Opinión | PARLAMENTO BRITÁNICO
Recuperar el prestigio de la verdad
El Parlamento británico sanciona a Boris Johnson por mentir deliberadamente sobre las fiestas que celebró en pandemia
La democracia parlamentaria que conocemos, fruto de las revoluciones burguesas, se basa en la confianza. Los ciudadanos firman un contrato social y se comprometen a cumplirlo. De este modo, el sistema democrático es el más sofisticado método de resolución de conflictos… siempre que los actores políticos vayan de buena fe. La mentira es, por tanto, la principal tropelía que puede cometer un político, ya que traiciona el mandato recibido. Con la quiebra de la credibilidad, el principio de representación se debilita. Esto es lo que está experimentando en su propia carne el ex primer ministro británico Boris Johnson, quien, tras haber conseguido zafarse varias veces del castigo, ha sido humillado y sancionado por sus mentiras en el escándalo de llamado “partygate”, las reuniones privadas que celebró en su residencia oficial mientras todo el país estaba severamente confinado por causa del coronavirus.
Johnson negó reiteradamente aquel exceso pero los hechos y los vídeos han sido rotundos y ahora tendrá prohibido pisar temporal el parlamento británico. El comité de privilegios del Parlamento británico ha confirmadoque el exprimer ministro mintió deliberadamente a los diputados al negar que se incumplieran las normas sanitarias en las múltiples fiestas en las que participó durante la pandemia.
Los resultados de la investigación han puesto punto final a 14 meses de pesquisas y han supuesto un duro golpe para Johnson, que ha visto minadas prácticamente todas sus opciones de regresar a la primera línea política. La carrera del exmandatario está muy dañada. El populismo que germinó tras la primera gran crisis financiera de 2008, y que tuvo su mayor exponente en el acenso del presidente norteamericano Donald Trump a la Casa Blanca (2017-2021), se basaba en la exacerbación de la demagogia, edificada mediante mentiras. La fuerte personalidad de Trump hizo realidad lo que parecería imposible: la gente creyó en sus clamorosos bulos, que desacreditaban a sus adversarios hasta extremos pintorescos. La contendiente de Trump, Hillary Clinton, fue insultada en las redes sociales con una realidad deformada que la convertían en una verdadera delincuente capaz, por ejemplo, de dirigir una oscura red de pederastia. Otra de las mentiras antológicas de Trump fue la de que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos. Hay antologías publicadas con cientos de mentiras e inexactitudes lanzadas por Trump. La CNN lo ha hecho periódicamente y hasta Wikipedia tiene una divertida entrada que se titula “Veracidad de las declaraciones de Donald Trump”. El populismo norteamericano tuvo un correlato británico en el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, fruto de un referéndum precedido de una serie de debates viciados y bochornosos que desorientaron a la opinión pública.
Johnson fue un actor aventajado en aquella comedia, y ahora ha tenido que beber de su propia medicina. En el Reino Unido parece haberse producido una gran rectificación ya que no solo el Parlamento ha castigado al ex primer ministro y los tories: también las encuestas anuncian el ascenso del laborismo, que probablemente será el encargado de formar el próximo gobierno. Es obviamente muy saludable que el populismo sea desenmascarado, denunciado y combatido como sucede en el Reino Unido. Y que la verdad recupere todo su prestigio.
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