Opinión | CONFLICTO EN ÁFRICA

Riesgo de conflicto en el Sahel

La meta de Rusia es asentar un área de influencia y liquidar el papel menguante de Occidente en la región

Un soldado francés en el Sahel.

Un soldado francés en el Sahel.

El Sahel corre riesgo -aparentemente aminorado en las últimas jornadas- de que estalle una guerra regional a raíz del golpe de Estado en Níger. Desde que venció el ultimátum dado por la Comunidad Económica de Estados del África Occidental (Cedeao) para que los golpistas restituyan en el cargo al presidente Bazoum, democráticamente elegido y depuesto por los militares, se prodigaron los intercambios de amenazas entre los socios de este bloque regional que apoyan a los insurrectos que han tomado el poder en Niamey -Mali, Burkina Faso y Guinea-Conakry- y aquellos otros que inicialmente promovían una intervención militar -Nigeria, Senegal, Costa de Marfil y Benin- para reponer en su puesto a Bazoum. A lo que hay que añadir la oposición de Argelia y Chad a que hablen las armas y la división en el resto de África.

La descripción del momento quedaría incompleta sin tres factores esenciales para entender la crisis: el papel desempeñado por Rusia en el golpe militar, el que le corresponde a Francia, antigua potencia colonial de la región con 1.500 soldados estacionados en Níger, y la presión de grupos yihadistas. Todo lo cual afecta a la vida de poblaciones extremadamente pobres -el PIB per cápita de Níger es de 1.154 dólares-, dañada su economía de subsistencia por la emergencia climática y dependiente siempre de la asistencia de las onegés y de algunos países donantes, que después del golpe limitan la ayuda a la sanidad y la educación.

La meta de Rusia es asentar un área de influencia en el Sahel y liquidar el papel menguante de Occidente en la región. Para tal empresa cuenta con los mercenarios de Wagner, cuya misión teórica es neutralizar la actividad yihadista, pero que en la práctica tienen un papel crucial en el apoyo por Moscú de los regímenes militares de la zona. Los objetivos de Francia en materia de seguridad son tan importantes como la protección de los intereses de compañías del país que explotan los yacimientos de uranio que necesita para su red de centrales nucleares, la más importante de Europa. De ahí que no cabe interpretar como mera retórica el tono amenazante de los avisos procedentes de París, secundados por los gobiernos occidentales. Todo ello dibuja un escenario mucho más complicado de quienes ven a las facciones del conflicto apoyadas por Moscú como una muestra de emancipación anticolonial contra Occidente.   

 En cuanto sucede en Níger, en la falta de iniciativas para evitar lo peor y buscar un desenlace negociado de la crisis, y en el auge en la región de regímenes militares tiene mucho que ver el fracaso de la estrategia encaminada a combatir la infiltración del yihadismo en la región y su arraigo en determinadas áreas. El progresivo repliegue occidental en el Sahel ha permitido a Rusia consolidar su influencia en la región. Lo mismo puede decirse de la mala gestión por la UE de los flujos migratorios, su origen y dinámica en entornos en permanente quiebra económica y donde confluyen diferentes rutas de inmigrantes controladas por las mafias. Hay en todo ello suficientes ingredientes para temer que la crisis desemboque en un gran desastre humanitario, en una guerra por delegación en la que los golpistas de Níger, quienes les apoyan y quienes les exigen regresar a los cuarteles esperan obtener ganancias económicas y estratégicas en escenarios condenados a una existencia precaria.