Opinión | VERDIALES

Más inteligencia y menos artificio

No niego la utilidad y el beneficio de muchos de los avances que ha traído consigo la IA, pero seamos cautelosos

Creación artística de Inteligencia Artificial.

Creación artística de Inteligencia Artificial. / Generador de imágenes de la IA de BING para T21/Prensa Ibérica, desarrollada con tecnología de DALL·E.

Confieso que no sé cómo se usa la aplicación ChatGPT. Es más, hasta hace bien poco ni siquiera sabía cómo se escribía, me liaba con el orden de las letras finales y terminaba, siempre que quería escribirla o pronunciarla, buscando la palabra en Google, que es la versión perversa de la memoria colectiva.

Sí estoy al tanto de en qué consiste sin necesidad de recurrir al buscador que todo lo sabe: es una tecnología que, usando la inteligencia artificial, permite mantener conversaciones mediante preguntas trasladadas por el hombre a la máquina, siendo esta capaz de elaborar textos, sesudos o intrascendentes, en base a la información proporcionada por el sujeto humano sin ser éste a veces consciente de esa transacción ni de sus consecuencias.

También me enteré, porque la noticia salió en todos los medios y, aunque con frecuencia me pasa como a Sharon Olds y he de distanciarme de la realidad para poder soportarla, leo la prensa y veo y escucho los informativos, de la rocambolesca historia de Sam Altman. El cerebro detrás de ChatGPT fue despedido por su propia empresa, OpenAI, después de que la junta directiva le acusara de no ser “consistentemente sincero en sus comunicaciones”.

Estuvo Altman poco tiempo desocupado: Microsoft lo contrató según salió por la puerta, aunque a los pocos días regresó a su antiguo puesto después de que la gran mayoría de empleados de OpenIA amenazara con dimitir si no se le readmitía.

Riesgos

Unos meses antes de este culebrón más propio de la T.I.A. de Ibáñez (cómo se le extraña, a él y a todos los genios en pantuflas) que de Silicon Valley, uno de los padres de la inteligencia artificial (hay muchos, es una paternidad múltiple y muy disputada que se remonta a Alan Turing), el británico Geoffrey Hinton, dejó su trabajo en Google para poder advertir, sin perjudicar a la empresa de Sundar Pichai, de los riesgos de la tecnología que él mismo contribuyó a desarrollar.

“Había gente que creía que las máquinas podrían volverse más inteligentes que las personas, pero la mayoría pensaba que eso estaba muy lejos. Yo mismo pensaba que faltaban de treinta a cincuenta años, o incluso más. Obviamente, ya no pienso eso”, dijo Hinton en la entrevista para The New York Times en la que anunció su decisión.

Van décadas, ya, desde que empezamos a usar esta tecnología, a permitir su avance cediendo datos a través de consentimientos nunca leídos

No estoy yo en condiciones de valorar su actuación ni de ponerme a analizar los motivos de las idas y vueltas laborales de Altman. Me falta información, desconozco casi todo de un campo, el de la inteligencia artificial, que, sin embargo, lleva largo tiempo formando parte de nuestra cotidianidad, probablemente sin que lo sepamos. Van décadas, ya, desde que empezamos a usarla, a permitir su avance cediendo datos a través de consentimientos nunca leídos, sólo aceptados con tal de no perder un minuto de ese valioso tiempo que ya no sabemos cómo malgastar.

Ni apocalíptica ni integrada

No soy apocalíptica y tampoco integrada, definiciones que el maestro Umberto Eco nos regaló a mediados de la década de los sesenta para enfrentarnos a la cultura de masas. No voy a echar por tierra la utilidad, y hasta la bondad, de muchos de los avances, en medicina, en informática, incluso en el ámbito doméstico, en lo que se nos ocurra, que ha traído consigo la inteligencia artificial.

Pero sí soy prudente, y muy observadora. Y, por ello, me llama tanto la atención que ese tema de conversación haya sustituido, por ejemplo, a la meteorología, tan recurrente como inocua, en las recientes comidas y cenas navideñas.

Está claro que es una revolución, pero nada tiene que ver con la industrial. No me opongo a ella. No podría, soy parte implicada. Pero seamos cautelosos. Fue lo que intenté argumentar en una de esas sobremesas, en la que fui testigo de la aceptación de la inteligencia artificial como algo inevitable y beneficioso, sin reparar demasiado en sus peligros.

No quisiera yo llegar a ser diagnosticada, de lo que fuera, por nadie que no sea un médico de carne y hueso, ni leer nada que no haya sido escrito por una persona que duda, luego existe. Es sólo la punta del iceberg, y ya saben lo que le pasó al Titanic.