PERFIL

Las varias muertes de Luis Roldán

El exdirector general de la Guardia Civil ha fallecido este jueves a los 78 años

Luis Roldán.

Luis Roldán. / EP

Juan José Fernández

En uno de los inviernos duros de la prisión abulense de Brieva, en el gélido aislamiento que vivió como único inquilino varón de aquella cárcel de mujeres, Luis Roldán Ibáñez experimentó una de esas cercanías de la muerte, si como a tal se tiene a la depresión. Y fue hasta el punto de que preocupó seriamente a sus vigilantes penitenciarios. Fue en 1996. Para dejar de pensar, pidió que le trajeran unas herramientas de jardinería y se montó un pequeño huerto de invierno en el patio. Con los años, aquella azada y el rastrillo los usaría el

exduque Iñaki Urdangarin cuando le tocó ocupar también en solitario la misma ala para presos de especialísima protección.

El que fue primer director civil de la Guardia Civil -cosa chocantísima en el otoño de 1986- se encontraba, en el décimo aniversario de su subida a la cumbre política, habitando el peor de los sótanos que se reserva para una figura pública: preso por corrupción... y mientras sus hombres morían semanalmente a manos de ETA. El primer gran corrupto encarcelado de la democracia en España comenzaba su condena a 31 años -cumplió nueve en primer grado- por malversación de los fondos (públicos) reservados, fraude fiscal y cohecho. Veintiséis años después de su peor trago, ha fallecido este jueves en el Hospital San Juan de Dios de Zaragoza, convertido en un anciano triste de 78 años.

En aquellos días de presidio, Luis Roldán era una persona enferma. Tomaba 14 pastillas diarias, pero le rebajaban más la moral las cajas de Biomanán que le enviaba Blanca, la esposa de entonces, para que adelgazara. Terminó por no hacerles ningún caso, y siguió tomando huevos con chorizo cuando los daba la cocina de la prisión, según cuentan funcionarios que le acompañaban en las largas jornadas de los 90.

Muerte pública

Roldán ya había sufrido una primera muerte, el fusilamiento público que se buscó en su azarosa aventura, cayendo en la tentación de los fondos reservados y las contratas jugosas, y con la saga fuga a Laos, dejándose engañar por el agente Francisco Paesa, a quien pasó parte del fruto de sus latrocinios.

Al comienzo de 1993, cuando 'Diario 16' empezó a publicar investigaciones periodísticas sobre el engrosamiento de su patrimonio (chalé en Tarragona, ático en la Castellana madrileña, finca en La Rioja...), aún faltaban algunos meses para que un recién llegado ministro socialista Pedro Solbes ordenara la intervención de Banesto. A partir del 28 de diciembre de aquel año, día de Inocentes y jornada del golpe asestado a la entidad financiera, su presidente y autor del abismal agujero que la hundió, Mario Conde, convirtió a Roldán en una de sus más útiles herramientas mediáticas para tratar de evitar su propio procesamiento. Y florecieron muchas más revelaciones en medio de un nuevo concepto político: la crispación.

En 1994, unas fotos filtradas por uno de esos amigos ocasionales que se arriman en la cumbre lo retrataron ante toda España en inolvidables calzoncillos durante una fiesta con mujeres también en ropa interior y jugando con una foca de plástico hinchable. Las publicó 'Interviú'. Fue una juerga que dejó estupefactos a los guardias civiles de base, los que más apreciaban al jefe.

Roldán se había hecho querer entre la tropa, pese a que la prensa de la derecha de aquella época hacía énfasis en que había robado el dinero destinado a los huérfanos del Cuerpo. Empezó a ganarse ese inopinado aprecio cuando, en 1985, siendo delegado del Gobierno socialista en Navarra, la Guardia Civil detuvo al comando Nafarroa de ETA y él tuvo un comportamiento poco usual. Fue una operación en la que se quiso poner una medalla un alto mando, pero Roldán le reconoció el mérito al humilde guardia de puertas que avisó de un misterioso coche con hombres jóvenes que solía parar ante la sede gubernamental.

Siendo director general de la Guardia Civil, corrió en el instituto armado la leyenda de un Roldán generoso con la pólvora del Rey. Vino a llorarle una viuda de asesinado por ETA que no tenía otra forma de vida que fregar escaleras, y abrió la caja de los fondos reservados y le soltó dos millones de pesetas porque le dio pena. Eso dice la leyenda.

Años después, cuando ya se había buscado la ruina a base de intentar forrarse, amargado en la prisión, se sentía abandonado por los compañeros socialistas que habían encumbrado al hijo de un taxista, afiliado al partido nada más morir Franco y teniente de alcalde de la primera corporación municipal democrática de Zaragoza. "Son una panda de andaluces", les comentaba a los más próximos.

Como jefe de la Benemérita sus hombres lograron un hito en la lucha antiterrorista desmontando, en 1992, la cúpula de ETA en Bidart (Francia), dos años después de capturar en Sevilla a uno de los más sanguinarios etarras: Henri Parot. ETA ya no volvió a ser la misma.

Fuga asiática

Pero todo eso se derrumbó cuando se esfumó de repente, destituido el 3 de diciembre de 1993. Una comisión de investigación en el Congreso sentenció, en junio de 1994, que había concedió "a dedo" obras de casas-cuarteles a cambio de comisiones que recogía su testaferro Jorge Esparza, entre otras fechorías.

Pero Roldán ya había huido. El 26 de abril de ese año, se fugó, cargándose con su fuga al ministro del Interior, Antoni Asunción, que presentó su dimisión. Se entregó en Laos y pactó su detención el 27 de febrero de 1995 en el aeropuerto de Bangkok. Al aeropuerto de Barajas llegó ataviado con una gabardina oscura, con gafas negras, flanqueado por policías y flasheado por los fotógrafos, como un Lute moderno pero carente de cualquier aura: él caminó y reventó en el trayecto.

Desde entonces no volvió a levantar cabeza. El dinero que dio a guardar, cerca de lo que hoy serían 10 millones de euros, se había esfumado en Suiza. En la cárcel trató de quitarse el estigma de ingeniero técnico industrial con titulo falso estudiando una carrera universitaria de verdad. Tres llegó a cursar por la Universidad Nacional de Educación a Distancia: Periodismo, Derecho y Políticas y Sociología. Se licenció en la tercera, cuando ya en la política solo podía aspirar a ser un discreto observador. Tenía la celda llena de libros empezados, y sin terminar.