Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Dime quién eres Yo

"La ironía extrema y la idea de extrañeza"

Un grupo de niños viendo la exposición de Gordillo el miércoles pasado en Madrid.

Un grupo de niños viendo la exposición de Gordillo el miércoles pasado en Madrid. / EPE

Hay como una escalinata de niños de escuela cantándole a los cuadros de Luis Gordillo cuando entramos a ver lo que expone el pintor sevillano en la Sala Alcalá 31 de Madrid, a cuatro pasos del ruido de la ciudad, a miles de kilómetros del silencio que él dibuja, en el centro mismo de su pregunta, la que abre la puerta de su pintura: who are I, tell me dime quién eres Yo…

Es un torbellino de preguntas por las que uno cabalga como un caballo que él diseña para que nos perdamos buscando, en la pintura, la explicación de sus títulos y de sus hallazgos… Darwin en el ascensor, Grabando cantos de rana… Fotografías, periódicos, la realidad y el olvido, la tachadura y la risa. No hay un cuadro que, a la vez que explica una historia propia de la pintura que ofrece Gordillo, no tenga también que ver con lo que uno mismo siente o ha padecido, pues pinta desde él para abrazarte a ti, o para preguntarte.

Va conmigo un pintor, José Luis Fajardo, que de vez en cuando se para a ver por dónde va el cronista; si se acerca, se asoma a lo que voy escribiendo sobre lo que veo y me cuenta de la escritura que hay en el fondo de algún mensaje que Gordillo ha ido dejando en cada uno de estos cuadros. “Acuérdate de que fue pianista en París”. “Lo suyo fue siempre la obsesión por el trabajo. Y por contar”.

Y así es: cada cuadro (luego lo dirán los niños a los que escuchamos cantar como pintando) refleja naufragios, locuras y colores, todo mezclado como en una novela asaltada por la realidad… Algunas veces los títulos y los elementos, la sangre, por ejemplo, parecen remitir al relato de una enfermedad o de un viaje que el artista ha ido acompasando a la sugerencia que exhiben esos letreros: era una dinámica felizmente ascendente, que se prolonga en un coche de carreras en cuyo alto parece que viaja una angustia…

Los gritos van juntándose con la ironía, y al fin y al cabo la ironía pintada es un grito, de modo que el periodista va anotando sangres ciegas, la ironía, el sentido del humor (del pintor) como si éste fuera aquel muchacho joven que viajaba mirando a los lados en los tiempos en que no sólo había cuadro sino también búsqueda o abismo… La ironía extrema y la idea de extrañeza llevando la mano del pintor y llevando también el ojo extraviado del que lo está buscando, y lo halla, en la superficie y en el fondo de la pintura, riendo.

Ahí está, por ejemplo, George Bush, aquel ciudadano que le puso a Aznar la mano por el hombro, presidiendo un cuadro en el que Pilar (la mujer de Luis) te mira con su pelo rojo… En un cuadro de 2014 veo aceitunas, en otro se contempla, y así lo anoto, el infinitivo de oso…, de nuevo la ironía extrema y la idea de extrañeza…

Un caballo de cartón, un título que dice lo que hay en el envés del cuadro. Ese caballo de cartón en medio de viejos cuentos extranjeros con los que Luis Gordillo se ríe, como si estuviera en su estudio viéndonos por un agujerito que le permite seguirnos a lo largo de esta galería en la que se siguen escuchando cómo los niños le gritan a la pintura. Ese colorín book es (anoto) el más optimista de sus cuadros… Así que me paro un rato e imagino al pintor en su casa, al teléfono, escuchando recados o crónicas del mundo y señalando, con sus pinceles o sus lápices, lo que le da la gana y que luego se convierte en la vida pintada, en sus cuadros. Hay verduras que son culebras, objetos de taller, imágenes que parecen de estadistas extranjeros (¿Trump?) o españoles (¿Zapatero, Aznar, Felipe?) en definitiva, cabezoides, que Gordillo atrae hasta aquí como si estuviera haciendo una colección de fenómenos de las épocas cuyos subrayados (dime quién eres Yo) ha ido anotando…

Alguien me dice: “Ese que asoma ahí es Manolo Chaves”, plausible porque Gordillo, este que ríe pintando, es de Sevilla, como aquel político… Son imágenes de 2010, y de años más recientes, se desparraman las salas como si por ellas, y por cada lado, estuviera Gordillo pintando o escuchando.

En ese momento en que parece que ya acabó el murmullo cantado de los chicos entran éstos en escena, vienen de un colegio de Colmenarejo, sus maestros los están llevando de un cuadro a otro, pero ellos ya han desatado la brida escolar, van por su cuenta… Algunas de estas observaciones sobre los chicos y las chicas (entre ocho y diez años) son de los mismos niños. Un muchacho que se llama Mika habla de su madre, una actriz, quieren saber más que el pintor y retitulan sus cuadros, ríen, piden autógrafos porque son de la época escolar que precisa de la fama para explicar el mundo, me escriben en el cuaderno que llevo para anotar el nombre del colegio, Pangea, y ahí se queda como un autógrafo que el periodista se lleva como si una sucesora (es una muchacha) de Gordillo estuviera dejándome su firma…

Luego deletreo ante google de dónde viene Pangea, y hallo esto: “Pangea es un lugar transformador, un lugar donde hemos encontrado refugio, un lugar donde nuestra hija crece sana y tranquila”. Los chicos saltaban como locos en busca de nombres para los cuadros, y hallaban, ante la pizarra que les regalaba Gordillo, la sensación de que el pintor los había hecho libres de interpretar y de juzgar y de querer ser parte del paisaje pintado.

En la parte de atrás del extraordinario catálogo (verde, muy verde, más verde aún que el verde de Lorca), escribe la comisaria de la muestra, Bea Espejo: “Gordillo ha llegado a ese punto en que la pintura es una prueba (casi) superada de resistencia. Esta publicación [el catálogo] es una prueba de ello”.

A la salida algunas de las chicas, una de ocho, otra de diez años, se estaban comiendo unas pastas que les venían de casa. Era imposible no pensar que también ese escenario era el de la pintura risueña, entera, honda, imperiosa, alegre y también rota de este artista que es, en silencio y pintando, Luis Gordillo.