LIMÓN & VINAGRE

Íñigo Urkullu, la prejubilación de un lehendakari

Diputado autonómico, director general de Juventud, presidente del PNV cuando la inesperada marcha de Josu Jon Imaz inundó el partido de una sensación de orfandad. Y después tres mandatos presidenciales ahora debe irse

Íñigo Urkullu

Íñigo Urkullu

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

No hace muchos años alguién describió a Íñigo Urkullu como “el mejor fontanero del PNV”, es decir, el máximo conocedor el sistema de tuberías que conecta al partido con el Gobierno y las organizaciones simpatizantes del mismo en la sociedad civil, por un lado, y con las élites empresariales del País Vasco, por el otro. Su propia carrera política lo testimonia. Pero sus compañeros en la dirección del partido creen que están produciendo atascos en las cañerías y que todo podría saltar por los aires. Para los señores que controlan el Euzkadi Buro Batzar lo fundamental es frenar en seco el ascenso de Bildu y asociados, es decir, la izquierda independentista, una parte sustancial de la cual sigue viendo a la extinta ETA como un fenómeno político globalmente positivo o, al menos, respetable. Porque Bildu tiene un plan perfectamente diseñado para desmontar estructuras y hábitos clientelares que han prosperado durante cuarenta años. Como es obvio, para sustituirlas por las propias. Un lehendakari de Bildu no sería un fugaz Patxi López. Podría arrebatarle el gobierno autónomo durante ocho o doce años. La generación que aceleró la jubilación de Arzallus y marginó eficazmente a Ibarretxe está entrando en el final de su madurez biológica y política. Doce años son muchos años, aunque Urkullu siga mereciendo un apreciable índice de aprobación entre sus conciudadanos.

Urkullo es un producto peneuvista químicamente puro, el líder -en su momento - de los jóvenes dirigentes vizcaínos que asaltaron el poder orgánico a principios de siglo. Nacido en 1961 hijo de padres obreros, católicos y nacionalistas, se afiló al PNV en 1978. Diplomado en Magisterio, fue durante más de un lustro maestro en una ikastola, pero solo con 25 años fue elegido miembro de la dirección del PNV de Vizcaya. A partir de ahí lo ha sido casi todo: diputado autonómico, director general de Juventud, presidente del PNV cuando la inesperada marcha de Josu Jon Imaz inundó el partido de una sensación de orfandad. Y después tres mandatos presidenciales ahora debe irse. Urkullo, dicen algunos, apenas contiene su frustración, porque, además, si algo ha cuidado siempre el presidente son las formas. Es discreto, es silencioso, se diría que desprecia las tristezas y las alegrías. Estás agotado, le dicen. No has sido capaz de cambiar una política social cada vez más paternalista e ineficaz. No has frenado las huelgas de funcionarios, que antes nos comían de la mano. Los vascos se quejan cada vez más de su sistema sanitario, y jamás la Osakidetza había estado en cuestión. Lo peor de todo son esas ronchas de corrupción política cada vez más extendidas en la piel de la administración autonómica y has fracasado en el equilibrio de evitar escándalos y mantener ciertos privilegios. Ha llegado la hora del adiós.

Para pasmo de muchos, incluyendo tal vez al propio Urkullo, el elegido por Andoni Urtuzar y sus compañeros ha sido Imanol Pradales, diputado foral de Infraestructuras y Desarrollo de la Diputación de Vizcaya y niño bonito de José Luis Bilbao, el diputado general que terminó en la presidencia del Tribunal Vasco de Cuentas Públicas. Pradales, que parece mayor por su permanente cara de aburrimiento, todavía no ha cumplido 50 años y puede presumir de una licenciatura empedrada de sobresalientes y matrículas de honor en Deusto. Significa una intensificación del modelo Urkullo. Porque el todavía lehendakari fue presentado, en su momento, como un técnico solvente al que no distraían obsesiones politiqueras y solo llevaba en el corazón al País Vasco y a una calculadora, un alma mucho más liberal que democratacristiana. Pradales es un Urkullo mucho más liberal aun, y si parece un palo de escoba, ya aprenderá a sonreír como en medio de un ataque de dispepsia, como su antecesor. Se vende un gestor desapasionado frente a la ilusión de un cambio con ribetes épicos, un relato de exigencia hacia Madrid y un cambio de relación de fuerzas con el empresariado, desde luego, pero también con sindicatos y agentes de la sociedad civil. Pradales representa seguridad, continuidad con pequeñas reformas decorativas, garantía de solvencia gestionarial. En cuanto a Urkullo, en un par de años podrá jubilar. Según la legislación vasca, podrá cobrar una pensión vitalicia correspondiente a la mitad de su salario actual como lehendakari. Unos 53.400 euros anuales. No, no es para morirse.