Opinión | A PIE DE PÁGINA

Gobernar la frustración

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, el pasado 16 de mayo en una sesión de control al Gobierno en el Senado.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, el pasado 16 de mayo en una sesión de control al Gobierno en el Senado. / José Luis Roca

Para sorpresa general, el jueves pasado, diez días después de celebradas las elecciones, el CIS dio a conocer unos sondeos realizados entre el 12 y el 22 de julio, víspera de las votaciones, cuando estaba prohibida su difusión. El organismo público ha presentado el “tracking” como un estudio metodológico de las tendencias de definición y decisión del voto, pero hay motivo para sospechar que su finalidad oculta era detectar los últimos movimientos de los electores y pasar esa información al jefe del Gobierno. El hecho es grave y merece una investigación que aclare el asunto. Según los datos facilitados de la encuesta, teniendo en cuenta la intención directa de los electores, el voto por correo y la simpatía hacia los diferentes partidos, sin hacer estimación de voto, el PSOE aventajaba al PP en cuatro puntos, Pedro Sánchez aventajaba a Feijóo en seis puntos en las preferencias para presidir el futuro gobierno, que la inmensa mayoría daba por seguro que será de coalición. Sin embargo, el 51% veía presidente a Feijóo, frente a un 31% que apostaba por Pedro Sánchez. En los votantes de derechas había una confianza absoluta en el desenlace de las elecciones. En la izquierda y los nacionalismos, por el contrario, con división de opiniones, el pronóstico era favorable a la formación de un gobierno encabezado por el líder del PSOE, aunque el 35% de los votantes socialistas coincidían en el presagio favorable a Feijóo. En resumen, eran más los que se declaraban partidarios de la reelección de Pedro Sánchez, pero otra mayoría esperaba un cambio en el gobierno.

El resultado de las elecciones difiere de todas las previsiones y requerirá análisis, que llevarán un tiempo, para saber qué votaron los españoles. Es probable que no lo averigüemos antes de la investidura y la formación del próximo gobierno. Conviene que se perciba en toda su dimensión la trascendencia política de la cuestión. No solo porque el PP canta victoria y el PSOE, lejos de reconocerla, hace lo mismo, provocando así una situación que no habíamos vivido, sino también porque este resultado será la referencia de partida para evaluar el curso que siga la legislatura y el veredicto de las próximas elecciones, da igual si son anticipadas o no. A todos estos efectos, mientras no tengamos más información, tan válida es la hipótesis que sostiene que los españoles votaron contra Voxcomo la que encuentra en el escrutinio un rechazo a la gestión específicamente política del gobierno.

El PSOE disimula su castigo electoral y toma la iniciativa. Es posible que Sánchez sienta la tentación de asestar el golpe definitivo en forma de nuevas elecciones

Los números del PP no han confirmado los vaticinios basados en las encuestas, ni siquiera los de aquellas que dudaban de que alcanzara una mayoría suficiente con los escaños de Vox, y tampoco las expectativas de los electores. Las explicaciones preliminares apuntan a una reacción de última hora de votantes de izquierdas ante la retórica exaltada de la ultraderecha, a los pactos contaminantes del PP con ella en varias comunidades autónomas y a la falta de firmeza democrática en general del PP frente a Vox utilizada con gran eficacia por los partidos de izquierda y nacionalistas en su discurso electoral. Habrá que explorar la influencia de al menos otros dos factores. Algunos indicios abonan la idea de que numerosas encuestas inflaron el voto a favor del PP. Pero parece de mayor relevancia la pérdida de guion sufrida por el partido de Feijóo en la segunda semana de la campaña. Falto de una orientación clara, esquivo con la prensa, con un discurso de medias palabras y un perfil de líder desdibujado, el votante dispuesto a transferirle el voto se retrajo y, a resultas, salió perjudicado por asumir con excesiva complacencia la condición de favorito indiscutible.

Es irrefutable que el PP ganó las elecciones, como apenas quedan dudas de que no formará gobierno. Los partidos de izquierdas y nacionalistas han levantado un muro infranqueable al PP. No sabemos si habrá gobierno, pero tenemos la certeza de que en cualquier caso no será del PP. Que el ganador de las elecciones no pueda gobernar es una circunstancia inédita en la política nacional. La derecha ha encallado a cinco escaños de la mayoría que le otorga esa posibilidad. Ahora la pregunta es por el futuro inmediato del PP. La visibilidad de su candidato ha sido reducida. El liderazgo de Feijóo está a medio hacer, se ha mostrado muy vulnerable, emparedado por los populismos de derecha y de izquierda, y ha carecido de la fuerza de convicción que se le suponía. Y es Feijóo, con la imagen del ganador derrotado a cuestas, quien deberá gestionar la enorme frustración en la que ha caído el partido. Le aguarda una gran tarea. El PP ha conquistado extensiones de poder, repartido y de segundo nivel, pero estará en la oposición, apartado de La Moncloa. El PSOE disimula su castigo electoral y ha tomado la iniciativa. Es posible que Pedro Sánchez sienta la tentación de asestar el golpe definitivo en forma de nuevas elecciones.