MADRID

Muere Manuel Melis, el ingeniero que soterró la M-30 cerrando la herida que dividía a Madrid en dos

El creador de la mayor obra de ingeniería de Europa, que unió para siempre dos ciudades divididas, muere a los 80 años. "No hay nada imposible", solía decir

De su mano y de la de Gallardón se construyeron 44 kilómetros de Madrid Calle 30 y más de 100 de la red de Metro de Madrid

El ingeniero Manuel Melis es felicitado por Alberto Ruiz-Gallardón, en una de las inauguraciones por tramos de los túneles de la M-30, en 2007

El ingeniero Manuel Melis es felicitado por Alberto Ruiz-Gallardón, en una de las inauguraciones por tramos de los túneles de la M-30, en 2007 / AYUNTAMIENTO DE MADRID

Roberto Bécares

Roberto Bécares

Era septiembre de 2006 y Alberto Ruiz-Gallardón, entonces alcalde de Madrid, se quedó helado al recibir la llamada telefónica. "Alcalde, tenemos un problema". Al otro lado de la línea se mostraba serio el ingeniero Manuel Melis Maynar (Zaragoza, 1944), el ideólogo del soterramiento de la M-30, la mayor obra de ingeniería jamás ejecutada en Europa. Casi todo el futuro político de Gallardón -y el de la propia ciudad- dependía de que aquella obra saliera bien.

Si Manuel, Manolo, llamaba, había que escuchar -y eso que hablaba con el alcalde varias veces a diario-. Gallardón se puso en alerta. "No, es que verás, me tiene preocupado la Tizona [una tuneladora]... es que va tan rápido que derrapa en las curvas". Gallardón soltó una estrenduosa carcajada. Era un clásico de Melis, jugar al despiste y, luego, soltarte una broma que te llegaba al tuétano. Entremedias, casi te daba un infarto.  

Sagaz, brillante, sincero, campechano, cercano, bromista, único al fin y al cabo, Melis fue el visionario que dijo al entonces alcalde de Madrid que sí, que era posible restañar la herida que dividía a la capital en dos, eliminando los más de 180.000 vehículos diarios que recorrían el 'by pass' sur y otros tramos de la M-30 y llevarlos por un túnel, por varios túneles, por muchos túneles, creando una nueva distribución del tráfico en Madrid. 

Manuel Melis, en una imagen facilitada por la Escuela de Ingenieros, Canales y Puertos.

Manuel Melis, en una imagen facilitada por la Escuela de Ingenieros, Canales y Puertos. / EPE

La obra estaba presupuestada en 3.400 millones de euros y acabó costando mucho más del doble, lo que provocó las airadas críticas de la oposición. Se usaron todas las argucias legales para sortear las declaraciones de impacto ambiental, lo que levantó las demandas de los movimientos ecologistas. La ciudad se endeudó durante lustros. Etc, etc, etc. Todo eso es verdad.

Un parque

Seguramente se pudo hacer de otra manera, pero el resultado que quedó, el que ahora millones de madrileños disfrutan y disfrutarán durante décadas, fue una nueva ciudad, donde el muro de la M-30 ya no divide el Madrid rico -Arganzuela y Centro- del Madrid pobre del otro lado de la autovía -Latina, Caranchel y Usera-. Donde los vecinos consiguieron transitar de un lado a otro de la ciudad no por pasarelas sino por un maravilloso parque que es la envidia de Europa. 

Un parque, el lineal del Manzanares, que fue mejorado mucho incluso con la renaturalización que ejecutó el Gobierno de Manuela Carmena y que devolvió al río a aquello que dijo el emperador germánico Rodolfo II de él, que era "único en el mundo" porque "es el único navegable a caballo". Ahora, en muchos tramos, lo sigue siendo, y por eso cohabitan en el más de 50 especies distintas de aves.  

El pasado viernes murió Melis, murió Manolo, algunas de cuyas frases míticas quedarán en el imaginario de quien le conoció: "Hay que hacer las cosas como Dios manda"; "no hay nada imposible". "Manuel Melis fue un pilar fundamental en nuestra institución, desempeñándose como Catedrático de Ferrocarriles, y dejando un legado imborrable en varias generaciones de ingenieros que tuvieron el privilegio de ser sus alumnos", escribía la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid en su página web para comunicar su fallecimiento. 

Alberto Ruiz-Gallardón, durante una de las inauguraciones de tramo de la M-30 en 2007.

Alberto Ruiz-Gallardón, durante una de las inauguraciones de tramo de la M-30 en 2007. / EPE

"Una marca indeleble"

La propia escuela reconocía su trascendencia histórica: "Jugó un papel decisivo en proyectos de gran envergadura como las obras de Metrosur [hizo más de 100 kilómetros de nuevos túneles cuando estuvo en el Gobierno regional con Gallardón también] y la reforma de la M-30, ganándose el apodo de 'el padre de la nueva M-30'. Su visión y dedicación no solo han dejado una marca indeleble en el paisaje urbano de Madrid, sino que también han contribuido a elevar el prestigio de la profesión de ingeniero a niveles nunca antes vistos".

El proyecto de Madrid Calle 30, ideado por Melis y Gallardón, permitió a posteriori la creación de un parque de un millón de metros cuadrados y eliminó cerca de 35.000 toneladas de gases de efecto invernadero al año. Para hacer realidad los 44 kilómetros de túneles fueron necesarias dos tuneladoras, Dulcinea y Tizona, que fueron construidas en Japón y Alemania con los requisitos técnicos marcados por Melis -medían 150 metros- y que les permitían perforar diariamente 24 metros de túnel de 15 metros de diámetro. Una auténtica salvajada, entonces, y ahora.  

Gallardón se colaba con la moto

Durante las obras, que valieron las alabanzas de los más reputados ingenieros de todo el mundo, llegaron a emplearse de forma simultánea más de 5.200 trabajadores para que al final de los trabajos, que duraron apenas dos años, se crearan un total de 60.000 empleos. No era raro, contaba Melis, al que nada se le escapaba durante las obras, que Gallardón se colara con su moto a ver los trabajos subterráneos. Cuando estaba ahí abajo, y estaba Melis, sin embargo, el alcalde, poco dado a que le dieran órdenes, se dejaba en las manos del ingeniero.

"Vamos a coger el todoterreno y vas tú conduciendo, que así ves mejor la obra", le decía Manolo a Gallardón durante las visitas con prensa. Y Gallardón asentía, como siempre. Porque Manolo, ahí abajo, en los túneles, era el maestro. Y lo siguió siendo en la Escuela de Ingenieros, donde ocupó la Cátedra de Ferrocaril durante el último tramo de una carrera que debería ser digna de reconocimiento público por parte de la ciudad de Madrid, que le debe mucho. Para siempre.