Opinión | LABORAL
Teletrabajo, error de cálculo
Una vez demostradas las posibilidades del trabajo en remoto y digital, defendimos que ya no había vuelta atrás. Nos equivocamos. La vuelta a la oficina es ya una realidad
El teletrabajo ha venido para quedarse, proclamamos. Lo dijimos los tecnoptimistas igual que los descreídos; los entusiastas estábamos tan convencidos como los agoreros, por una vez todos de acuerdo en las bondades de la tecnología. Fue una tabla de salvación durante la pandemia y todo parecían ventajas; era una apuesta segura: ha venido para quedarse. Una vez demostradas las posibilidades del trabajo en remoto y digital, defendimos que ya no había vuelta atrás. Los más fervorosos hablamos incluso de asincronía y del fin de los horarios, una puerta a la felicidad de la mano de la autorganización racional y flexible. Así somos, incorregibles.
Es verdad que cada vez es más difícil hacer predicciones, especialmente en el ámbito de la tecnología, donde los avances se aceleran y desaceleran, se anuncian y desaparecen, con lógicas extrañas y muchas veces ajenas al propio desarrollo tecnológico. Y aunque advertimos en todo momento de los retos que plantea el teletrabajo para las organizaciones empresariales, la productividad, el liderazgo y los trabajadores menos privilegiados, lo cierto es que nos equivocamos. No tanto como los expertos en demoscopia, pero nos equivocamos. Hay que asumirlo. La vuelta a la oficina es ya una realidad incontestable.
Repasemos las ventajas y desventajas, los argumentos a favor y en contra, que explican este error de cálculo. Las ventajas, como se ha dicho, eran claras y además permitieron a millones de personas seguir trabajando durante una pandemia que puso todo en pausa, una situación sin precedentes donde el mundo se paró pero había que seguir. Por supuesto, ni todos los sectores ni todas las profesiones podían ni pueden plantearse esta modalidad de trabajo; en muchos casos no es una opción. Para las funciones en las que sí es posible el trabajo en remoto, se destacan tanto aspectos positivos como negativos, para el trabajador y para la empresa u organización empleadora. De un lado, la flexibilidad, la conciliación, el ahorro en desplazamientos y en gastos, el acceso al talento global, la mayor autonomía y motivación de los trabajadores. Se habló incluso, con datos serios, de un posible aumento de la productividad. En contra, el aislamiento y la falta de cohesión de los equipos, el empeoramiento de la comunicación y las relaciones, problemas de seguridad informática, la falta de supervisión y las dificultades para la evaluación del desempeño. Además, el abandono de las oficinas tiene también importantes implicaciones económicas y urbanísticas, ya que la mayoría de las ciudades generan ecosistemas alrededor de los grandes centros de trabajo del que dependen, a su vez, negocios, inversiones y empleos. Mantener el teletrabajo generalizado nos habría obligado a rediseñar las ciudades aún más rápidamente.
Lo cierto es que tanto empresas grandes como pequeñas apuestan definitivamente por volver a la oficina, con políticas más o menos flexibles o modelos híbridos, pero con la presencialidad como norma. Algunos trabajadores se resisten, sobre todo en Estados Unidos, pero la mayoría hemos aceptado que es necesario estar presentes. No solo porque lo digan los jefes o los números o porque queramos conservar nuestros trabajos; también porque reconocemos, hasta los más huraños, que hay algo único y poderoso en el contacto con el otro, en la interacción personal y en tiempo real, una energía que potencia la creatividad y da sentido y coherencia al grupo y al trabajo. Queda la incógnita de si somos más o menos productivos, pero no hay duda de que al menos parecemos más vivos en la oficina que a través de la pantalla.
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