Opinión | MUJERES

Más dura que los golpes

Francisca de Pedraza fue, hace casi cuatro siglos, la primera española que logró ver condenado a su marido y maltratador

Francisca de Pedraza: la primera victoria contra la Violencia de Género

Francisca de Pedraza: la primera victoria contra la Violencia de Género / FEMP

Francisca de Pedraza preferiría no haber pasado a la historia. Es de suponer que, de poder hacerlo, hubiera elegido una vida tranquila y un tranquilo olvido. Sin pretenderlo, y sin ni siquiera poder imaginarlo, se convirtió en una heroína feminista.

Difícilmente la biografía de Francisca de Pedraza podría ser más dramática. Nació en Alcalá de Henares a finales del siglo XVI, una época poco amable para hacerlo, sobre todo siendo mujer. Se quedó huérfana muy pequeña y fue a parar al colegio para niñas del convento de San Juan de la Penitencia. Allí recibió cierta educación, que no estaba al alcance de las mujeres de su clase y que algo debió ayudarle a desenvolverse, y, sobre todo, aprendió a desempeñar las tareas domésticas y a ser una buena esposa. Como el resto de sus compañeras saldría del convento para contraer matrimonio, vendida por dos reales que la comunidad religiosa le entregaba como dote a los maridos.

De Francisca no se sabe mucho más, se desconoce qué virtudes la adornaban. De lo que no hay duda es de que era una mujer tenaz.

El marido la eligió calibrando el género a ojo. La había visto por los alrededores del convento y decidió pedir su mano a la priora. Aquel podría haber sido un golpe de suerte para Francisca, porque su pretendiente era un tipo de posibles, de una familia con negocios y propiedades, pero los golpes que le tenía reservados el destino eran otros, muchos y dolorosos.

Corría el año 1612. El esposo de Francisca, un tal Jerónimo de Jara, al que se le recordará como borracho y camorrista, le festejó la noche de bodas con una buena somanta de palos.

Las violaciones, palizas, vejaciones y humillaciones, a partir de entonces, debieron ser constantes. Francisca aguantó dos años, hasta que, aprovechado un descuido de su marido, se escapó del hogar conyugal y buscó refugio en el convento donde había crecido.

Fue un corto respiro porque en cuanto Jerónimo regresó fue devuelta junto a él, con la recomendación, eso sí, de que no le pegara más de lo estrictamente necesario para hacerse obedecer.

Lo necesario debía ser insoportable, y cuatro años después Francisca llevó su caso ante el corregidor de Alcalá. Como consideraba que el matrimonio era un asunto de Dios –¡qué conveniente para desentenderse del asunto!– el corregidor se lavó las manos y la remitió a la justicia eclesiástica.

En 1620, con dos hijos, Francisca de Pedraza recurrió al Arzobispo, interpuso una demanda de divorcio y, en vista de lo sucedido después, nadie le prestó mucha atención. En 1622, embarazada de nuevo, Jerónimo le propina tal paliza en plena calle que la hace abortar. Todo lo que la autoridad eclesiástica hace es darle la razón a la víctima, sí, pero sin ir más allá de una recomendación al marido, para que la trate con cariño.

Francisca, testaruda, más dura que los golpes, siguió y siguió peleando, y acabó con su denuncia ante el nuncio papal, aprovechando una visita que hizo a España en 1624. Fue él quien le recomendó que apelara a la justicia universitaria, que siempre ha tenido un fuero especial, y por fin Francisca consiguió protección y una reparación.

El rector de la Universidad de Alcalá por aquellos años, Álvaro de Ayala, falló, por fin y de verdad, a su favor. Le concedió la separación matrimonial, la devolución de su dote y la mitad de los bienes del matrimonio, e impuso al maltratador el equivalente a una orden de alejamiento.

Así fue como Francisca de Pedraza, prefiriendo no hacerlo, pasó a la historia, tras 12 años brutales que no consiguieron doblegarla, y se convirtió en la primera mujer española, de la que queda constancia, en denunciar el maltrato que su marido en los tribunales y la primera en conseguir una sentencia que lo condenara.

No es, ni mucho menos, una desconocida, sobre ella se han escrito libros, cómics, hay calles, plazas, asociaciones y colegios con su nombre, y recientemente, el pasado 25 de noviembre, a propósito del Día Internacional contra la Violencia de Género, la Universidad de Alcalá de Henares, que fue la institución que la amparó, la recordó con una representación teatral, con texto de César Barló, que la acerca, después de casi cuatro siglos, a las mujeres contemporáneas, no tan distintas a ella, que aún siguen intentando zafarse de los golpes.