Opinión | INTERNACIONAL

Inmigración "irregular": una inmensa tragedia

El Mediterráneo se ha convertido en un inmenso “cementerio marino” y no precisamente aquél que cantó Paul Valéry

El barco que ha naufragado ante las costas de Grecia.

El barco que ha naufragado ante las costas de Grecia.

Ha vuelto a suceder y sucederá una y mil veces más. Los periódicos, al menos los de la vieja Europa, volverán a dedicarle un espacio en sus portadas y tal vez algún nuevo editorial de denuncia. Me refiero por supuesto a la noticia que llevaba el otro día nuestra prensa de la muerte de lo que se teme fueron varios centenares de migrantes en el mar Jónico, al sur del Peloponeso. Sólo se salvaron cientoseis, según la prensa. 

El Mediterráneo se ha convertido en un inmenso “cementerio marino” y no precisamente aquél que cantó Paul Valéry y donde el gran poeta francés duerme el sueño eterno: "Techo tranquilo, senda de palomas/que palpita entre pinos y entre tumbas/El mediodía exacto en él se enciende/el mar, el mar que siempre en sí comienza".

No es ese Mediterráneo que invita a “contemplar la calma de los dioses” el que se ha tragado a todos esos jóvenes subsaharianos en busca de un futuro que soñaban mejor que lo que dejaron en casa. A esos jóvenes, hombres y mujeres, que trataban de alcanzar eso que el poco diplomático jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, calificó jactanciosamente un día de “jardín rodeado de la jungla”. Un jardín convertido en fortaleza que ha decidido endurecer las reglas de admisión y delegar al mismo tiempo el control de la inmigración en países que no se distinguen precisamente por el respeto de los derechos humanos como el que tenemos al otro lado del Estrecho.

Hace unos días, los ministros del Interior de este club que tanto le gusta presumir de sus “valores” acordaron dar un nuevo cerrojazo a la “inmigración irregular”. El titular español de ese departamento, Fernando Grande-Marlaska, explicó así el endurecimiento de la política europea de inmigración: “Humanidad no es igual a permisividad”. Y advirtió de que el Gobierno español no iba a “permitir una inmigración violenta que atente contra nuestro país” ni contra las fuerzas de seguridad del Estado.

Los ministros reunidos en Luxemburgo para tratar tan espinoso tema acordaron no excluir en el futuro del procedimiento acelerado de asilo ni siquiera a las familias con hijos. Y ampliaron además el número de terceros países considerados como “seguros” desde el punto de vista del respeto de los derechos humanos y a los que se podrá devolver a quienes incumplan los requisitos para acogerse a la condición de refugiado. Se trataba, entre otras cosas, como explicó la comisaria europea de Asuntos de Interior, Ylva Johansson, de impulsar y acelerar las repatriaciones.

Hay países que van incluso más lejos como Austria y reclaman a la Comisión Europea que financie la construcción de vallas entre Turquía y Bulgaria. Algo así como la que tiene Estados Unidos en su frontera con México. Porque aunque son mayoría, no todos los que intentan llegar a Europa lo hacen afrontando la travesía del Mediterráneo. Otros, sobre todo procedentes de Oriente Próximo como Siria, tratan de alcanzarla por tierra.

Y así decenas de migrantes llegados a la frontera entre Bielorrusia y Letonia y expulsados de modo fulminante por este último país han quedado atrapados durante meses en los bosques, expuestos a las heladas del pasado invierno y a los osos y lobos cuando no directamente a la violencia de los guardias bielorrusos. Un país báltico, Letonia, cuyo Parlamento quiere aprobar unas enmiendas legislativas que permitirán a los guardias fronterizos expulsar automáticamente a quienes atraviesen de modo ilegal la frontera, como hace ya su vecina Lituania. Para su desgracia, no son ucranianos.