Opinión | CUMBRE DE GRANADA

Ejercicio europeo de unidad

La hora de la verdad llegará con la aplicación práctica del acuerdo sobre inmigración

La Alhambra deslumbra a los jefes de estafo de la UE.

La Alhambra deslumbra a los jefes de estafo de la UE. / EFE

La cumbre de la Comunidad Política Europea reunida en Granada, prolegómeno del Consejo Europeo de hoy, calificado de informal, está más que justificada por la necesidad de renovar el compromiso de 47 países de ayudar a Ucrania y de contrarrestar las señales de descohesión que, ante una guerra tan larga como costosa, asoman de vez en cuando en el horizonte. Con la crisis abierta por Polonia, y seguida por algunos de sus vecinos, a propósito de las dificultades puestas a la importación de grano ucraniano, con la victoria en Eslovaquia del populista Robert Fico, un prorruso declarado, y con la desestabilización en el Cáucaso.

La acogida dispensada al presidente Volodímir Zelenski y las manifestaciones en apoyo de Ucrania de Ursula von der Leyen, Pedro Sánchez y otros líderes europeos fueron en esta dirección. En cambio, se frustró la posibilidad de que la primera jornada en Granada incluyese una intervención relevante de la Unión en la crisis de Nagorno Karabaj a través de la mediación francoalemana para dar una salida al conflicto que dé garantías de seguridad a Armenia, después de que no se personasen en la cita ni el presidente de Turquía ni el de Azerbaiyán. Es obvio que la injerencia de Rusia ha sido el resorte que ha impedido que la diplomacia europea intente suturar la herida. Moscú ha enviado otro nítido mensaje a los participantes en la cumbre con el bombardeo a una pequeña ciudad ucraniana alejada de las actuales zonas de combate y sin valor estratégico alguno, con más de 50 muertos.

En días de zozobra deben transmitir los europeos una imagen de complicidad, en mayor medida aún en el Consejo Europeo de hoy, orientado a concretar avances en dos asuntos clave: la gestión de los flujos migratorios y la tramitación de futuras ampliaciones hacia 2030. El acuerdo de principio alcanzado en materia de inmigración por los representantes permanentes de los Veintisiete y el trabajo de años de la comisión ad hoc del Parlamento Europeo permite vislumbrar un acuerdo de mínimos en un asunto de índole humana, a menudo de naturaleza trágica, que es causa de división entre los socios de la UE, que polariza a la opinión pública y que sustenta en gran medida los nacionalismos desabridos de extrema derecha. La aplicación práctica del acuerdo será la hora de la verdad a poco que proliferen las reservas y no prevalezca la solidaridad con los países del flanco sur de la UE, tantas veces soslayada.

A diferencia del programa de ampliaciones, que puede abordarse sin premuras de tiempo, cuanto atañe a la inmigración es de urgencia máxima, y de la misma manera que la unidad es un ingrediente esencial para hacer frente al desafío ruso, lo es también para atender a una realidad tan compleja como las corrientes migratorias sur-norte, el respeto por los derechos humanos en situaciones extremas, el coste de la acogida de los recién llegados y la necesidad de mantener su aporte demográfico a un continente envejecido. La experiencia acumulada por Europa desde 2015, cuando un millón de refugiados llegaron al continente, exige un compromiso de los socios de la Unión preciso y realista que acabe con las muertes en el mar, las expulsiones sin garantías y reformule los acuerdos con terceros países cuya aplicación no hay forma de supervisar.