Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Eve Gilles, la belleza cuestionada

Miss Francia 2024 es delgada y lleva el pelo corto. Atributos que han disparado un debate absurdo y extemporáneo

Eve Gilles

Eve Gilles / EPE

Hay debates de enjundia. Algunos de vital importancia. Otros, agrios y baldíos, como la leche echada a perder. Después están los efervescentes, los que parecen surgir porque hay ganas de discutir, de mostrarse, de parecer ingenioso o guerrero. Polémicas que se incendian porque las opiniones se lanzan como teas ardientes, esperando que prendan en algún pajar. Las reacciones que ha suscitado la ganadora del concurso de Miss Francia parecen suscribirse a este último. Cerillas arrojadas al debate del feminismo, la feminidad, el sujeto del deseo y los moldes que, supuestamente, definen a una mujer. Un debate que parece absurdo y extemporáneo. Y, precisamente por ello, de rabiosa actualidad.

La elegante Eve Gilles ha sido coronada reina de la belleza francesa 2024. Se podría recurrir a la tópica comparación de su figura con la de una gacela esbelta y grácil o evocar a la icónica Audrey Hepburn. Un retrato más aséptico destacaría su silueta andrógina y, ¡oh dios mío!, su cabello corto. Y las admiraciones y la apelación a la divinidad no son un puro capricho literario. Que un pelo corto femenino resulte un escándalo en pleno siglo XXI resulta en sí mismo tan pasmoso que requiere la ayuda de una exclamación. Y que el pecado se esconde entre los mechones femeninos es algo que las religiones han tenido –o tienen– bastante claro.

El cabello oculto bajo la cofia del hábito tradicional de las monjas, el velo que cubrió la cabeza de las católicas en las iglesias y que empezó a abandonarse a partir del Concilio Vaticano (1962-1965), la peluca o el pañuelo de las comunidades ortodoxas judías, el velo de las mujeres musulmanas… Someter el cabello femenino ha sido –es– un modo de sojuzgar a las mujeres. A su vez, la melena se erige en un símbolo de feminidad, un elemento tradicional que cabe preservar. No fue hasta el final de la Primera Guerra Mundial cuando la mujer se cortó el pelo. Un tijeretazo que fue moda, pero también representación de un nuevo papel en la sociedad.

Estadística

Pero no estamos en los felices años 20 del siglo pasado, aunque la flamante Miss Francia se ajusta perfectamente al canon de belleza que entonces se impuso: adiós a la melena y bienvenida una silueta alejada de las curvas. Gilles nació en Dunkerque en 2003. Su madre es de isla de la Reunión (enclave francés en el océano Índico, muy cerca de Madagascar), fue a la Francia continental a estudiar, conoció al que sería su pareja y formaría con él una familia con tres hijas. La pequeña, la recién coronada, empezó a estudiar Medicina, pero abandonó la carrera para cursar Matemáticas en la universidad de Lille. Quiere ser estadística. Durante un tiempo, trabajó en una fábrica. 

Para la prueba, Gilles apostó por acentuar su silueta andrógina con un cabello corto. Atrás quedó la melena larga que lucía por debajo de la cintura en 2020. Sin duda, la opción fue acertada. Se llevó la corona… y también las críticas. La oleada de rechazo en las redes adquirió tal envergadura que varias personalidades públicas han intervenido a favor de la joven. No gusta su delgadez y, menos aún, ese cabello corto: la primera vez que sube al trono francés una mujer sin larga cabellera. Entre las acusaciones, critican al concurso por haberse convertido en una plataforma de la "inclusión".

Gilles no ha callado: "La gente me ve demasiado delgada, con pocas formas; me han dicho que tengo aspecto de anoréxica, pero yo no he escogido mi cuerpo. Es mi metabolismo. Quiero mostrar que asumo mi cuerpo. Sí, no tengo pecho, pero no soy menos mujer por ello, no soy menos femenina", ha reivindicado.

Ser más o menos mujer por el tamaño del pecho… Vale la pena detenerse en esta reivindicación. Parece obvia, pero en estos días en los que se reclama la definición de mujer con ánimo belicoso, en los que se mira la biología como el único y exclusivo marco para definir el género, ilustra el retroceso ideológico en el que andamos empantanados. El escándalo es aún más incomprensible por haberse producido en el país que exportó al mundo el estilo 'garçonne', que encumbró a personajes tan provocadores como Colette –la escritora que se cortó la trenza, se vistió de hombre y se desnudó a principios del siglo XX– o adoptó con arrobamiento a la icónica Joséphine Baker, la bailarina y cantante afroamericana que subvirtió estereotipos en los años 20. Avanzamos por el siglo XXI, pero Gilles nos enseña que hay que seguir batallando para mantener todo lo conseguido.