Opinión | VÍCTIMAS

Adolescentes en las redes de la violencia

La media de edad de las víctimas, por más señas, era de 16 años y, además, más del 70% de ellas no había denunciado ni pensaba hacerlo. Entre todos los tipos de violencia ejercidos contra las menores, la de género es la más frecuente

La endometriosis, el intenso dolor menstrual, afecta a un 10% de las mujeres en edad fértil.

La endometriosis, el intenso dolor menstrual, afecta a un 10% de las mujeres en edad fértil. / Jordi Otix

La Fundación ANAR, que desde 1970 ayuda a niños y adolescentes en situaciones de desamparo muy diversas, ha presentado esta semana un descorazonador informe, dentro de una campaña divulgativa que llevará por los centros educativos y que ha titulado: La violencia contra las mujeres no tiene edad.

El título, tan pertinente y tan triste, se entiende bien al leer los datos que la organización ha recopilado en los últimos cuatro años. Es, según destacan sus autores, el primer estudio realizado en España aplicando los criterios del Convenio de Estambul y que, por tanto, contempla todas las formas de violencia hacia las mujeres, incluyendo a los menores de su entorno. La realidad que refleja no puede resultar más desoladora.

Desde 2018, año en el que arranca el informe, hasta 2022, en el que queda clausurado, la Fundación ANAR atendió, a través de sus teléfonos de ayuda, a 20.515 menores de 18 años, la mitad eran víctimas de la violencia de género. Unas veces eran víctimas directas; otras veces se encontraban en el entorno de una mujer agredida, su madre normalmente, fueron niñas y también niños.

Entre 2018 y 2022, los casos de violencia de género hacia niñas y adolescentes en los que intervino la Fundación ANAR estuvieron cerca de duplicarse, con un vertiginoso incremento del 90%.

La media de edad de las víctimas, por más señas, era de 16 años y, además, más del 70% de ellas no había denunciado ni pensaba hacerlo. Entre todos los tipos de violencia ejercidos contra las menores, la de género es la más frecuente, según el informe de ANAR.

Esas chiquillas, víctimas tempranas de la violencia machista, vivían en un entorno familiar, generalmente con sus dos progenitores y eran mayoritariamente de origen español. Eran chicas, ateniéndose a los números y la estadística, con vidas corrientes, con un rendimiento escolar más bien bajo, lo que al fin y al cabo no es de extrañar en su situación, y no había que buscar mucho para dar con sus agresores, que la mayoría de las veces, eran sus novios.

Al primer golpe de vista, entre todos esos datos recopilados y analizados por la Fundación ANAR, no hay indicios que expliquen por qué, pese a todas las intervenciones informativas y educativas, a las políticas de prevención, a los supuestos avances sociales y a las controvertidas reformas penales, las adolescentes siguen siendo víctimas de la violencia machista y los adolescentes siguen ejerciéndola contra ellas. Son jóvenes, casi niños, gente corriente, con vidas aparentemente corrientes. Hay que rebuscar en el informe de la Fundación ANAR hasta encontrar una nota que relaciona la violencia contra la mujer con el uso de la tecnología, hasta el punto de que el 82% de los casos de violencia de género adolescente están relacionados con ella, entendiendo por tecnología todo tipo de webs y redes sociales.

Se da la circunstancia de que Meta, la gran multinacional del scroll propietaria de Instagram y de Facebook, afronta estos días una colosal demanda en Estados Unidos, a la que se han sumado 42 estados, por atentar contra la salud mental de los adolescentes y por hacerlo a sabiendas e intencionalmente. El uso de sus productos se vincula con un aumento de las tasas de depresión y ansiedad, de las conductas agresivas, de problemas de imagen corporal, con una baja autoestima e incluso con el incremente de ideaciones suicidas.

El Parlamento Europeo también se ha pronunciado a favor de poner coto a las tretas conductuales con las que las plataformas tecnológicas manipulan a sus usuarios, especialmente a los más jóvenes y no parece descabellado pensar que la tecnología, con sus trampas sibilinas, esté detrás del desconcertante aumento de las actitudes machistas y de la violencia de género entre los adolescentes. Si es así, quizá haya que librar esa batalla en su propio campo.