Opinión | LA CARTILLA DE LA DIRECTORA

Feijóo, Vox y el guion que lleva a Moncloa

El líder popular ha defendido desde que sustituyó a Casado que daría libertad en el PP a sus baronías. Ahora las diferencias de relato que exhiben ante Vox le dan una oportunidad a él si la sabe aprovechar

Núñez Feijóo en uno de los actos políticos que ha protagonizado en Teruel

Núñez Feijóo en uno de los actos políticos que ha protagonizado en Teruel / EFE/Antonio García

Aquellas semanas de febrero y marzo de 2021 en las que el PP, poco a poco y contra el reloj, fue arrinconando a Pablo Casado hasta sacarlo no ya del despacho principal de los populares, sino del mapa político español, se llegó a una conclusión: es imposible gestionar un partido tan grande como el popular sin apoyo de sus barones y baronesas. O en contra de ellos. Especialmente si aún no estás consolidado y consagrado, como le ocurría a Casado, que lo intentó.

Él tuvo la osadía de desenfundar su espada contra la madrileña Isabel Díaz Ayuso, la que un día fue su amiga y su elegida para convertirse en candidata. Tras varios episodios de alto voltaje entre los equipos de ambos dirigentes, Casado acabó achicharrado. Muerto (políticamente). Ayuso, que ya acumulaba mucha fuerza y poder, podía haber superado aquella batalla ligada a unas informaciones sobre comisiones supuestamente irregulares de su hermano a las que su entonces jefe de filas dio crédito. La batalla sí, pero nunca la guerra. Dicha guerra sufrió un vuelco clave cuando otros líderes regionales del PP se sumaron a su causa, aunque solo fuera para marcar territorio. Y esa guerra resultó definitivamente ganada cuando el barón que más prestigio, autonomía y mayorías absolutas acumulaba entonces a sus espaldas, el gallego Alberto Núñez Feijóo, desenfundó también su espada para sumarla a la de Ayuso y aceptó ocupar el trono presidencial en Madrid.

Desde ese momento en que se hizo con la presidencia del PP, Feijóo ha ido repitiendo en público y en privado que él no traicionaría su respeto a las baronías del PP (no todas de su cuerda y muchas de ellas elegidas por su antecesor) por convertirse en jefe supremo de todos ellos. Que dejaría hacer. Que sabría dar a cada cual su espacio. ¿Pero qué significa eso exactamente? Ahora lo sabemos y sabemos, además, que no será sencillo de gestionar ni en el presente ni en el futuro con Vox mediante. Ahí está el ejemplo extremeño y el valenciano tras las elecciones del 28M: el líder de los populares ha dado bendiciones a un polémico acuerdo de gobierno con la ultraderecha y cesiones relevantes en la Comunitat valenciana y, al mismo tiempo, ha permitido que su candidata en Extremadura, María Guardiola, le dé un portazo en la cara a los de Santiago Abascal. que todavía resuena . Que ha eclipsado parte de la precampaña. Que ha generado debate e interés por saber si hay un antes y un después. O no.

El aspirante a la presidencia del Gobierno no ve contradictorio y caótico, como alega el PSOE, avalar a un tiempo lo acaecido en Extremadura y el pacto gubernamental de Valencia, donde se ha tratado de esconder entre tinieblas el concepto de violencia de género y alguna consejería ha terminado en manos de un torero. Lo estima de hecho compatible, asumible y hasta necesario para evidenciar, según dicen los suyos, que no hay una estrategia de resignación global con Vox y que, si los necesita porque gana las generales pero le faltan escaños, será él como sus barones quien elija el camino a seguir sin que los ultras puedan confiarse.

 La extremeña Guardiola ha colocado a su región al borde la repetición electoral por no aceptar una coalición con los que denomina sin disimulos partido de "extrema derecha" y para no dar carta blanca, entre otras cosas, al vergonzante cuestionamiento a estas alturas y número de muertas de la violencia machista. Cierto es que ha dejado descolocados a muchos compañeros de partido, especialmente a los que sí han pactado con Vox tapándose la nariz en temas de calado como este sin reflexionar sobre las consecuencias. Cierto es que ha tomado una dimensión social como política que no tenía previamente. Cierto es que, de paso, ha ayudado a Núñez Feijóo a recolocar al PP ante el electorado de centro que duda de las consecuencias del acercamiento a Vox.

Tan cierto como que el gallego tiene ahora la oportunidad de reescribir el guion electoral combinando el respeto a la España de las autonomías y sus dirigentes políticos –esa España autonómica que los ultras quieren fulminar pero en la que ahora exigen poder y sillones- con el necesario énfasis de que hay fronteras intocables logradas, en las últimas décadas, con la colaboración de todos los partidos que creen en la democracia y sus derechos. Queda un mes para que él, y el resto de aspirantes, terminen el guion de una película que concluye en la Moncloa.