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Hospitales líquidos

¿Cuántas veces hemos pensado que los hospitales son lugares desoladores? Aún así, son un referente de seguridad en el imaginario colectivo. Queremos tener un hospital cerca. ¿Y si no fuera necesario? ¿Podemos confiar en un hospital líquido?

Imagen de archivo de la fachada del Hospital Ramón y Cajal.

Imagen de archivo de la fachada del Hospital Ramón y Cajal.

 La jerga tecnológica parece a veces una tomadura de pelo y a veces un delirio poético. La investigación y la digitalización se traducen a menudo en asociaciones de ideas hermosas e imposibles, sintagmas asombrosos que doblegan el lenguaje para cambiar también esa parte de nuestra realidad. Términos como computación en la nube, algoritmos de consenso, datos sintéticos o criptografía cuántica evocan a la vez un mundo antiguo y futuro, reconocible y misterioso. Por supuesto, también pueden provocar desconfianza, frustración o rechazo en la ciudadanía menos familiarizada con el desarrollo tecnológico, a pesar del impacto tan profundo y casi siempre útil que tiene en nuestras vidas.

En esa categoría de sintagmas llamativos están los hospitales líquidos. Es una idea poderosa que me lleva a reflexionar sobre la función de inspiración y performativa del lenguaje, que no sólo describe la realidad, sino que la crea. La recrea. En el caso de la tecnología, esa transformación es a la vez material y aspiracional y nos confronta permanentemente con nuestra capacidad de imaginar, aprender y adaptarnos.

Hospital líquido es una sorprendente asociación de palabras que puede invitar a pensar en una operación de marketing para referirse de una manera sugerente a la telemedicina. La idea, sin embargo, va mucho más allá y proyecta una concepción de la asistencia médica que desborda las paredes y los límites del hospital tradicional. Los hospitales líquidos generan un espacio de atención extendido que no es físico sino conectado y que permite un abordaje de la salud más completo, eficaz y humano. Para lograr esa fluidez es necesaria la interconexión de varios entornos, extendiendo la atención sanitaria, de manera coordinada, desde lo ambulatorio hasta el núcleo familiar de los pacientes, propiciando una atención personalizada sin pisar un hospital. No es ciencia ficción, en España hay algunos hospitales líquidos que son ya una referencia de esta forma de entender la medicina, como el Hospital 12 de Octubre, de Madrid, o el Sant Joan de Déu, en Barcelona.

¿Cuántas veces hemos pensado que los hospitales son lugares desoladores? Aún así, son un referente de seguridad en el imaginario colectivo. Queremos tener un hospital cerca. ¿Y si no fuera necesario? ¿Podemos confiar en un hospital líquido? ¿Podemos imaginar un futuro en el que no sea necesario acudir físicamente a un hospital para recibir el mejor tratamiento y seguimiento médico? Podemos imaginarlo y, como el propio concepto nos invita a hacer, deberíamos fluir y adaptarnos a esa realidad.

Hay algo visual y práctico en el idioma tecnológico que es capaz de encapsular de una manera muy precisa la combinación de ambición y eficacia que define la innovación tecnológica. Es importante entender y aprender a hablar el idioma tecnológico, que está construyendo el futuro, con menos remilgos y más flexibilidad. La tecnología puede hacernos mejores, igual que las palabras pueden hacernos felices.