Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Nacho Vidal, casi tan obsesionado por el sexo como Freud

El órgano del actor porno acapara más primeros planos que su rostro en dos millares de películas mal contadas

Nacho Vidal

Nacho Vidal / Europa Press / A. Pérez Meca

«Érase un hombre a un pene pegado, / érase un pene superlativo», dejó escrito Quevedo a propósito del órgano de Nacho Vidal que acapara más primeros planos que su rostro en dos millares de películas mal contadas. Ser sobrehumano, ha interpretado en público una media de un par de actos sexuales diarios y cobrando, aunque no tanto como sus compañeras de reparto. Y este Pijoaparte literal, en cuanto mataronés nacido de Inmaculada González, ha rendido tributo a los versos quevedescos que le definen en rodajes tan inspiradores como Higos maduros, nabos duros. Nadie ha visto una película entera de Nacho Vidal, pero todos se atreven a juzgarlo por fragmentos de cinco minutos de su oeuvre monumental. Llamadlo Penacho Vidal, por analogía literal con «ese pedacho de fistro», del también poeta Chiquito de la Calzada. Atreveos a decir que no contribuye a promocionar paisajes de cine, cuando desnuda sus pasiones en Bimbo Bangers from Barcelona, un título imprescindible pero descatalogado. Sin olvidar la patriótica Made in Xspana. Penacho Vidal no es un vulgar actor, que coloca una prótesis en las carencias del espectador de sus creaciones. Es literalmente un analista, casi tan obsesionado por el sexo como Freud. En la jerga escolástica, su carrera de depravación por fuerza debía desembocar en el reproche penal, que en esta ocasión no viene de pene. Lo quieren sentar en el banquillo por la muerte de un fotógrafo en El rito del sapo bufo. En efecto, parece el título de una de sus películas, incardinable en las nueve entregas de Hot Latin Pussy Adventures aunque se trate únicamente de una sustancia tóxica.

Sexo y homicidio conforman el cóctel irresistible. Como diría el propio artista, Sex, lust and videotapes, la imprescindible película de 2000 en la que remataba la saga iniciada once años antes por Steven Soderbergh. Los jueces acusan al actor de que «no adoptó ninguna precaución», tal que si encarara al «sapo bufo» como a cualquiera de sus compañeras de rodaje. En todo caso, los tribunales acogerán la interpretación más difícil de Penacho Vidal, porque tendrá que actuar vestido. Penacho Vidal ha superado la discriminación que sufren los actores blancos en el porno. A fuerza de trabajo, porque ha tenido más parejas que espectadoras. Su vigencia tras numerosas jubilaciones prematuras obliga a consignar que acaba de incumplir los cincuenta. Sin embargo, obras tardías como Panty Raiders lo muestran menos crepuscular que literalmente peninsular, aislado junto a su órgano profesional como Hamlet enarbolando el cráneo del bufonesco Yorick.

El cerebro es «el segundo órgano favorito» de Woody Allen, por citar al hermano mayor homenajeado por Penacho Vidal en Big Dick Brother. Y del mismo modo que los humoristas excepto Eugenio degeneran por sistema en filósofos de almanaque, todos los actores porno acaban creyendo que el sexo se ajusta a exigencias cerebrales. En nuestro auteur, la espiritualización corruptora se aprecia sin más que saborear alguna escena de Sextasis, con su inclinación al misticismo. En ese preciso instante sobreviene la crisis, que amenaza hoy al chamán del sapo bufo.

Penacho Vidal es el alumno superdotado de Rocco Siffredi, el punto en que la pornografía asciende a disciplina olímpica. Son el Dream Team del porno masculino, y no solo porque Magic Johnson y sus compañeros de Barcelona’92 frecuentaran la Sala Bagdad donde nuestro protagonista se estrenó como actor en vivo, siempre desnudo. Aunque suene a pareja circense, Vidal y Siffredi equivale a ver a Messi y Ronaldo en el mismo equipo. La colaboración detrás de la pantalla se trasladó a proyectos conjuntos como la inolvidable Rocco: Animal Trainer.

A pesar de su anatomía impecable para las exigencias del porno, Penacho Vidal suscita la misma primera impresión pésima que un Joaquin Phoenix. Mientras despliega el ballet de sus mecanismos hidráulicos, despide un aspecto satánico y virulento. No destila en sus prestaciones ni un átomo de dulzura hacia sus parejas únicas, simultáneas o sucesivas. Mira al espectador abrumadoramente masculino con una superioridad que en sí misma confirma al porno como el arte de la sumisión. La prepotencia contra la impotencia, que Penacho Vidal definió desde la dirección de Pornological. La pornografía es al alma como la obesidad al cuerpo, un tabú con tendencia al exceso. Al margen de sus problemas con la justicia que lo quiere criminal, Penacho Vidal es una víctima por lo civil del voyeurismo universal. Inconfundible, sin necesidad de verle la cara.