Opinión | MUJERES

De invitadas a maestras

Con todo en contra y pese a la misoginia dominante desarrollaron su vocación y su pasión, magistralmente, y gozaron de respeto e incluso de reconocimiento social y académico

Susana Pérez, responsable del equipo de restauración del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Susana Pérez, responsable del equipo de restauración del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Alba Vigaray / Alba Vigaray

Rocío de la Villa, la comisaria de la exposición Maestras, que hasta el próximo 4 de febrero se puede visitar en el Museo Thyssen-Bornemisza, se refiere a ella como a una galería de “mujeres que representan a mujeres y sus intereses”. En esa galería hay obras, magníficas, de mujeres cultas, cosmopolitas y comprometidas, que, en medio de una sociedad patriarcal, tuvieron la habilidad de aprovechar ciertas oportunidades y que contaron, en muchas ocasiones, con la complicidad de los varones, maestros, compañeros, maridos, hermanos y coleccionistas.

Con todo en contra y pese a la misoginia dominante desarrollaron su vocación y su pasión, magistralmente, y gozaron de respeto e incluso de reconocimiento social y académico. Luego fueron borradas de la historia del arte.

A finales de 2020 Carlos G. Navarro, conservador del Área de Pintura del siglo XIX del Museo Nacional del Prado, comisarió otra exposición, Invitadas. En aquella ocasión, era el Prado el que ofrecía una reflexión sobre cómo las artes visuales fueron utilizadas por las clases dominantes para propagar cierto modelo de mujer, en un recorrido que empezaba en el reinado de Isabel II y llegaba hasta su nieto Alfonso XIII. En las obras seleccionadas entonces las mujeres son más bien objeto de contemplación, pocas veces aparecen como protagonistas y rara vez fuera de los lugares que les estaban reservados por su condición. Las artistas eran invitadas incómodas en la escena artística de aquella época y aunque una parte de la crítica reconocía la valía de muchas de ellas, los elogios que les dirigían mostraban un sesgo machista, con comentarios como que Elena Brockmann pintaba “como un hombre” o que Antonia Bañuelos era “el mejor pintor de su sexo”.

En poco más de un par de años las invitadas han pasado a ser maestras, por méritos propios y por delante, en destreza y talento, de muchos de sus contemporáneos varones. La exposición del Thyssen-Bornemisza hará historia, no cabe duda, porque coloca a esas artistas ninguneadas durante siglos en el lugar que, por justicia, deberían haber ocupado siempre y porque proyecta sobre ellas una mirada feminista. Son mujeres artistas de genio indiscutible, desde finales del XVI hasta principios del siglo XX, que, con una sensibilidad bien distinta de la de sus colegas masculinos, planteaban, quizás sin proponérselo ni ser del todo conscientes de ello, de cuestiones como la sororidad, la emancipación, la complicidad o la maternidad, de una manera realista y sin la idealización en la que solía incurrir el discurso dominante.

A partir de esta exposición y gracias a otras iniciativas similares, que se repiten en los últimos años, nombres como los de Elisabetta Sirani, Lavinia Fontana, Maria Sibylla Merian, Henriette Browne, Paula Modersohn-Becker, Helena Funke y otras muchas nos serán tan familiares como los de Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi o Frida Kalho, y compartirán espacio y dignidad, como debería haber sido siempre, con sus compañeros varones.