Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA
Sombras en el frente oriental
Los europeos nos hemos olvidado de una guerra que se libra en nuestro continente
Nada resulta inocente en política. Durante un tiempo, tocó hablar de la invasión de Ucrania y de sus terribles consecuencias. El retorno de Moscú al tablero internacional impuso en Occidente un relato que recordaba en muchos aspectos al de la Guerra Fría. En Kiev, Zelenski adquiría el estatus de héroe internacional, debido tanto a su valentía como a su carisma. Se sucedían las condenas al Kremlin, a la vez que se hablaba de aislar a Rusia. El precio de los carburantes subía sin cesar y el primer invierno tras el inicio de la guerra amenazó con alterar un confort y una seguridad que dábamos por garantizados en la vieja Europa. Finlandia y Suecia decidieron romper con su neutralidad histórica y solicitar el ingreso en la OTAN. Beijing sonreía en la distancia.
Desde entonces, la guerra de Ucrania se ha estancado en el marco de unas fronteras más o menos estables –se dice que la contraofensiva de Kiev apenas ha logrado recuperar 17 kilómetros cuadrados este verano–, al tiempo que ha desaparecido de los titulares de la prensa internacional. Los europeos nos hemos olvidado de una guerra que se libra en nuestro continente. Rusia, sin embargo, no lo ha hecho.
Una certeza parece empezar a imponerse entre los círculos especializados de defensa: Ucrania no va a recuperar su territorio. No en su totalidad, al menos. De hecho, lo contrario podría estar empezando a suceder. La superioridad numérica y militar de Moscú se impone en el largo plazo, a medida que el apoyo occidental flaquea. En los próximos meses, Estados Unidos se asomará a una contienda electoral a la que vuelve con fuerzas renovadas Donald Trump. Israel y Gaza marcan la agenda en Oriente Próximo. La industria militar se muestra incapaz de suministrar las municiones necesarias. No es el caso de Rusia, que ha orientado su producción hacia la guerra y que cuenta además con el apoyo de Corea del Norte y de Irán –misiles y drones respectivamente–, y tal vez de China. El frío ha vuelto al continente, aunque nadie parece haberse dado cuenta. Moscú toma nota.
Los analistas militares empiezan a hablar de un invierno extraordinariamente difícil para Kiev. 2024 y 2025 van a ser dos años clave. Ucrania necesita soldados bien preparados, piezas de artillería, aviación… A pesar del mayor número de bajas rusas, su nivel de reposición es mucho mayor; su industria militar, cada vez más efectiva; y su paciencia se diría que infinita. Es la vieja táctica, ya conocida desde los tiempos de Napoleón: ceder territorio para luego recuperarlo. El apoyo occidental a Zelenski ha sido demasiado lento, demasiado escaso y tardío. Quizás, en unos meses, las cancillerías europeas empiecen a presionar exigiendo la firma de un tratado de paz. Quizás, en unos meses, a Moscú ya no le interese firmar ese acuerdo.
Hablo de política ficción, de posibilidades que pueden plantearse sobre el tablero. En gran medida, los grandes actores (Washington, Beijing, Berlín) decidirán. Pero la presencia de una guerra en el corazón de Europa ha transformado nuestra lectura de la realidad. El viejo sueño kantiano de la paz perpetua se aleja de nuestro horizonte inmediato. De ello ya no se escribe en los medios. Otros dramas despiertan la ansiedad del hombre contemporáneo. El olvido se cierne sobre Kiev.
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