Opinión | PARECE UNA TONTERÍA
El protagonista
Hay objetos que manifiestan de vez en cuando la vocación inexpugnable de convertirse en seres animados
Hablé con una amiga escritora, que me anunció que en un mes saca nueva novela. Me gustó el título, para empezar. Después me preguntó cuándo se publica la mía, y si en ella sale un actor sueco. Por qué un actor sueco, me quedé pensando. Le expliqué que solo había personajes gallegos y mexicanos, y ninguno de ellos actor. "Todavía", comentó ella, enigmáticamente. Me quedé otra vez pensativo, y de pronto solté: "Pero puedo meter uno si quieres". Son esas cosas que dices sin pensarlas, por agradar, o porque bebiste, o porque eres tonto, sin más. "Hazlo. Que entre y salga, como los osos en el teatro isabelino. Mete un actor sueco o danés, total, ¿existe diferencia?".
Por suerte para mi novela, hay una escena en la que participa gente de todo tipo, mencionada apenas por su profesión, de modo que añadir un actor sueco donde ya aparecen un conferenciante de ciberseguridad, una escritora de libros de terror, una agente de la inteligencia israelí, un representante de una gran farmacéutica, un traficante de armas, un empresario de la construcción, el dueño de una acería o una diplomática china no me suponía ningún problema.
"¿Qué quieres que meta yo en mi siguiente libro?", me ofreció a cambio. Primero sopesé decir un cocker spaniel llamado Drazen, pero al final me decanté por un mechero. Uno que pusiese "Vota PP. Pídecho Baltar", que fue un mechero muy popular en Ourense, que repartió el expresidente de la Diputación en una de sus célebres campañas electorales, permaneciendo en miles de hogares de la provincia durante años. "Hecho", respondió, y me dejó más tranquilo.
Enseguida empecé a fantasear con que "mi" mechero acababa volviéndose una pieza clave del libro de mi amiga, como en Hotel Tívoli, la segunda película de Antón Reixa, en la que el espectador sigue el itinerario de un encendedor que sus distintos dueños van perdiendo sucesivamente, hasta armar una docena historias diferentes que transcurren en diez ciudades distintas de Groenlandia, España, Portugal y Argentina.
Hay objetos que manifiestan de vez en cuando la vocación inexpugnable de convertirse en seres animados. Los humanos, además, los tratamos como tal. Thomas Edward Lawrence (Lawrence de Arabia) tuvo siete motocicletas, y a todas ellas las bautizó con un nombre. De hecho, a todas las llamó George, en honor a su amigo George Bernard Shaw. Con George VII sufrió un accidente y se mató. Final más bonito no se pudo planear. Más recientemente, Edward Carey acaba de publicar en español una novela con un tapón de bañera llamado James Henry Hayward como protagonista.
Todas las vidas dan refugio a objetos que con el tiempo quizá se vuelven inútiles, pero que siguen a nuestro lado por su extraordinario peso sentimental. Nos negamos a deshacernos de ellos bajo la ilusión de que tal vez un día renazcan y cumplan otra vez un cometido trascendental. Resisten el paso del tiempo, la llegada de lo nuevo y de lo útil, hasta erigirse un día en depositarios de una biografía: la biografía privada de sus propietarios.
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