Opinión | POLÍTICA

Feijóo, ante su futuro

El líder del PP puede salir de la investidura doblemente derrotado, sin gobierno y con la imagen personal irremediablemente maltrecha, o como un político maduro, en el que los electores puedan verse representados

Rey Felipe VI recibe a Alberto Núñez Feijóo

Rey Felipe VI recibe a Alberto Núñez Feijóo / EFE/Sebastián Mariscal Martínez

Cuando fue elegido presidente del PP, Feijóo proclamó que venía a ganar elecciones. Durante meses reiteró su mayor propósito. Luego hizo la promesa fácil de renunciar al Gobierno si perdía las generales. En realidad, era un ofrecimiento al PSOE para que en el caso de encontrarse en idéntica circunstancia hiciera lo mismo y le permitiera gobernar. En la última campaña electoral, con las encuestas anunciando su triunfo, manifestó la intención de refundar el gran partido de centro y reformista de la derecha española, como había hecho Aznar. Desde el inicio de la anterior legislatura, en 2019, el PP solo ha sido derrotado, confirmando las previsiones, en las autonómicas catalanas y vascas. Feijóo se ha apuntado el éxito en las locales y legislativas recién celebradas, que el PP ganó con claridad, aunque por un estrecho margen.

Sin embargo, todo indica que su victoria el 23 de julio no es suficiente para obtener la investidura. Necesita los votos del PNV o la abstención de Junts, eventos muy improbables los dos, por no decir que descartados dado el carácter de la política, en la que a veces todo parece posible. Y la abstención del PSOE es impensable, puesto que también aspira a gobernar y tiene más a su alcance fraguar una mayoría parlamentaria, además de por las consabidas razones políticas. Si los partidos independentistas hubieran comunicado a Felipe VI su voto o al menos su disposición hacia uno y otro aspirante, es probable que la cuestión estuviera ya resuelta. El Rey hizo lo que debía con la información incompleta que recibió. Designó candidato, dando ejemplo, para no demorar el trámite por tiempo indefinido. Ha sido la presidenta del Congreso, de acuerdo con Feijóo, la que ha retrasado la fecha de la sesión. Concede, así, unas semanas al dirigente del PP para que realice sus gestiones.

La candidatura de Feijóo es objeto de debate y divide a la opinión pública. Todavía se discute quién ganó las elecciones y se expone a una derrota de antemano casi segura. En el primer debate de investidura no estará en juego únicamente el paso al turno de Pedro Sánchez. El resultado de la votación no agotará las consecuencias políticas directas e inmediatas del hecho en sí. Descontado el rechazo de una mayoría del Congreso que concitará el candidato del PP, lo que se dirimirá verdaderamente en su discurso, las intervenciones de los portavoces y las réplicas será su liderazgo en el partido y en la sociedad española. Feijóo puede salir doblemente derrotado, sin gobierno y con la imagen personal irremediablemente maltrecha, o como un político maduro, en el que los electores puedan verse representados, a la espera de una mejor oportunidad. Su situación, ahora, es comprometida. La mera insistencia en el derecho a gobernar por haber ganado las elecciones es inútil, está falta de razón y, en resumen, le lleva por mal camino. Por el contrario, el intento de aproximación al PNV denota realismo y atrevimiento, dos cualidades del buen político.

La respuesta a los nacionalismos periféricos y la pujanza del independentismo es una asignatura pendiente del PP. Con todo, eso no bastaría. Para afianzar su liderazgo en el PP, Feijóo tendrá que hacer frente a desafíos tanto externos como internos. El PSOE, a diferencia de la socialdemocracia de otros países del sur de Europa, es un partido resistente, con un electorado amplio y fiel. Pedro Sánchez pertenece a una generación de líderes ambiciosos, descreídos, populistas, que traspasan los límites de la política convencional sin mirar atrás, manejan los trucos del lenguaje y la comunicación política con habilidad y desparpajo, y tratan de arrinconar a sus adversarios. Feijóo es un político de la vieja escuela. La campaña electoral y el resultado de las generales nos han servido el ejemplo perfecto del contraste entre las dos maneras de hacer política.

Otro desafío para Feijóo viene de Vox. No solo porque es una escisión del PP, al que ha arrebatado más de tres millones de votos, sino porque lo ha alejado del resto de partidos. Es obvio que Feijóo no ha acertado a combatir eficazmente el efecto disuasorio que sufre su partido en las urnas a cuenta de Vox. Mientras este partido tenga un apoyo electoral fuerte, y no da señales de desplome inminente, será una fuente de problemas para el PP. Los electores reclaman a Feijóo una clarificación de las relaciones entre ambos partidos. Al respecto, es preciso anotar la ubicación de un sector de la derecha, con un pie en el PP y otro en Vox, que trata de tender puentes entre ellos y mantiene una estrecha vigilancia sobre los pasos de Feijóo. El pluralismo y la fragmentación de la derecha han desbordado al líder del PP, que en el punto álgido de la competición política se mostró indeciso e inhibido. No cumplido el objetivo de formar Gobierno, el debate de investidura se presenta como el momento decisivo para el liderazgo de Feijóo y las expectativas de expandir su mayoría electoral.