desde Nueva York a California, o de California a Nueva York, del mismo modo que narra Kerouac en En la carretera. Pero hay tantas historias que transcurren en la carretera... Podríamos llegar hasta El Quijote, que es uno de los primeros road books escritos, como también lo es Los cuentos de Canterbury".

Sin embargo, como advierte el autor, en la historia de la escritura el viaje es anterior a la carretera. Ahí está La odisea de Homero (uno de los personajes de La autopista Lincoln se llama Ulises, como el héroe que regresa a Ítaca). "El centro de la narración occidental es cómo el individuo cambia. El individuo avanza en el tiempo y vemos cómo responde, cómo evoluciona, las consecuencias de sus actos, cómo se convierte en mejor o peor persona. Ese es el corazón del arte de contar historias en la cultura occidental. Y, si el centro de la narración es cómo evoluciona el individuo, es natural contarlo mediante un viaje, porque el viaje es una representación física de ese proceso interno".

"Me gusta cambiar en cada novela, porque eso me obliga a reinventarme. Pero sigo siendo el mismo escritor, con las mismas obsesiones y el mismo estilo""

Pese a la importancia que la Historia tiene en todas sus novelas, Towles no se considera un novelista histórico, y no le gusta que le definan así. Lo aclara con una vehemencia ausente en el resto de la charla. "Yo yo no escribo novela histórica. Para mí, la Historia es el telón de fondo para contar una historia, una aproximación para que los lugares, el tiempo o los estado de ánimo adquieran sentido. Pero realmente no es lo que a mí me interesa o lo que debería interesar a mis lectores".

Su interés son las interacciones entre las personas. "Creo que una de las razones por las que me gusta ambientar las novelas en tiempos distintos es que no me interesa escribir una obra oportuna, por así decirlo. Para mí sería muy difícil decir: voy a escribir un libro sobre Trump, sobre el covid, sobre el #MeToo o sobre cualquier otro tema concreto en el momento oportuno. Desconfío de eso. Me siento mucho más cómodo con una obra atemporal, de la que el lector salga con una mejor comprensión de sí mismo y del mundo. La literatura atemporal es muy relevante en el presente, porque nos da la oportunidad de viajar a través del tiempo, sentirnos parte de él, reflexionar sobre él y volver al mundo contemporáneo".

Cada nueva novela de Towles debe ser distinta, sonar diferente. La próxima, en la que ya está trabajando, empieza en El Cairo en la década de 1940 y acaba en Nueva York en 1999. Y hasta ahí puede leer. "Me gusta cambiar, porque eso me obliga a reinventarme. Pero sigo siendo el mismo escritor, con las mismas obsesiones y el mismo estilo".

La cancelación y la libertad artística

Amor Towles tiene dos hijos, Esmé y Stokley. Como la mayoría de padres hoy en día, no sabe qué autores formarán parte del canon que definirá su vida, al menos en lo intelectual. "Es algo muy interesante y muy complicado, también. Supongo que será para mejor, pero… Mis hijos crecieron expuestos, mucho más que yo, a la narrativa nativa americana, a la africana, a las historias, mitologías y religiones chinas, a la ética, a la Historia… Para un joven, es apasionante estar expuesto, de repente, a esta increíble variedad de narraciones y a todos los puntos de vista y a la ética que surgen de eso. Nuestros hijos han crecido en un mundo en el que China y África y Europa están muy presentes e interconectadas de un modo en el que no lo estaban cuando yo crecí. Creo que crecer en círculos más pequeños, en los que puedes escarbar en la narrativa que influye en tu comunidad, te da una gran ventaja en ciertos aspectos. Pero en la era moderna eso ya no tiene sentido. De pronto, estás expuesto a todas esas otras comunidades, a la inmigración, las noticias son globales, puedes comunicarte con gente de todo el mundo…".

Por eso al escritor no le preocupa "tanto" lo que está sucediendo con los clásicos en algunas universidades de su país, en las que se han llegado a censurar determinadas lecturas. "No creo que la gente deje de leer a Dante porque su política sea errónea; podrán hacerlo porque hay otras muchas cosas que leer, pero no por eso. La cancelación ocurre, y lo hemos visto, pero no con Shakespeare o en los grandes filósofos. En todos los momentos históricos el canon se ha revisado, comprobado. No me preocupa la cancelación en ese contexto".

La cancelación le inquieta "mucho más" por cómo puede afectar a los jóvenes artistas a la hora de crear y, por tanto, coartar su libertad. "Los jóvenes artistas están entrenados, por decirlo de algún modo, para tener miedo de representar a gente que ellos no son. Y ese sería un resultado terrible. Si no tienes libertad para crear, nunca podrás experimentar lo que supone tratar de imaginar las vidas de otras personas que tú no eres. Al intentar imaginar a esas otras personas, ampliamos nuestra propia mente, desarrollamos la empatía. Nadie quiere crear un mundo en el que toda la gente lea libros que tratan sobre sí misma; eso sería horrible, y muy aburrido. Me preocupa cómo lo que está sucediendo afecta a la gente joven. Espero que este sea un momento de transición en el que la sociedad averigüe cómo animar, de manera inteligente, a los jóvenes a experimentar con otras culturas de un modo que no es irrespetuoso. Veremos qué pasa".