Opinión | ENCUENTROS

Cenas y ovejas negras

Aún puedes elegir de quién te rodeas, con quién quieres estar, ese lujo solo al alcance de quien se sale del rebaño

Una mesa de Navidad.

Una mesa de Navidad. / PEXELS

En algún momento de este estado de imbecilidad reinante empezamos a creer que a mayor número de luces de Navidad en la calle, más ilusión en los corazones, y que la cantidad de cenas y comidas anotadas en la agenda era directamente proporcional a nuestro éxito social. Por eso, en algunas ciudades se encendieron las luces a mediados de noviembre, y por eso también, no tener ni un día libre estas fiestas, o sea, vivir agobiado entre compromisos, este agotamiento constante, se convirtió en la meta de casi todos. 

Acabábamos de salir del truco o trato, y en un parpadeo, nos cayó encima la iluminación espacial de la Nasa y la recreación de los mercadillos navideños de las ciudades del norte. Si seguimos importando tradiciones, como la de llevar jerséis horrorosos con motivos navideños o beber vino caliente, nos vamos a quedar sin espacio en las casas, sin días en el calendario y desde luego, sin las pocas neuronas que aún sobreviven, a la espera de achicharrarse en cualquiera de las comidas y cenas que les tenemos preparadas. 

Se trata de reservar un día para alternar con los de la empresa, los amigos de la infancia, los del pueblo, los vecinos, los del fútbol, los del instituto, la universidad, el gimnasio, los primos… todo aquel que alguna vez haya rozado en algún momento una pequeña esquina de nuestra vida. Hay que salir, esa es la consigna, y darlo todo (esa es la otra consigna) y brillar más que esas luces que compiten con las fallas de Valencia en pleno apogeo. Lo suyo es llegar agotados al final de las fiestas, con la agenda llena de eventos (ahora se llaman así) tachados a la espera de la próxima competición social. 

Lo curioso es que al mismo tiempo los medios y las redes se llenan de consejos sobre cómo sobrevivir a estas reuniones, de qué hablar, qué temas evitar, lo que se puede o no beber e incluso qué llevar puesto. La verdadera cuesta no es la de enero sino la de diciembre, que ha empezado dos meses antes, y está formada por una lista interminable de reuniones con gente de todo tipo. Luego vendrán las recomendaciones de cómo adelgazar lo que te has metido para el cuerpo o cómo mantener los buenos propósitos, pero quizá deberíamos hacerlo al revés. El mejor consejo para sobrevivir a las cenas es evitarlas. 

La forma más rigurosa de adelgazar es no atiborrarte estas fiestas y como único propósito, aunque sea el más difícil de mantener, no seguir la corriente, vivir en los márgenes, donde a riesgo de que te llamen asocial, aún puedes elegir de quién te rodeas, con quién quieres estar, ese lujo solo al alcance de quien se sale del rebaño o decide convertirse en oveja negra.