Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

"El mundo que vimos arder"

Esa calle, le iba contando al protagonista del libro el anciano que se sabía al dedillo la historia de la guerra civil, fue centro de los bombardeos que resultaron ser símbolo posterior de la peor de las épocas de la vida de Madrid, y de España

Decenas de personas durante una manifestación contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Ferraz

Decenas de personas durante una manifestación contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Ferraz / Gustavo Valiente - Europa Press

Antes de que empezara a arder de gritos y de cargas y de noche y de himnos viejos como el siglo la calle Ferraz de Madrid, donde grupos de jóvenes cachorros que exhiben nostalgia de lo que no han vivido, se publicó en España la novela El mundo que vimos arder (Alfaguara), de Renato Cisneros, escritor peruano que desde hace años vive en Madrid, aunque su tránsito entre Lima y esta ciudad no acaba nunca.

No es nostalgia tan solo, es herencia de la literatura, que ahora para él tiene dos orillas, y una, en efecto, debe estar en un barrio muy concreto de la capital de España, pues ahí, y en una calle concreta, la calle de Ferraz, pasan muchos de los sucesos que hacen del libro una alianza, humana, literaria, hispanoperuana.

No es extraño, pues en España, y en Madrid en concreto, esa alianza dura ya todos los años que quieran, pero en este caso Cisneros ha ido a dar con una calle que, por unas razones u otras, es ahora símbolo de una actualidad que, igualmente por las más diversas razones, no quieren los vecinos de este tiempo.

Esa de Ferraz es una calle muy hermosa, muy larga, no tan larga como las que uno se encuentra en París o en Londres, o en otras veredas de la capital de España, pero sí es cierto que está muy habitada, reclama a muchísima gente, porque tiene buenas librerías, buenas casas de comidas, buenos comercios y, además, es vecina de Rosales, donde parece (y no es engaño: es tan solo ilusión) que empieza el mar que espera muchísimo más abajo, como ocurre cuando uno se asoma por Bailén al Palacio de Oriente y al vacío.

Cuando empecé a leer la novela, que ha publicado Alfaguara, me vi viajando por sus rutas, que van de Madrid a Perú, a las calles del querido país de César Vallejo, y que aquí se centran en algunas zonas del centro que acabo de describir: Rosales, Ferraz, Benito Gutiérrez, Princesa, donde hay de todo y también iglesias y recuerdos.

En cuanto a esto último, a los recuerdos, resulta que el protagonista de la novela, un peruano que viene a vivir a Madrid (como el autor del libro, esto lo imagino), se encuentra un día con un hombre viejo, viejísimo, que se empeña en contarle a los transeúntes qué pasó, por ejemplo, en Ferraz, durante la guerra civil española, a la que este testigo fue convocado y de la que salió vivo. Muchos viandantes hicieron caso omiso de lo que les dijera el viejito, pero este peruano de las dos orillas se aprestó a escucharle.

Y, claro, como es un libro y como ese nombre propio de la calle referida es ahora de incendiada actualidad en la vida cotidiana de la noche de paz interrumpida de Madrid, entré en esas páginas con estupor y con pena. Esa calle, le iba contando al protagonista del libro el anciano que se sabía al dedillo la historia de la guerra civil, fue centro de los bombardeos que resultaron ser símbolo posterior de la peor de las épocas de la vida de Madrid, y de España.

El reburujón de sensaciones que me trasladó la prosa tenía que ver con estos momentos de Ferraz donde, con el pretexto de que allí esta la sede de los socialistas o rojos, Vox ha impuesto su ley. Esta ley está hecha de insultos y de invectivas a los citados inquilinos, así como de recuerdos (¿recuerdos? Los manifestantes son muy jóvenes para recordar) de himnos entre los cuales están aquellos que glorifican a Franco, a José Antonio y a otras reliquias de la guerra civil española.

El protagonista de la novela (igual que su autor, ignorante seguro de que un día eso iba a parecerse a cierta realidad española de este momento) pensaba en lo que le explicaba el viejo excombatiente de Madrid. “A veces”, cuenta el autor, dice el protagonista, “salía a la terraza o merodeaba por las calles y me costaba alzar la mirada y no imaginar a los Junkers y los Heinkels de la Legión Cóndor y los Savoia-Marcheti de la Aviazione Legionaria de Mussolini deslizándose, en estampida, por el impoluto cielo de Madrid”.

Lejos de la intención del novelista haber entrado, con el berbiquí de su excelente prosa, en la actualidad madrileña, y española, de este momento; él buscaba en el pasado que cuenta el viejo contertulio metáforas del pasado, y la realidad ha venido en auxilio del horror de imaginar que una de estas noches en que cada uno lleva su odio dentro de su garganta puede saltar de la cabeza de cualquiera la tentación de hacer incendio de la noche, y de la vida.

Seguí leyendo el libro, y ahora les pido a ustedes que lo lean también, para que me digan si es cierto o no que la ficción siempre reclama su razón de ser parte de la actualidad.