Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Dos vidas en el contenedor de basura

No tenemos ni idea de sus circunstancias o los posibles atenuantes de sus actos

Protesta en favor del derecho al aborto.

Protesta en favor del derecho al aborto. / EFE

La policía detuvo el pasado fin de semana a la madre de la bebé que fue arrojada a un contenedor de basura el pasado jueves en Mallorca. A ella y a otras dos personas. Se desconoce si la criatura, que nació prematura con 28 semanas, estaba viva cuando fue abandonada. Los servicios de emergencia la trasladaron a un hospital, tras la denuncia de un testigo, que presenció los hechos, pero allí nada pudieron hacer por su vida. 

Una tragedia, que es un misterio todavía por resolver, pero que es reflejo sin duda, de dramas y realidades que nos empeñamos en ignorar. Porque verán, no todo es blanco o negro. Y en la escala de grises, los buenos no son siempre héroes, los malos son, a veces, los damnificados del sistema, y la sociedad, a menudo, es cómplice silenciosa del verdugo.

En esta historia, todos las versiones son terribles, porque sabemos desde el principio que no hay final feliz. Pero no está de más darse cuenta de que puede que haya más víctimas de las que caben en un titular de sucesos. 

En nuestro país, desde 2021 hasta febrero de este año, 56 bebés fueron abandonados por sus progenitores, según datos del Sistema Estadístico de Criminalidad, que apunta que, la mayoría, 49, eran de nacionalidad española.

Es complicado imaginar qué puede haber detrás de estos números, en estos tiempo en los que los índices de natalidad en el llamado primer mundo cada vez se acercan más a los de la República de Gilead. 

Pero antes de tirar la primera piedra, deberíamos preguntarnos para empezar, cuáles son las opciones que tiene en España una mujer ante la llegada al mundo de un hijo que no puede criar, por los motivos que sean. Qué alternativas existen para entregarlo en un lugar seguro, sin criminalizarlo y de forma anónima

En Alemania, y otros países, hay buzones para depositar bebés no deseados. Se trata de unos dispositivos, dotados con reguladores de temperaturas y sensores, en los que se dispara una alarma silenciosa en el momento en el que se deposita el pequeño cuerpo, y que alerta a los servicios de emergencia, permitiendo que el niño sea recogido en un tiempo menor a cinco minutos. Nosotros no tenemos nada que se le parezca. 

Pero también es posible rebobinar un poco más y plantearnos por qué hay mujeres que siguen adelante con embarazos claramente no deseados. Y si es aceptable, el trauma de llevar nueve meses esa criatura en su vientre y parirla, para después tener que renunciar a ella, de una manera u otra. 

Las españolas pueden, en teoría, interrumpir libremente sus gestación hasta la semana 14. Y la misma ley, ampara la terminación por patología fetal y por salud materna, física y psíquica, hasta la semana 22. Sin embargo, el aborto sigue siendo un tabú y está socialmente penado, incluso por la comunidad médica. 

Hay pocos datos oficiales sobre cuántos sanitarios se declaran objetores de conciencia, cuando se trata de practicar un aborto, pero la realidad es que son tantos, que las pocas cifras existentes apuntan a que sólo un 15% se realizan en la sanidad pública.

Luego está el escenario del mercado negro de bebés. En el que mujeres desesperadas ofrecen sus vientres en alquiler a personas también desesperadas, representando la oferta y la demanda, de una economía sumergida y deleznable, y uno de los ejemplos más deshumanizados del capitalismo más salvaje.

Todavía se desconoce cuál era la relación de los otros dos detenidos con la mujer que dio a luz a la neonata muerta en Mallorca, pero ya fuera uno de ellos el padre de la criatura, al que por cierto nadie parece buscar, la pareja que quería comprar a su bebé, los proxenetas que la explotaban, o simplemente unos amigos que querían ayudarla, no me cabe la menor duda de que ella es la segunda víctima en este drama. En el momento en que accedió o eligió arrojar a su hija en el contenedor, su vida también quedó truncada allí para siempre de alguna forma y tendrá que aceptar las consecuencias. 

Podemos elucubrar todo lo que queramos sobre sus motivos, condenarla por el inexcusable delito y lamentarlo, pero la realidad es que no tenemos ni idea de sus circunstancias, los agravantes, o los posibles atenuantes de sus actos. Y quizás no lo sepamos nunca, pero a lo mejor si intentáramos comprender en lugar de juzgar, podríamos poner los medios para prevenir que vuelva a suceder.