Opinión | IGUALDAD

Mujeres impecables

Todo es respetable, y cualquier mujer debería ser libre para decidir si trabaja o no, pero me pregunto cuánto hay de imposición

Verónica Forqué

Verónica Forqué

Hace ya unos años, en plena dictadura, Pilar Primo de Rivera dirigió la Sección Femenina, una especie de alternativa a la mili, e igual de obligatoria. Debía participar en ella toda mujer soltera si quería presentarse a una oposición o renovar el carné de identidad. Duraba seis meses, y también se podía sacar el título a distancia si la alumna estudiaba un manual enorme dividido en apartados con títulos tan significativos como: Ropa blanca, Decoración o Enseñanzas del hogar. Con este libro o con el curso se buscaba garantizar la formación de amas de casa perfectas que lo mismo pudieran zurcir un calcetín, coger un punto a una media, preparar platos exquisitos o mantener la casa en orden. El fin último era fomentar la natalidad, y liberar a las mujeres de la esclavitud de las fábricas y los talleres, y en general, del ámbito público. La mujer virtuosa, o sea, la aceptada por la sociedad, era la que se quedaba en casa, abandonando el trabajo, para ocuparse de las tareas domésticas, su marido y sus hijos. Así se cumplían dos objetivos: por una parte, la natalidad aumentaba en una población diezmada por la guerra, y por otra, las mujeres eran mucho más fáciles de controlar.

También se acababa el paro, por supuesto, si eran ellas las que se apartaban del mundo laboral. Esto que ocurría en el franquismo, y marcó a toda una generación que educó así a sus hijas parecería un atavismo, una muestra que exhibir en un museo o en un documental. Lo parecería sí, si las redes sociales no se hubieran llenado desde hace poco con la tendencia #SAHGF, Stay At Home Girlfriend, que acumula más de 165 millones de visualizaciones en TikTok. Trasladado al siglo XXI, viene a decir lo mismo de lo que hablábamos antes, solo que exhibidodurante veinticuatro horas. Novias estupendas se quedan en casa y se cuidan en rutinas casi militares para agradar a sus maridos, y al mismo tiempo, cocinan para ellos, limpian para ellos, y se dedican a meditar para ofrecerles descanso y consuelo cuando ellos, pobres, vienen de trabajar estresados de un mundo del que ellas se han apartado voluntariamente. La novia que se queda en el hogar luce siempre impecable y tiene todo impecable para contentar a su pareja. Tu marido debería ser siempre lo primero, proclaman también las tradwives, mujeres que abjuran del trabajo para dedicarse en cuerpo y alma a la familia. Todo es respetable, y cualquier mujer debería ser libre para decidir si trabaja o no, pero me pregunto cuánto hay de imposición, cuánto de postureo, cuánto de control en estas tendencias que, casualidad de las casualidades, siempre afectan, siempre apartan del mundo laboral, siempre encierran y silencian a las mujeres, convertidas en objetos hermosos, puro adorno, en un mundo que mañana celebra el Día de la Mujer Trabajadora, al parecer, más necesario que nunca.