Opinión | DESPERFECTOS

El método Puigdemont

Su manera de actuar es personal e intransferible. A la larga, fungible; de entrada, emocionalista y fuera de la ley

Carles Puigdemont durante la presentación de su candidatura a las elecciones del 12 de mayo.

Carles Puigdemont durante la presentación de su candidatura a las elecciones del 12 de mayo. / EFE

Existe un método Puigdemont que no es cartesiano ni empirista, ni lógico ni científico. Lo que sabemos es que es personal e intransferible. A la larga, fungible; de entrada, emocionalista y fuera de la ley. Abunda en gestos extemporáneos y pre-modernos que se asemejan a las campañas estacionales de las guerras carlistas, con sus caudillos itinerantes. Carles Puigdemont ostenta un método rancio, con pronunciamientos decimonónicos, conspiraciones siempre fallidas como las de Lluís Companys y las proclamas de balcón de Francesc Macià. Por eso su léxico político no está contaminado por la modernidad ni las bajas necesidades de la sociedad de masas. Ofrece el excepcionalismo de la Catalunya del siglo XIX a lo que es un mundo de empresas emergentes, capitales de riesgo y volatilidad ciudadana.

La sustentación de su liderato del 'procés' suele concentrarse en referencia atávicas y gestos imaginariamente ancestrales. De ahí la táctica en curso que es intentar convertir unas elecciones autonómicas en un referéndum: Puigdemont sí o sí. De ahí también que él mismo haya anunciado que si no es investido no tomará posesión de su escaño porque para estar en la oposición no vale la pena. Es una recusación muy peculiar del sistema de prueba y error que fundamenta la democracia, la alternancia, la fiscalización del poder, el respeto a las minorías.

Así está siendo su paso por el Parlamento Europeo, anacrónico, con filiaciones próximas a una extrema derecha inconfesable y con la sombra del putinismo, a semejanza del tanteo de Macià al buscar apoyo de Moscú para la intentona armada de Prats de Molló. En realidad, no hay la menor constancia de que Puigdemont se haya interesado por ninguno de los asuntos más vibrantes de la Europa del siglo XXI: es la ventaja de ser monotemático.

El procesismo introdujo en la vida pública un enorme sofisma: si Catalunya rompía con España no iba a quedar fuera del sistema institucional de la Unión Europea. Es más: se beneficiaría de su nuevo “status” de república independiente, sin tener que seguir el procedimiento de ingreso. Al menos en apariencia, ahí sigue Puigdemont. En las fotos de su célebre encuentro con el secretario de organización del PSOE en Bruselas, todo el absurdo de esta hipótesis fue ostentoso. Ya no sorprende: lo que sorprendió fue que el partido de Indalecio Prieto y Felipe González aceptase posar ante las cámaras para una escena más bien propia de conjuras balcánicas.

Poco predispuesto a considerar que pueda haber otras maneras de entender Catalunya y de defender sus intereses, para Puigdemont el pluralismo crítico es una flaqueza, del mismo modo que las formas democráticas y el Estado de derecho solo tienen sentido si son útiles para desvincularse por completo de España.

Así está Junts, alquilando autocares para que los fieles a Puigdemont vayan a sus mítines electorales en el sur de Francia. Es la antítesis del retorno de Josep Tarradellas. Si la campaña de Puigdemont logra concentrar el voto independentista, el coste general será elevadísimo. Al fin y al cabo, Puigdemont llegó a la presidencia de la Generalitat porque la CUP vetó a Artur Mas.