Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Las apariencias del poder

Los datos nos indican que nuestro proceso de convergencia con las sociedades más avanzadas se detuvo hace tiempo

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en la tribuna del acto de jura de la Constitución de la princesa Leonor ante las Cortes Generales.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en la tribuna del acto de jura de la Constitución de la princesa Leonor ante las Cortes Generales. / A. PÉREZ MECA / EUROPA PRESS

En el país se extiende el miedo acerca de lo que pueda suceder en España durante los próximos meses. La amnistía pactada por el PSOE con los partidos independentistas catalanes pone a prueba hasta el límite los cimientos del Estado de derecho, porque donde no hay igualdad ante la ley difícilmente habrá justicia. La política, sin embargo, no se rige exactamente por criterios morales, sino por las apariencias. Detrás de estas se oculta el poder, necesitado de un relato que lo justifique. En las próximas semanas y meses, asistiremos a la batalla por el control del relato entre la coalición gubernamental y los partidos de la oposición; mientras, entre bambalinas, sucederán muchas más cosas. Algunas se intuyen, otras se temen; ninguna mueve al optimismo.

"Las elecciones se ganan con los sentimientos", nos recordaba hace unos días Pablo de Lora en su columna semanal de The Objective, citando el libro de Luis Miller Polarizados. Los sentimientos predeterminan nuestras ideas hasta el punto de la confusión. Hablemos, por ejemplo, del buen o del mal gobierno. ¿Cómo los medimos? Con datos, se diría, más que con percepciones. La renta per cápita, sin ir más lejos, que lleva congelada desde hace dos décadas situándonos un contexto de progresivo empobrecimiento. El precio de la vivienda, por citar otro factor cuantificable, que se mueve entre la depresión de la España vaciada y el foso social que separa a los ciudadanos según tengan o no acceso a ella en las llamadas "ciudades de éxito" —de Madrid a Barcelona, de la isla de Mallorca a la costa malagueña—. ¿Dónde quedan, por cierto, los cientos de miles de viviendas protegidas que prometió Pedro Sánchez en las pasadas autonómicas y municipales? Son datos que demuestran el desgobierno de España, cuando la adicción al dinero fácil de la deuda se muestra incapaz de mejorar nuestras infraestructuras o de lograr el pleno empleo. Son datos que se refieren al fracaso escolar, apenas enmascarado por las distintas reformas educativas orientadas a devaluar los contenidos académicos en favor de una sentimentalidad pública altamente ideologizada. Son datos que nos hablan del deterioro de las instituciones: de aquellas precisamente que deberían ejercer un papel de contrapeso fundamental en cualquier democracia. Son los datos que nos indican que nuestro proceso de convergencia con las sociedades más avanzadas en lo económico, en lo social y en lo cultural se detuvo hace tiempo.

Sin embargo, seguimos prisioneros de un sentimentalismo paralizante que piensa la realidad en términos de amigo/enemigo. Y son estos sentimientos primarios e inmovilistas los que suscitan las elites para posicionarnos y polarizarnos; para ganar elecciones, en definitiva, y para blanquear determinadas estrategias, a menudo más bien inmorales. En Madrid se extiende el temor porque el aire se ha enrarecido y la gran comedia de la política se ha activado de nuevo. Unos hablan de "grave crisis institucional", otros de "oportunidad única para el reencuentro". De fondo, se encuentra el poder —siempre el poder— que aprovecha los espacios vacíos, los ámbitos anómicos. De fondo, también, la inquietante amenaza de una mutación constitucional que descomponga por completo la fisonomía de nuestra democracia. Muy pronto lo sabremos.