Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

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No cualquier tiempo pasado fue mejor, pero a veces es bueno tener presente que el futuro no siempre lleva aparejados ‘avances’ ni mejoras

Cuatro amigas en una terraza en la Rambla de Santa Coloma de Gramenet.

Cuatro amigas en una terraza en la Rambla de Santa Coloma de Gramenet. / ZOWY VOETEN

Mi madre y mi abuela Araceli siempre usaban la misma bolsa para ir a hacer la compra. Y cuando eran cosas de más peso, se llevaban el carro. Nos mandaban a los más pequeños a llevar los cascos de la botella de La Casera, o la Coca-Cola, para poder traernos otros nuevos. Y en casa de mi abuelo Pedro, a las sobremesas, las llamábamos las de ‘el príncipe’, porque los restos de comida se secaban en los platos, mientras los comensales charlaban de lo divino y de lo humano, digiriendo pausadamente las maravillosas comidas caseras de mi tita Carmelina.

No cualquier tiempo pasado fue mejor, pero a veces es bueno tener presente que el futuro no siempre lleva aparejados ‘avances’ ni mejoras. Sino más bien todo lo contrario, sobre todo en lo que concierne a la calidad de vida, los buenos hábitos de salud física y mental, o el respeto y el cuidado de la naturaleza.

Solo hace falta un poco de sentido común para darnos cuenta de todo eso. Pero como somos más papistas que el Papa, parece que hacen falta investigaciones y análisis de grandes consultoras para que nos paremos a pensar y a analizar, negro sobre blanco, la realidad de que los más jóvenes han empezado a mirar al pasado para encontrar fuentes de inspiración a la hora de mejorar su existencia.

El informe 'Generazion Z, shaping the future of consumer trends' (Generación Z: dando forma al futuro de las tendencias de los consumidores), de la consultora Iliver Wyam, pone de relieve que los nacidos a finales de la década de los noventa y principios de los 2000, buscan ahora un estilo de abuelo ecléctico’.

Al parecer, cuestionan los paradigmas de vida perfecta de sus padres y sus hermanos mayores. Cosas como asociar el éxito laboral con la felicidad, que para ellos no tienen ningún sentido. En contrapunto, prefieren priorizar su bienestar emocional frente a cualquier triunfo profesional y ponen el acento en la salud mental, como la clave del bienestar.

El estudio refleja, además, que se replantean la necesidad de volver a muchos de los hábitos de antes, como inspiración para intentar ‘reciclar’ la sociedad actual y su forma de vida, marcada por las nuevas tecnologías, las redes sociales, la hiperconectividad y el más es más. Un regreso a la austeridad y lo tradicional, que entre otras cosas, busca honrar la importancia de recuperar los patrones alimentarios de antaño.

Cocinar en casa, con materias primas locales, sin prisas. Sentarse alrededor de la mesa y disfrutar del rito de compartir la comida. Aprovechar ese momento para charlar y conectar, mientras se disfrutan los sabores, con tiempo suficiente para saber cuándo estamos saciados y con tranquilidad para digerir la comida.

Personalmente, lo que me parece mentira, es que hayamos llegado a un punto en que eso, algo tan básico que para mucha gente de mi generación era el pan nuestro de cada día, se haya convertido en un escenario idílico y, por tanto, idealizado por chicos y chicas, que supuestamente han crecido teniéndolo todo en la vida.

Los humanos somos muy dados a repetir conductas en bucle. No hay que ser sociólogo ni historiador para saber que muchas civilizaciones han vuelto a sus orígenes para intentar corregir los errores y la desmesura de sus versiones supuestamente más avanzadas.

Porque, a menudo, los excesos materiales y la soberbia intelectual, conllevan el empobrecimiento de los recursos, los reales y los anímicos, y la única opción posible parece ‘resetear’ y volver al inicio de la partida, para intentar mejorar nuestra aportación, nuestro pequeño y casi insignificante capítulo.

No hay nada de malo en que la gente con menos años y con el futuro por delante se replantee cambiar las reglas de juego inspirándose en el pasado. Al contrario, la humanidad, como la conocemos, sería bien distinta si hubiésemos puesto el acento no solo en no repetir los errores de quienes nos precedieron, sino también, en mantener y reutilizar sus logros, sus usos y costumbres, cuando probaron ser buenas para su desarrollo y su bienestar.

Mirar atrás y repetir modos de vida menos consumistas, más sencillos y más pausados, puede ser sin lugar a dudas el legado más importante que los zentenials podrían ofrecerle a sus hijos o a sus nietos. Porque, siendo realistas, no vivimos mejor, sino más tiempo, y tal vez desandar el camino, sea el único antídoto posible para mejorar nuestro futuro y nuestro legado. No solo para los que vendrán, sino también para el planeta y la Historia.