Opinión | EXTREMADURA DESDE EL FORO

La presión ‘ambiental’ ante la incertidumbre

Han pasado años (y pandemias) desde el famoso informe sobre la “era del desorden”, en la que definitivamente nos hemos instalado. Solo que quizás nos estemos adentrando, no en una etapa distinta, sino en un estadio más avanzado: la era de la incertidumbre

Panel del Ibex 35

Panel del Ibex 35 / archivo

Hace pocas semanas comentábamos aquí, en esta columna, la sólida subida en el precio del oro y lo que esto explicaba. Al final de aquella reflexión hacía un triple vaticinio mediante los “posos del café” del ascenso del preciado metal. Desde el punto de vista financiero, la vuelta de los bancos centrales a los tipos bajos. En cuanto a las materias primas (y, por tanto, al comportamiento de la industria), un nuevo ciclo alcista. Y, para la visión política, el crecimiento de las tensiones geopolíticas. No eran hipótesis demasiado arriesgadas, hay que ser honesto. Pero no siempre se acierta completamente, así que disculparán la siguiente palabra: ha sido un ‘pleno’.

La Reserva Federal y el Banco Central Europeo ya se miran de reojo, viendo quién da el primer paso a una desescalada de tipos que parece evidente. De hecho, la recuperación del mercado de operaciones en Estados Unidos y la valoración bursátil de la banca europea son claros síntomas de que los mercados apuestan a que se rebajarán sus costes de financiación. El cobre y el aluminio acumulan semanas de subida, con las reservas inalteradas. Otros como el zinc y el níquel siguen la misma senda, con subidas más moderadas. Incluso el plomo, que vivió una fuerte caída al final del 23 debido a la debilidad en la demanda asiática, ha recuperado precios del inicio del pasado ejercicio. Por supuesto, influyen las sanciones a Rusia (gran parte del stock en el mercado del aluminio, por ejemplo, tienen trazabilidad rusa, por lo que está ‘congelado’) pero no da plena cobertura a este incremento.

¿Qué implicaciones en el corto plazo tiene la confluencia de estos factores? Lo cierto es que resulta una pregunta compleja, porque se trata de mezclar una variable que funciona – mejor dicho: despliega todos sus efectos- en el medio y largo plazo (política monetaria) con otro que reacciona de forma prácticamente inmediata hacia las ‘sensibilidades’ del mercado (materias primas). La suma de ambos factores aumentará la presión en el ambiente durante todo el 24. El comportamiento de las economías occidentales parece apuntar a crecimiento. Europa ha visto reducido la tensión de la inflación, gracias a la reducción (¿o le llamamos “normalización”?) de los costes energéticos, al repunte de la demanda industrial en Asia, que favorece a las empresas auxiliares europeas, y aumentado el gasto público en defensa significativamente. De hecho, algunas casas de estudio revisan al alza las previsiones de España, al igual que otras economías homólogas en la región (aunque del déficit estructural, claro, hablamos otro día). Más madera para mantener el ritmo económico. Sí, es innegable que está ocurriendo, y quizás de una forma sorpresiva en una Europa que no presentaba estos augurios, pero la cuestión es otra: ¿es sostenible? Aquí juega un papel fundamental el tercer pronóstico que antes desglosábamos: la tensión geopolítica.

Han pasado años (y pandemias) desde el famoso informe sobre la “era del desorden”, en la que definitivamente nos hemos instalado. Solo que quizás nos estemos adentrando, no en una etapa distinta, sino en un estadio más avanzado: la era de la incertidumbre. Tal y como pasa con el cambio climático, esto no implica un calentamiento continuo de las economías o la presencia de una crisis continúa o sistémica. No. Lo que definirá los próximos años es la posibilidad de diversas crisis, con escalas distintas, con orígenes muchas veces inesperados (y no hablamos de los famosos “cisnes negros” de Taleb) o la producción de fenómenos improbables y presuntamente difíciles de producir. Una nevada de una semana en una ciudad en la que nunca nieva o unas lluvias torrenciales en pleno verano tienen una explicación científica. La caída de gigantes tecnológicos o el hundimiento del precio de una materia prima o un criptoactivo (por hablar de posibles “apuestas”), también. Sólo que serán justificaciones no anticipadas.

La incertidumbre no vendrá de la economía, sino de la mano de una presión política que no sólo toma forma de conflictos bélicos, sino de la exagerada polarización social, de resultados electorales inesperados y de las tensiones derivada de la neopolítica de bloques. La gestión de esta incertidumbre, y sus derivaciones, será la clave en los próximos años.n

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