Opinión | TRIBUNA

Una sociedad de cristal

Arquetipo de fragilidad emocional y fruto de sobreprotección parental, responsable última de una educación en inteligencia emocional

Verano Azul PP

Verano Azul PP / EFE | Daniel González

En la larga carrera hacia la meta del 23 de julio, ha bastado con el clarinazo de los dos partidos dinásticos, para dar por inaugurada la precampaña electoral. Ha ocurrido en un simulado plató de TV, situado en el cuartel general de la calle Ferraz, y en una playa imaginaria del otrora Parque Sindical.

Mientras el candidato socialista entrevistaba –de uno en uno– a aleccionados ministros colocados por el reportero, y el público, elegido se limitaba a ver, oír y callar, con un único cometido: aplaudir, con risas y aplausos enlatados; el dircom popular –atril en la arena, descalzo, pantalón arremangado, dando saltos entre sombrillas y mar falso al fondo– amenizaba su teatrillo, con letra y música de la serie televisiva ‘Verano Azul’.

El apoderado del baranda popular, al invocar la conveniencia de una campaña en positivo –sin crispación– compartía el anhelo de quien andaba ocupado en conciliar quereres de tantos, a base de imposibles malabares que terminan desdibujando el relato de la moderación.

Con anterioridad, el presidente –virtuoso madrugador– ya había planteado la celebración de seis cara a cara con el líder de la oposición, del que ha pasado olímpicamente, sin haberle informado de los pormenores del semestre europeo que empieza la semana que viene.

Como respuesta a lo que no dejaba de ser un ataque, el envidado le hizo la cobra, echando la cabeza atrás, mientras –con ironía– rechazaba la ocurrencia. Deslucir la propuesta, que llegaba tarde, después de no haberle hecho partícipe de cuestiones de Estado, insultado con denuedo y abusado, con una desproporción de tiempos, en las episódicas confrontaciones en la Cámara Alta.

El reproche del candidato socialista; a propósito de la negativa del contrincante a los debates, tras meterle el dedo en el ojo: "la imposibilidad de poder explicar este lamentable intercambio de votos por derechos"; tuvo ciertamente gracejo: "Como los gimnasios en enero: uno se apunta pero nunca va".

A falta de concretar el único debate, todo –plató y playa– resulta falso, como acaba siendo lo esperpéntico, primo carnal de la genialidad, pero sin desentonar en una sociedad que procura zafarse del ridículo mientras prolonga la infantilización. Ambos escenarios son fiel reflejo de un verano con aroma de cristal, a base de superficialidad y satisfacción inmediata sin compromiso. Nada de complicaciones, ni sufrimientos que provoquen tristeza. Mejor, una democracia con tacón alto, para idólatras de títeres de cachiporra.

Varios factores explican la etiología –causa y origen– de la sociedad de cristal: vulnerabilidad existencial, baja tolerancia a la frustración, suspicacia al rechazo, baja autoestima, hipersensibilidad y poca tolerancia a la crítica.

Arquetipo de fragilidad emocional y fruto de sobreprotección parental, responsable última de una educación en inteligencia emocional –no pasa nada por mostrar fragilidad– sin serlo en la del esfuerzo, lo que no deja de ser un error evidente, esa protección a los jóvenes ha pecado por excesiva. Una sociedad de cerebro en punto muerto, sin apenas latido intelectual.

La progresiva rebaja de las exigencias académicas y la demanda de un reconocimiento constante –por falta de autoestima e inseguridad en la toma de decisiones– están en el origen de una infantilización, que lleva a que cada vez más adultos rechacen formas de vida que impliquen un compromiso a largo plazo.

La clave de que haya muerto el espíritu crítico está en el deterioro del sistema educativo. Murió la exigencia, los aprobados se dispensan con excelsitud y las secuelas: incultura y falta de herramientas para superar la frustración y convertir el menor problema en un drama.

Esta generación ha perdido capacidad de sufrimiento y una simple avería técnica –se va la luz, se estropea el coche o el teléfono móvil– se convierte en una desdicha, al quebrarse los esquemas vitales en los que nos movemos.

Inmersa en la cultura del entretenimiento y el consumo, la sociedad de cristal se alimenta de contenidos superficiales que diseñan los medios para mantener la atención sin profundizar en mensajes sociales y culturales. Todo se reduce a consumo y satisfacción inmediata, falta de autocontrol y gratificación cercana.

Otros factores que pueden explicar el espectáculo al que estamos asistiendo son el gran cambio que ha experimentado la estructura familiar, familias más pequeñas, en la que los niños son los reyes y la precariedad laboral que les hace más dependientes y menos autónomos.

Sin desdeñar que, en muchas ocasiones, los padres no comprenden el porqué de los comportamientos de esta generación, situación que desencadena una difícil convivencia familiar.

La generación de cristal está al volante y no saben cómo decirnos que quieren hacernos retroceder 40 años, volviendo a los tiempos amables de la Transición. Y lo intentan, pidiendo a los ciudadanos que no se olviden de votar en sus vacaciones porque si no "cuando vuelvan, los problemas seguirán siendo los mismos".

Si, por el contrario votan, habrá "un verano azul, de ilusión y de esperanza", porque "el verano azul supone el cambio". Y se quedan tan panchos. Pero consiguen un nuevo dazibao, en este caso, ingenioso: "Que te vote Chanquete".

Una generación que nació –al menos una parte de ella– en el anterior régimen y se ha acomodado en el pancismo, de manera que adapta su comportamiento a lo que cree más conveniente y menos arriesgado, para su provecho y tranquilidad. Su referencia política y social es ya el sistema democrático.

Armados con egregios títulos académicos, algunos se mueven como pez en el agua en las nuevas tecnologías, pero adolecen de lo más importante, la falta de cultura. Carecen de una formación intelectual básica, que no han recibido, por mor de las teorías educativas de los nuevos santones de la educación.

La mayoría de los políticos que hoy gestionan la res pública pertenecen a esta generación, endeble, que desconoce el humanismo al moverse a golpe de estudios, análisis, encuestas. La nueva clase política, escasa de imaginación y sometida a la dictadura de lo políticamente correcto, no tiene capacidad de sufrimiento, lo que conduce a la inhibición.

Raro es el día en que algunos medios –otros que tal bailan– han convertido los programas informativos en una crónica de sucesos o monográficos sobre el tiempo y machacan con cientos de informes, la mayoría innecesarios. Estamos ante una confabulación de los políticos y los medios para confundir al público.

Otra de las características que caracterizan a esta generación es su buenismo, a no confundir con la flexibilidad en la negociación. Se trata de comprender y justificar siempre al rival, situándose siempre en un plano inferior de allanamiento.

Una sociedad, perpleja ante entrevistas y playas falsas, distraída ante la pantalla del móvil, adición que acaba afectando al proceso cognitivo. Hasta la actitud de caminar con la cabeza mirando al suelo, como reverencia indebida, revela la sumisión a la que nos encaminamos.

La cosa ahora es más simple: o gobierna la izquierda junto a la extrema izquierda o lo hace la derecha junto a la extrema derecha. La opción de que los partidos dinásticos decidan ponerse de acuerdo para algo con mayor fundamento es impensable en esta España de hoy.

¿De verdad queremos vivir un verano de los años 80, cuando Felipe González lograba su primera mayoría absoluta, 202 diputados? De momento, "que nadie se quede en la sombrilla".