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Los perros, al fin con correa

Llevar a los animales sueltos está prohibido desde el pasado 18 de diciembre, excepto en las 225 zonas de la ciudad habilitadas para ello (parques, plazas o tramos de calle) y en determinadas franjas horarias

Los cachorros sueñan más que los perros adultos

Los cachorros sueñan más que los perros adultos / Pixabay

Yo confieso. Vivo desde hace siete años con un perro al que adoro, Pipo, un chucho callejero, con una oreja subida y otra siempre bajada, pero con unos ojos gigantes y ultraexpresivos. Lo adopté cuando tenía tres años después de que una protectora lo encontrara en una finca agrícola de Huelva, errante y con signos de maltrato, y lo trasladara a un refugio en la sierra de Madrid. 

Al recogerlo, me dijeron que desconocían casi todo sobre su vida anterior. Pero estaban seguros de que fue abandonado tras vivir en una casa, por sus modales de 10 y por su buen comportamiento con los humanos. Con los demás perros ya es otra historia y Pipo suspende en sociabilidad. 

Obediente y tranquilo, nunca orina en fachadas ni en mobiliario urbano. Como lo quiero demasiado para perderlo por un extravío, atropello o ataque de otro animal, siempre pasea atado por las calles y parques del barrio. Sucede así a pesar de que hasta ahora Barcelona haya permitido la vida sin correa. Yo, que únicamente le dejo suelto en la montaña o en la casa de campo familiar, resoplo cada vez que, como anoche, coincido con un perro sin sujeción y con un humano despistado e incívico. Sobre todo, si, móvil en mano, sólo mira al frente para pronunciar las palabras mágicas ante un transeúnte asustado: "Tranquilo, que no hace nada".

La buena noticia es que todo cambiará con la normativa municipal sobre los perros en el espacio público. Llevar a los animales sueltos está prohibido desde el pasado 18 de diciembre, excepto en las 225 zonas de la ciudad habilitadas para ello (parques, plazas o tramos de calle) y en determinadas franjas horarias. Hacerlo fuera de estos espacios acarreará sanciones que oscilan entre 100 y 300 euros, con posibilidad de elevarse a 600 y hasta 2.400 euros si las infracciones son consideradas graves.

El cumplimiento de la ordenanza es esencial para acabar con el incivismo de los dueños de los perros y para garantizar el bienestar de animales como Pipo.