Opinión | A PIE DE PÁGINA

Las próximas elecciones

No parece que Sánchez esté pensando en una repetición de las elecciones. Pero la negociación con los partidos catalanes y vascos podría acabar en una convocatoria obligada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, reúne en el Congreso a diputados y senadores socialistas para abordar el reto de remontar en las elecciones generales los malos datos del PSOE en las autonómicas y municipales

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, reúne en el Congreso a diputados y senadores socialistas para abordar el reto de remontar en las elecciones generales los malos datos del PSOE en las autonómicas y municipales / EFE / Mariscal

Tras conocerse el resultado adverso para él de las elecciones locales y autonómicas, el presidente del Gobierno se apresuró a anunciar la convocatoria de las generales. El país, dijo entonces, debía manifestarse en las urnas, sin dilación, sobre la situación creada. Después del 23J, lejos de despejarse, el futuro se presenta si cabe más complicado y confuso. Al día siguiente de la votación, Pedro Sánchez decretó vacaciones y dio ejemplo inaugurando las suyas. Olvidó poner plazos para la formación del nuevo gobierno. La demora en los trámites institucionales ha entrado de lleno en «la normalidad» de la política española, que acoge en su seno cualquier posibilidad por rara e incongruente que parezca, siempre que no se trate de un gesto de entendimiento básico entre los dos partidos mayores.

Disponemos, pues, de un tiempo para reposar los datos de las elecciones y extraer conclusiones provechosas. Por inesperado y poco definitorio, el resultado ha dado lugar a algunos malentendidos. El PP ha ganado las elecciones de modo similar a como obtuvo la victoria en 1996, con un estrecho margen en votos y más abultado en escaños sobre el PSOE, que en las elecciones de 2004 y 2008 consiguió una diferencia mucho mayor en votos, pero inferior en número de diputados. Solo en doce circunscripciones el partido más votado ha sido otro, el PSOE en diez de ellas. 

Las únicas comunidades autónomas que negaron la victoria a Feijóo, conviene tomar nota de la lista, han sido Cataluña, el País Vasco, Canarias, Navarra y Extremadura. El apoyo electoral al PP ha aumentado muy por encima del resto de partidos. El líder popular ha sufrido un fracaso, pero no una derrota. Aunque ha quedado por debajo de las expectativas y no ha logrado ninguno de sus dos objetivos, una mayoría suficiente para gobernar en solitario o al menos superar en escaños al PSOE y Sumar juntos, ha obtenido un triunfo cuyo alcance está por ver.

El PSOE puede sentirse agradecido por la lealtad de sus votantes y las transferencias de voto recibidas, que le han deparado un saldo positivo, solo pronosticado por el CIS y su secretario general. Los socialistas tienen motivos para la euforia de su celebración poselectoral. Sus dirigentes se felicitan por haber frenado a la ultraderecha. Desde luego, Vox ha incitado al votante de izquierdas. Ahora bien, si el PP y Vox son uno la derecha extrema y el otro la extrema derecha, no ha sido un frenazo en seco. Al contrario, la derecha ha avanzado hasta la puerta de la Moncloa. Vox ha sufrido una pérdida moderada de votos y más notoria en el reparto de los escaños, pero el PP ha añadido tres millones de votos a la pobre cosecha de 2019. En términos relativos el mayor retroceso afecta a los independentistas catalanes, que han perdido nueve de los 23 escaños que ocupaban en el Congreso.

Cierto es que celebradas las elecciones, lo que importa es el poder. La posición de los partidos pequeños aleja a Feijóo del Gobierno. El PSOE está más cerca de reeditar la coalición. Pedro Sánchez necesita, eso sí, el respaldo de los partidos independentistas, que compiten por el gobierno de su comunidad autónoma. Tendrán que discutir sobre sus exigencias, probablemente alcistas, y las concesiones del candidato, imprevisibles. Las dos partes tratarán de aprovechar la oportunidad, que podría ser la última. De la cuestión catalana y la vasca no se habló en la campaña, pero vuelven al primer lugar de la agenda política. En estas circunstancias, un gobierno de la izquierda con el apoyo parlamentario de los nacionalistas, que rehúsan formar parte del gobierno de España, augura una legislatura cargada de tensión, entre los independentistas y el Gobierno, y entre Cataluña y el resto de las autonomías, la mayoría gobernadas por el PP. La política nacional giraría, más polarizada aún, en torno al eje territorial.

El futuro del país se despejará en las siguientes elecciones. No sabemos cuándo se van a celebrar. No parece que Sánchez esté pensando en una repetición de las elecciones. Pero la negociación con los partidos catalanes y vascos podría acabar en una convocatoria obligada, sea por la negativa de uno de ellos o por conclusión propia. En cualquier caso, el resultado del 23J y el curso previsible de la política española invitan a pensar que en algún momento, durante los próximos cuatro años, será oportuno que los electores nos pronunciemos de nuevo.