Opinión | MADRID CON GAFAS PLURALES

Serpientes de metal

Te gusta sentarte y observar, porque el transporte público siempre es el termómetro de las vidas

Una parada de metro

Una parada de metro / Metro Madrid

Al principio es el vértigo, la velocidad. Todo el mundo parece llevar mucha prisa, los abrigos vuelan sobre los tornos metálicos, se oye el pitido de unas puertas que se abren y se cierran y una riada humana se precipita sobre el vestíbulo, sobre ti, que estás ahí parada sin saber muy bien adónde mirar. Es la primera vez que coges un metro sola. Tienes 21 años y es el comienzo de una relación intermitente con la ciudad más grande en la que has vivido: Madrid. Desde entonces no has dejado de mudarte; siempre de aquí para allá como una mariposa monarca.

Seis años después recuerdas aquello con una sonrisa cada vez que sacas tu vieja tarjeta de transporte. La fotografía está desgastada, en ella sale una chica con cara de animalillo asustado. Ahora ya no le teme al ofidio metálico, hace tiempo que memorizó todos sus recorridos.

Hoy, has vuelto a la ciudad y sus trenes. Te gusta sentarte y observar, porque el transporte público siempre es el termómetro de las vidas. Desde los convoyes abarrotados de Vía Carpetana a los vagones medio vacíos en Serrano. La quietud donde se acomodan las chicas de chaquetas color crema, los hombres con el chaleco bajo el abrigo entreabierto o los chavalitos iguales, pulcros, peinados como niños bien frente al bullicio obrero salpimentado de mochilas amarillas y videollamadas a todo volumen con aquellos que se encuentran a un océano de distancia. 

Te sientas, los miras y piensas en que Madrid, como todas las grandes urbes, está erigida sobre la sangre del extraño.