Opinión

Día del maestro

Ahora que la Navidad empieza en agosto y las luces compiten con las estaciones espaciales, noviembre me sigue pareciendo un mes sombrío, mucho más si no se celebra el Día del maestro

Quizá no dedicar un día a quienes forman a nuestros hijos sea solo una ausencia más en los colegios.

Quizá no dedicar un día a quienes forman a nuestros hijos sea solo una ausencia más en los colegios. / FREEPIK

De este mes que siempre me resultó triste y gris, solo me gustaban tres días: la fiesta de los calbotes, la quema del hombre inicuo, en san Andrés, y el Día del maestro. Lo demás era un erial de tardes breves que caían de sopetón sobre la mesa camilla y los deberes, bajo los cielos plomizos de la vuelta a casa después de una tarde entera en el colegio. Odiaba noviembre con la niebla que aparecía como jirones andrajosos desde bien temprano, y ocultaba las calles por la noche, dejándolas veladas por una luz que parecía sacada de las leyendas de Bécquer.

Me parecía un mes larguísimo en el que no había fiestas ni puentes, y la Navidad era una promesa aún muy lejana. Ahora que la Navidad empieza en agosto y las luces compiten con las estaciones espaciales, me sigue pareciendo un mes sombrío, mucho más si no se celebra el Día del maestro

El 27 de noviembre mi casa se llenaba de regalos humildes para mi madre, que era maestra. Los niños solían traerle dulces caseros, flores silvestres, figuritas de porcelana del mercadillo dignas de figurar en la galería de los horrores, y cartas con dibujos. Me gustaba verla llegar cargada de objetos inútiles, muestra del cariño que sentían por ella sus alumnos. También nosotros regalábamos a los tutores cosas igual de inservibles. 

En clase nos enseñaron que San José de Calasanz, el patrón de los maestros, creó escuelas para los niños pobres cuando la educación estaba solo al alcance de los ricos, pero es un dato que había olvidado, como tantos otros saberes que fuimos acumulando. Se le considera el fundador de la escuela pública, ahí es nada, y el promotor de la idea de educar a los niños juntos, en un aula, sin preceptores privados. Apoyó a Galileo y animó a los maestros a enseñar las matemáticas según sus afirmaciones, por lo que fue muy atacado. 

Ahora, celebramos su día un año sí y otro no, mientras noviembre sigue siendo un páramo de monotonía de lluvia en los cristales, como nos contó Machado. Quizá todo se haya contagiado de esa tristeza, incluso los maestros, la primera línea de resistencia contra la burricie, los ídolos de los niños en infantil, los que enseñan lo verdaderamente importante, a estar en sociedad, a leer, a escribir, a compartir... la mano amiga del recreo, la que adorna la clase y prepara fiestas de Navidad, otoño y carnavales a costa de su tiempo libre.

Quizá no celebrar su día parezca algo sin importancia, y celebrarlo sea una antigualla dedicada además a un santo, por mucho que defendiera una escuela igualitaria. Quizá no dedicar un día a quienes forman a nuestros hijos sea solo una ausencia más en estos colegios a los que acaban de llegar unas pantallas modernísimas y seguramente muy caras que ni solucionarán el problema de la ratio ni la atención personalizada, porque no se pregunta a quienes saben bien de lo que se habla cuando se habla de educación. 

Los maestros. Las maestras. Los que hacen honor a su etimología el 27 y el resto del año, los que se dejan la piel en esta lucha, los que no necesitan de botón de inicio ni apagado.