Opinión | ESTADOS UNIDOS

Los riesgos de la ‘antipolítica’

Trump intenta convertir su imputación en una baza a su favor, siguiendo el mejor manual del populismo

Fiscales de EE.UU. acceden a una grabación de Trump sobre datos clasificados, según CNN

Fiscales de EE.UU. acceden a una grabación de Trump sobre datos clasificados, según CNN / EFE/EPA/CJ Gunther

El expresidente norteamericano Donald Trump se presenta hoy ante un tribunal de Miami que le acusa de numerosos delitos relacionados con la apropiación de centenares de documentos secretos, hallados en su residencia particular y cuyo destino se desconoce pese a ser inaceptable y peligroso que informaciones sensibles puedan estar en manos de un personaje de más que dudosa moralidad. Se trata de la segunda vez en los últimos meses que Trump es imputado -la anterior fue por un supuesto pago para comprar el silencio de la actriz porno Stormy Daniels- pero la primera que deberá responder de siete delitos federales de un total de 37 cargos. A medio plazo, Trump tendrá que comparecer en Georgia por acudir al gobernador de este estado para pedirle que “encontrara” papeletas a su favor en las elecciones que perdió frente a Joe Biden. Y en algún momento deberá responder ante la justicia del grave asalto al Capitolio en enero de 2021. Sorprendentemente, su situación judicial no parece pasarle factura en las encuestas. Más bien al contrario: refuerza sus posibilidades de ser de nuevo el candidato republicano en las elecciones de 2024, al haber convertido el procesamiento en un argumento a su favor. Otros presidentes norteamericanos -Richard Nixon y Bill Clinton- también tuvieron que enfrentarse a los tribunales pero trabajaron para defenderse respetando la justicia y, a diferencia de Trump, nunca pusieron en cuestión el sistema. La imputación del magnate neoyorquino ha coincidido por azar con el fallecimiento del ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, en el que muchos ven un controvertido precursor del populismo que Trump instaló en la Casa Blanca. En sus más de treinta años protagonizando la política italiana, Berlusconi fue objeto de infinidad de análisis sin que ninguno haya logrado desentrañar completamente el porqué de sus éxitos electorales, a pesar de sus excesos y sus numerosas zonas de sombra. Como Trump, el dueño del imperio mediático italiano, confundió el interés público con el privado, desacreditó las instituciones, manipuló la política y burló la ética. Tan inaudito es que, después de un histriónico mandato, Trump siga siendo un valor político en Estados Unidos, como que Berlusconi llegara al final de sus días manteniendo una influencia indiscutible sobre la política italiana. Se diría que todo pivota en torno a un sencillo y no por ello menos peligroso círculo vicioso: un discurso que degrada la democracia con engaños y manipulación, y una degradación que, a su vez, engorda la deriva populista desfigurando la realidad.

En este contexto, la clase política en su conjunto está obligada a tomar conciencia del problema y no ceder a la tentación de la demagogia y la promesa fácil y engañosa. Estamos, en fin, en una encrucijada global en la que las democracias corren el riesgo de verse debilitadas por los cantos de sirena de la antipolítica. La responsabilidad recae también en los medios de comunicación, cuya misión debe ser la de garantizar el pluralismo, la ecuanimidad y la transparencia.