Opinión | SÁBADOS SOCIALES

Para Belén, in memoriam

La muerte confunde los tiempos verbales, todo es pasado para ella, pero a nosotros nos cuesta abandonar el presente

"Dejen de contar las ausencias y preocúpense de los presentes, porque las ausencias crecerán y ya no habrá remedio"

"Dejen de contar las ausencias y preocúpense de los presentes, porque las ausencias crecerán y ya no habrá remedio" / Freepik

Se llamaba Belén, se sigue llamando así en la memoria de quienes la quisimos tanto. La muerte confunde los tiempos verbales, todo es pasado para ella, pero a nosotros nos cuesta abandonar el presente.

Para mí es, era, Bertru, un nombre inventado, una contraseña entre dos (yo tenía otro nombre secreto) creado en esas tardes interminables de verano, en Navalmoral, nuestro pueblo, cuando para ser amigas hacían falta cosas tan importantes como tener una hermana mayor comprensiva, usar lentillas, comer sandía y querer aprender latín.

Así está apuntado en un diario a dos que escribimos en aquellos años en que ser feliz era tan fácil como madrugar para ver a la selección española de baloncesto en Los Ángeles, quedar con Pepe a las cuatro en agosto para merendar a cuarenta grados, grabar cintas, jugar interminables partidas de parchís con reglas inventadas, cantar a Pablo Milanés o a los DireStraits, enamorarse a ratos casi siempre para contarlo luego entre risas. Luego, como suele suceder, la vida nos colocó en ciudades distintas.

Aun así, seguimos con nuestro plan secreto: estudiamos latín, dimos clase, tuvimos hijos que cumplen años casi a la vez. No nos veíamos, pero hablábamos y bastaba una palabra para que se encendiera una chispa que creíamos apagada, y no lo estuvo nunca.

Me hubiera gustado escribir una columna sobre luces, consumismo, sillas vacías y todo eso que resulta ya un lugar común por estas fechas"

Se llamaba Belén, Bertru para mí, y era una de las mujeres más divertidas e inteligentes que he conocido nunca. Tal vez nos unió nuestra forma de hablar atropellada, o que tuviéramos hermanos también amigos, o que tuviéramos a Pepe, el otro vértice, para que el triángulo nunca se rompiera. Ahora da igual. Me hubiera gustado escribir una columna sobre luces, consumismo, sillas vacías y todo eso que resulta ya un lugar común por estas fechas.

Pero ella ya no está, y no habrá más ocasiones para que empecemos a reír sin medida. Me gustaría saber aconsejarles, decirles que no dejen que la chispa se apague, que no permitan que pase el tiempo sin abrazar a quienes quieren; pero Bertru se merece otra cosa, menos tibia, más salvaje, tan fantástico como las historias que vivimos juntas y que ahora parecen inventadas. Por eso, déjense de mantener chispas y rescoldos, enciendan hogueras, ardan. Quemen lo que no quieran conservar pero aviven hasta convertir en incendio todo aquello que mereció la pena una vez, no dejen que el fuego se agote.

Rían hasta que les duelan la barriga y las comisuras de los labios, brinden, dejen de contar las ausencias y preocúpense de los presentes, porque las ausencias crecerán y ya no habrá remedio. Vamos a convertirnos en cenizas, pero si tenemos que consumirnos, que sea con la mecha de una piel, el fósforo de unas manos, una risa incendiaria que venza el agua fría y la ley severa de la muerte.

Ese es mi único deseo para estos días. Sean felices. Enciendan hogueras, ardan. Déjense de chispas y rescoldos. Protejan el fuego del viento helado que tarde o temprano vendrá a nuestro encuentro. La vida es puro incendio, y nosotros no estamos aquí para apagarlo. Felices fiestas.