Opinión

El hombre de las zapatillas blancas

Edi Rama, primer ministro de Albania, ha sido una pieza básica en la aclimatación de su país a la normalidad europe

Edi Rama, en la pasada Cumbre de Granada.

Edi Rama, en la pasada Cumbre de Granada.

En la pasada cumbre europea de Granada, que solemnizó una vez más, y en un marco incomparable, la vitalidad de la integración continental, llamó la atención la presencia de un gigante con zapatillas blancas que deambulaba con soltura junto a su mujer entre los mandatarios presentes. Aquel ciudadano, que transgredía conscientemente las reglas del protocolo ante la indiferencia general, era Edi Rama, primer ministro de Albania al frente del Partido Socialista, cuyo emblema es el mismo puño y la rosa que luce el PSOE, un personaje que ha sido una pieza fundamental en el proceso de aclimatación de Albania a la normalidad europea y a su integración, próxima, en la UE. Es la tercera vez que Rama, tras una carrera política en la que fue ministro y alcalde de Tirana, consigue la jefatura del gobierno en las urnas.

Albania, víctima de una dictadura comunista desde el final de la segunda guerra mundial (bajo la férrea mano de Enver Hoxa hasta su muerte en 1985 y de Ramiz Alia), dejó en 1990 de ser una República Socialista, firmó el acuerdo de Helsinki y se orientó hacia Occidente. Ingresó en el Consejo de Europa y en la OTAN y es candidata a la adhesión a la UE. En 1997, se produjo una grave crisis que rozó la guerra civil, con episodios violentos de grupos comunistas que obligaron a la ONU a enviar una fuerza de intervención que restituyó los delicados equilibrios logrados, a costa de unos 2.000 muertos. En 1997 ganaba el PS las elecciones y poco después salían las tropas extranjeras. En 1997 unos agentes de seguridad golpearon a Edi Rama y lo dejaron gravemente herido. Después de su recuperación, emigró a París, y cuando regresó para asistir al funeral de su padre en 1998, el primer ministro socialista Fatos Nano lo llamó al gobierno como Ministro de Cultura, Juventud y Deportes. Así se iniciaba su carrera, que dura todavía.

Por una casualidad sorprendente, mientras Edi Rama admiraba este viernes las joyas de la Alhambra, este periódico, junto a otros de Prensa Ibérica, publicaba una entrevista con la filósofa albanesa Lea Ypi, autora de un ensayo de éxito titulado Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia (Anagrama, 2023), que asimismo -otra casualidad- está encontrando gran acogida en el mundo anglosajón.

En la mencionada entrevista, firmada por Elena Pita, Lea Ypi lanza una descomunal acusación: el modelo occidental al que han sido abocados los países del Este que se desgajaron del bloque oriental tras la caída del muro de Berlín es un magnífico territorio de libertad para quienes han salido del infierno, pero ni mucho menos es el paraíso prometido. Su libro -afirma la autora en su entrevista- «es un modo de ironizar sobre el fin de la Historia que predicaba Fukuyama al final de la Guerra Fría, pretendiendo que el capitalismo liberal de Occidente había ganado la batalla ideológica y por tanto no había más conflicto de valores. No es que no fuera a suceder nada más sino que el significado de la libertad había quedado sentenciado, y esto configuró la transición de los países del Este porque fueron considerados y tratados como perdedores: el capitalismo occidental se arrogó el derecho de dirigir el desarrollo del mundo».

El esloveno Slavoj Zizek, director internacional del Instituto Birkbeck de Humanidades de la Universidad de Londres, ha publicado a este respecto un artículo en el que compara a Ypi con Kravchenko. Como se recordará, Viktor Kravchenko fue un funcionario soviético que desertó en 1944 cuando visitaba Nueva York. En medio de un gran escándalo, publicó una famosa autobiografía, I Choose Freedom - Yo escogí la libertad- en la que describió los horrores del estalinismo (incluida la gran hambruna de Ucrania -el Holodomor- de 1930) en su genocida proyecto de colectivización. Pero tiempo después, al ver los graves déficit de las sociedades occidentales, se desengañó y, sin abdicar de su conversión, se dedicó a proponer mejoras en el sistema capitalista, que quedaron descritas en otro libro autobiográfico, I Choose Justice -Yo elegí la justicia-. En su cruzada para descubrir nuevos modos de producción menos explotadores marchó a Bolivia, donde fracasó en su intento de organizar a los agricultores. Desolado y triste, regresó a Nueva York y se pegó un tiro.

La conclusión de todo lo anterior estará ya en la mente del lector, pero no es impertinente explicitar que la ampliación de la UE no solo debería sería un asunto territorial: la posición de los países del grupo de Visegrado, sobre todo Hungría y Polonia, demuestra que algo se ha hecho mal en el impulso a los valores democráticos y liberales. Y hoy mismo los albaneses están en un extremo estado de necesidad que debería ser aliviado por todos los medios para que los futuros europeos vean que ingresarán en un espacio efectivamente acogedor y solidario, en el que ya no ocurren las carencias de las que todos, todavía, nos avergonzamos.