Opinión | LA SUERTE DE BESAR
Enfado
Ante el panorama actual desearía tener unos políticos que estuvieran a la altura. Mucho me temo que no. Y es una desgracia
El coche está aparcado en un polígono. Delante de una tienda de colchones y canapés. La calle está sucia, con restos de cristales, papeles y bolsas de plástico. Al fondo, el ruido de la autopista. A pesar de lo desolado del paisaje, un gallo cacarea. Hay esperanza. Algo dentro del coche me llama la atención. Es un hombre envuelto en una manta. Parece un faraón en su sarcófago. Ha tumbado los asientos, colocado los pies en el cambio de marchas y la cabeza en el maletero. Sólo sobresale su nariz. Una hora más tarde está sentado en el asiento del conductor. Sigue tapado hasta las cejas. Ha puesto en marcha el coche y la calefacción a tope. Mira su móvil. Si levanto la vista, veo una furgoneta con cortinas. Las nuevas viviendas. Si todos levantamos la vista, las veremos. Una colchoneta debajo del puente de la autopista, cuatro palos en el descampado adyacente al centro comercial o dos cartones en un portal. Pero, para verlos, hay que levantar la vista y abrir bien los ojos.
Mientras el problema del acceso a la vivienda es una losa que debería estar en el centro de las políticas públicas, nuestros representantes políticos y empresarios se han dado cita en Fitur. Algunos sentimos ansiedad al leer los buenos augurios. Superaremos el número de turistas, vendrán más cruceros, ampliaremos el aeropuerto, contrataremos a más conductores de autocares para hacer frente a la alta demanda y habrá mayor conectividad entre las islas para que los visitantes puedan ir y volver con celeridad y comodidad. No es que no nos alegremos de que la economía vaya bien y las previsiones sean extraordinarias, es sólo que sabemos que todo esto sucede a costa y en contra de nuestro mínimo bienestar. Bye bye playas, terrazas o caminatas tranquilas por la montaña.
Y, mientras sucede todo lo anterior, la acritud, mala educación y el tono bronco en el discurso político autonómico y nacional siguen incrementándose. Se han normalizado los insultos, escraches impresentables y expresiones escalofriantes como ‘golpe de estado’. Hay mucho descerebrado y exaltado suelto, pero también hay personas respetuosas y con un sentido común aplastante que se sienten decepcionadas y desencantadas con el espectáculo actual. Con la de problemas reales que hay y que nos afectan a todos, estamos enredados con una ley de amnistía que pretende colarnos a un pulpo como animal de compañía o se permiten comentarios y comportamientos que siembran dudas sobre la independencia del poder judicial. Un buen gobierno está para dar seguridad y confianza a la ciudadanía. ¿Hay alguien ahí?
Y, mientras todo lo anterior sigue sucediendo, asistimos a un panorama en donde la diplomacia internacional parece estar en pañales y falla estrepitosamente, donde surgen como setas nuevos líderes políticos ultras que prometen soluciones que nos llevarían a principios del siglo XX, nos enteramos de que drones de fabricación europea acaban con vidas inocentes, hay barcos de carga atacados en el mar Rojo por milicias apoyadas por Irán o somos testigos de una masacre a un pueblo entero y a una total desestabilización geopolítica.
Odio estar enfadada, pero esta semana lo estoy. O puede que sea decepción, tristeza y miedo lo que realmente siento, porque el desafío es grande y quienes nos gobiernan tienen una muy escasa amplitud de miras. Y de inteligencia.
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