Opinión

La maldita Transición

Aquella voluntad de concordia colectiva ha sido desvalorizada en beneficio de una cierta dislocación de consensos y legitimaciones

Madrid 26-09-2023 Alberto Nuñez Feijóo y Pedro Sanchez durante el primer pleno y debate de investidura del candidato Feijóo , en el Congreso de los Diputados . IMAGEN DAVID CASTRO

Madrid 26-09-2023 Alberto Nuñez Feijóo y Pedro Sanchez durante el primer pleno y debate de investidura del candidato Feijóo , en el Congreso de los Diputados . IMAGEN DAVID CASTRO / DAVID CASTRO

La probable investidura de Pedro Sánchez va secundada por una euforia anti-Transición. Eso comenzó hace años, con riego por goteo y ahora estamos en la aspersión. Las costumbres y el paisaje social de España han cambiado pero aun así la arquitectura institucional es la de 1978 y solo con una imaginación incentivada psicotrópicamente se puede inventar otra, así como improvisación. Desde 1978, la política –fuese buena y mala- se ha acumulado y ahora ya es experiencia histórica de todos. De Adolfo Suárez a Pedro Sánchez, las instituciones han regido de forma estable, mientras íbamos pasando de escribir con la Olivetti a la Inteligencia artificial

De la peseta al euro y el bitcóin la nueva ruptura, la de Pedro Sánchez, Sumar y sus socios parlamentarios, parece renegar de esa experiencia o, dicho de otro modo, olvida los logros de la Transición democrática y subraya sus imperfecciones. El efecto resultante es que quien se refiere a aquella Transición es comparado al abuelo Cebolleta.

Inicialmente, fue Zapatero quien antepuso el mito de la Segunda República a la realidad de la Transición democrática. Escogió ignorar a la vez los errores republicanos y los aciertos de la democracia después de Franco. El síndrome de la ruptura pendiente se coló en el día a día, hasta configurarse como nuevo rupturismo. Se echaba el cierre a la Transición, el paso de la dictadura a una democracia que se estudia como modelo en las universidades de medio mundo.

A finales de 2003, Rodríguez Zapatero como secretario general del PSOE asiste a la toma de posesión del nuevo 'president' de la Generalitat, Pasqual Maragall. A Zapatero le fascina la personalidad de Pasqual Maragall y le entusiasma la concepción del tripartito socialista-independentista-eco-comunista. Ha visto la luz. Promete el segundo Estatut. Convergència critica entonces la presencia de Zapatero como el “inicio de la subordinación a Madrid”. En realidad, comenzaba la subordinación de Zapatero al tripartito. Al final, apareció Carles Puigdemont

Aquella maldita Transición tiene que ver con lo que somos y, tal vez, con lo que podremos ser. Fueron los avances de la libertad a tientas, entre la confusión y el apasionamiento. Un buen día accedimos a las urnas. Caía una leve lluvia y el electorado, tan novato, se equivocaba de colegio electoral o no acertaba a decidir su voto. Fue un día noble y muy normal.

Con la Transición pudimos entender que, en la guerra civil, todos fuimos perdedores y que los beneficiarios de la Transición también fuimos todos, tanto quienes pretendían la reforma como quienes intentaban la ruptura. Así ocurrió: hubo ejercicio de las libertades aún sin la formalidad democrática. La sociedad cambió de piel y aquella madurez de convivencia hizo posible la Transición sin sobresaltos.  

Queda tan lejos y quebrado el paradigma de la Transición democrática que ahora lo exótico es aceptar la legalidad vigente y lo usual es avisar de que uno va a saltársela cuando le sea posible. ¿Queda ya roto para siempre el paradigma? En el fondo, el dilema real fue entre inmovilismo y reformismo, no entre reforma o ruptura.  

Aquella voluntad de concordia colectiva ha sido desvalorizada en beneficio de una cierta dislocación de consensos y legitimaciones. Es así: la desmemoria tiene sus ciclos, el pasado conoce sus fosas y la ética de la responsabilidad ha de atender a sus rigores. Es el triunfo de la política cosmética. Por eso ahora estamos otra vez en pleno quinto, sexto o séptimo desencanto.