Opinión | DE PASO

Fango, fuerza, ley

Podríamos llegar a ver a Milei dando un concierto multitudinario en Pekín para vender lo que quede por vender de Argentina

El líder de Vox, Santiago Abascal (i), junto a Javier Milei (d), presidente de Argentina.

El líder de Vox, Santiago Abascal (i), junto a Javier Milei (d), presidente de Argentina. / EFE/Rodrigo Jiménez

Mientras chapoteamos en el fango, se ponen en marcha en el mundo fuerzas que pisotearán todo lo que se mueva a ras de suelo. Si alguien quiere comprobar la productividad de esas batallas en el lodo, repase aquella película de Wells, 'Campanadas a media noche'. En ella tiene lugar una batalla realista cuyo clímax y anticlímax lo configuran las relucientes corazas previas a la lucha y la masa informe de cuerpos sucios, exhaustos, escurridizos, indignos, irreconocibles, que apenas pueden moverse, unidos por el pegajoso barro rojizo de tierra amasada en sangre.

Que nadie crea que de este lodazal saldrá otra cosa que impotencia. El mundo ha entrado en situación de fuerza, no de ley. Ucrania y Gaza no son sino la punta del iceberg de las decisiones. Como clamaba angustiada la diputada Valido en el Congreso, también debemos mirar al Sahel, más cerca de Tenerife que de Madrid. La lucha subterránea ya une los escenarios del mundo con hilos de acero. Cuando esos hilos se tensen, o se rompan, el coletazo agitará todo el sistema y generará situaciones imprevisibles. Ese será el tiempo de los aventureros. Entonces se verá algo más admirable que un Nicolás Maduro llorando ante el féretro de un primer ministro de la conferencia de obispos de Irán. Podríamos llegar a ver a Milei dando un concierto multitudinario en Pekín para vender lo que quede por vender de Argentina.

Pero quienes estén forcejeando en el barro recibirán la descarga más letal cuando se liberen esas fuerzas que ahora se tensan. España debería pensar en su propia historia, la reciente y la pasada. ¿Quién puede creer de verdad que cuando la cosa se ponga seria le importará a alguien los derechos históricos de Cataluña, los fueros vascos o las apetencias de poder de ese Madrid de sueños imperiales? ¿Qué tal si arregláramos la casa para ese momento? Por el momento, los nuestros siguen empeñados en aburrirnos con un espectáculo deprimente.

Con desolación no fingida describía Rufián este martes los términos de la tragedia de la política española. Este gobierno ha traído avances para las capas populares. Pero aquellos que se benefician con esos pequeños avances los reciben como insignificantes. No cambian su cansancio y fastidio con un sistema del que ya han desconectado. Lo más probable es que voten a los que como primera providencia anularían esos progresos. El comentario de Rufián no solo es sincero, sino desgraciadamente probable.

En esa misma sesión del Congreso, Errejón ofreció un discurso que se debe escuchar con atención. Nos dio la definición de la batalla presente. Se trata de transformar las estructuras profundas del Estado de tal manera que las minorías nacionales y las clases populares puedan sentirse vinculadas a él y compartir sus estructuras. Esto pone de los nervios a sus históricos propietarios, que añoran los tiempos en que esas minorías querían destruirlo. El mayor peligro para aquellos es que esas minorías se unan para transformarlo junto con las clases medias profesionales y las clases populares conscientes. Ese el único sentido en que puede evolucionar la constitución del 78. Ese es el sentido histórico de Sumar.

La impresión que tengo es que el PSOE no se toma en serio esta tarea y tiene entretenidas a las fuerzas que la proponen con la excusa de que si viene Vox será peor. Esta estrategia gana tiempo. Pero oculta un escenario que asoma en el horizonte. Puesto que el PNV está satisfecho, y Galicia es sólida con el PP, atraigamos de nuevo a Junts al pujolismo -imagino quiénes estarán trabajando a jornada completa en esta empresa- y volvamos a crear las condiciones del viejo turnismo. Respecto a Vox, todo se andará. Ahora la línea roja está en Alternativa por Alemania -si incluso olvidamos lo que fueron las SS, es que estamos locos- y ya hemos blanqueado a Le Pen, Salvini y Meloni. En el Cercle d’Economia, Sánchez ha sido claro de su ideal. Se trata de negociar las tres grandes familias europeas: democratacristianos, liberales y socialdemócratas. Sueña con que no hagan falta más votos.

Mientras eso sucede, parece que la consigna es que sigamos en el barro, porque deja a todas las fuerzas de izquierda de convidados de piedra. Es fácil que muchos, ante la improbabilidad de que el PSOE se tome en serio un programa evolutivo razonable para el Estado español, vean la estrategia de Sánchez con cierto alivio, en la medida en que prometa el final de este barrizal. Pero eso no es seguro. Los actores tienen querencias a sus papeles. Las estupideces que se dicen PP y PSOE son de tal índole que sólo se explican por el goce de la actuación. Quien las tome en serio ignora la vanidad humana y lo pegajoso que es ese barro.

Por lo demás, el hecho de que aprovechen las elecciones europeas para seguir con sus ridículas actuaciones es el testimonio de que seguimos sin tocar bola en Europa.

Se vio en el primer debate de la campaña electoral. Alemania, Austria e Italia, los viejos territorios del Sacro Imperio Romano Germánico. Aunque no fue gran cosa, al menos no hubo fango. Y por eso se divisaron tres líneas rojas: no poner palos en las ruedas de Europa, estar contra Putin y mantener el Estado de Derecho. La línea de dos Estados, Palestina e Israel, fuera del negociado por el momento. Europa ya sabe que entramos en un mundo de fuerza. Entre un mundo de fango y de fuerza, nadie parece luchar por una ley mejor en casa, en Europa y en el mundo.