Opinión | DE PRIMERAS

Hacia la investidura

Sánchez y Feijóo

Sánchez y Feijóo / Eduardo Parra /Europa Press

La composición de las dos Cámaras resultante de las elecciones del pasado 23 de julio tiene tantas aristas, que la democracia española está puesta a prueba otra vez. Cualquier pequeño detalle puede tener gran influencia en el desenlace de cada situación que se vaya produciendo. Celebradas las votaciones, el hito procedimental más importante que aparece en el horizonte es la investidura del próximo presidente del Gobierno. Pero antes de que el Congreso lo elija, habrá que dar unos cuantos pasos previos, que tienen entidad propia y, sin embargo, podrían eslabonarse en una especie de juego de dominó, de tal manera que un acto fuera determinado o quedara condicionado por el precedente.

El próximo jueves se reúne el Congreso, que elegirá a su presidente y a los miembros de la Mesa, órganos de dirección de la Cámara que desempeña la función primordial de legislar y controlar al Ejecutivo, además de elegir a su jefe. Basta recordar que será una legislatura sin una mayoría parlamentaria clara, en la que se presume la dificultad para alcanzar acuerdos entre los grupos, con una polarización política máxima, para constatar la importancia de esta elección, en la que un voto puede ser decisivo. Y un escaño es el que está en juego en el recurso presentado ante el Supremo por el PSOE contra la proclamación de electos de la Junta Electoral de Madrid. Si el contencioso se resolviera a su favor, un diputado del PP podría verse obligado a ceder su asiento a otro del PSOE, lo que tendría consecuencias políticas a día de hoy imprevisibles, en primer lugar porque la reclamación de los socialistas no tendrá una respuesta efectiva hasta después del pleno del jueves.

A continuación, el rey hará consultas a los representantes que seleccionen para el caso los partidos con al menos un escaño y propondrá un candidato a la investidura. Suscita poca duda que debe ser propuesto el aspirante que cuente con los apoyos necesarios para ser elegido y no, sin más, el presentado por el partido que haya ganado las elecciones, puesto que es el Parlamento el que inviste. Pero en este punto surge la incertidumbre de si acudirán a la Zarzuela todos los representantes de los grupos políticos que serán convocados y, por tanto, si el rey tendrá la información completa sobre el candidato al que apoya cada diputado. De ser así, el problema estaría resuelto. Conviene, no obstante, prever la posibilidad de que alguno de los llamados a consulta no acuda o no declare su voto porque esté negociando y su partido aún no haya tomado una decisión. Esto fue lo que sucedió con los nacionalistas catalanes en 1996 en el trámite de la investidura de Aznar

Si la circunstancia se repitiera con Junts, la situación se volvería algo más problemática. El rey está obligado a proponer un candidato y, en ausencia de mayoría y de acuerdos, parece razonable que aplique el criterio del candidato de la lista más votada, aunque concite una mayor oposición. La investidura de Mariano Rajoy fue rechazada en una ocasión y la de Pedro Sánchez dos, una de ellas siendo el candidato del segundo partido. La decisión del rey, a buen seguro, no dejaría de verse envuelta en la polémica.

La propuesta de Felipe VI debe ser refrendada por el presidente del Congreso. Pero éste puede negarse, alegando una razón con fundamento. Esta eventualidad nos obliga a reparar de nuevo en la relevancia de la elección de esta semana en el Congreso. Todo este proceso culminará en la sesión de investidura, que se cerrará con la decisiva elección del presidente del Gobierno. Poco sabemos de él, excepto que los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, incluso después de las elecciones, se postulan para gobernar, que el PP suma el respaldo de más diputados, pero también el rechazo de un mayor número, y que el PSOE, salvo sorpresa, dispone de los apoyos que tuvo en la legislatura anterior. 

En resumen, los socialistas han tomado una ligera ventaja. La expectación está centrada en Junts, que la está alimentando y demuestra así su inteligencia política. Por lo demás, todo son incógnitas. El tiempo corre, aunque ‘el reloj de nuestra democracia’, rápido o lento según convenga, no se haya puesto en marcha todavía. Cuando el jefe del Gobierno no sale directamente de las urnas, la investidura es un momento político culminante. Podemos hacer las cosas con buen juicio y normalidad, o caernos al fondo del pozo que vamos cavando.