Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

De la guerra judicial al golpe blando

El problema de Gustavo Petro en Colombia es que no solo ha perdido buena parte del poder que tenía, sino también lo ha dilapidado.

El presidente colombiano, Gustavo Petro

El presidente colombiano, Gustavo Petro / Europa Press

En América Latina se repite la idea de la guerra judicial o lawfare contra los gobiernos progresistas. Personajes renombrados como Cristina Kirchner, Rafael Correa o Evo Morales habrían sido víctimas de la implacable persecución de unos jueces subordinados a los intereses de las oligarquías y del imperialismo. El objetivo es simple: evitar que cumplan con sus agendas de transformación económica y política en aras de las reivindicaciones sociales más urgentes. En esa línea, en marzo pasado, se celebró en Buenos Aires un seminario internacional donde reputadas figuras públicas, latinoamericanas y españolas, mostraron su solidaridad con la vicepresidenta argentina, condenada por corrupción.

Más recientemente, el mismo elenco de defensores de los derechos humanos, a los que se han sumado otras connotadas personalidades internacionales, como Jean-Luc Mélenchon, Jeremy Corbyn y Noam Chomsky, firmaron una carta en apoyo del presidente colombiano Gustavo Petro, acosado por los poderes fácticos, dada su valiente y consistente defensa de los intereses populares. En la misma misiva se hacen eco de los dichos de Petro, quien recientemente ha denunciado un golpe blando en su contra.

Su razonamiento es sencillo. Ni las instituciones judiciales ni las políticas, como la fiscalía, la procuraduría y el parlamento, han sabido estar a la altura de su responsabilidad, traicionando el sentimiento del pueblo colombiano, que hizo posible su elección hace un año atrás. El historiador británico Malcolm Deas, un profundo conocedor del país y de su gente, ha apuntado al carácter “narcisista” y al perfil autoritario de Petro para explicar su deriva cada vez más inexplicable al frente del gobierno.

En una Ventana Latinoamericana de mayo pasado señalaba que el principal enemigo de Petro es el propio Petro, un extremo que se ha seguido confirmando en las últimas semanas. Más que una serie de confabulaciones en su contra ha sido básicamente su mala gestión, incluyendo diversos errores no forzados, algunos de una gravedad mayúscula, los que lo han conducido a la situación actual de pérdida de control. Carlos Granés insiste en que Petro ha pateado “la piedra hacia delante exacerbando el resentimiento y la movilización callejera, y confiando en que la masa se imponga finalmente a las instituciones oligárquicas que impiden al pueblo cambiar la historia”.

Petro cree que él es el dueño de los votos que lo hicieron presidente y que el 50,47% de los sufragios obtenidos en la segunda vuelta son un cheque en blanco a su favor. Por eso, se ha decidido movilizar a la gente en defensa de sus principales iniciativas. Pero, se olvida que en la primera vuelta solo obtuvo algo más del 40%, y que los más de 2.700.000 votos que le permitieron derrotar al “ingeniero” Hernández tenían básicamente el propósito de cerrar la puerta del Palacio de Nariño a un proyecto populista y, sobre todo, irrealizable.

Sin embargo, no es lo mismo ponerse a la cabeza de la manifestación popular cuando uno encabeza la oposición, como hizo cuando canalizó la frustración y el resentimiento contra algunas medidas del presidente Duque, que hacerlo desde el gobierno. La credibilidad no es la misma. Es el presidente quien controla buena parte de los resortes del poder y, por eso, es a él a quien se asimila con el rumbo dado a las políticas públicas. Por eso, con su relato en torno al golpe blando intenta presentarse ante sus seguidores como un perseguido político, acosado por el establishment para hacer descarrilar su respaldo a las reivindicaciones populares.

Prueba de que las cosas no van como a él le gustaría es que su aprobación ha caído de forma importante, llegando al 33,8% a comienzos de junio, según la última encuesta de Invamer. La cifra es más preocupante si se tiene en cuenta que en noviembre del año pasado su respaldo superaba el 50%. Entonces, su rechazo también era mucho más bajo y asumible. Es así como se pasó del 43% al 59,4% actual. Claro que Petro y sus seguidores podrán descalificar las mediciones como lo han hecho con la prensa. En repetidas ocasiones el presidente ha atacado a los medios de comunicación, acusándolos de sumarse a la campaña en su contra e insistiendo en que el sentir popular es muy diferente del que ellos transmiten.

Como decía Giulio Andreotti, “el poder desgasta al que no lo tiene”. El problema de Petro es que no solo ha perdido buena parte del poder que tenía, sino también lo ha dilapidado. Esto ocurrió con la amplia y potente alianza parlamentaria que había sabido construir y que le hubieran permitido avanzar en las reformas prometidas. Obviamente que para eso tendría que haber transigido, negociado y arriado banderas, pero al final de su mandato hubiera podido presentar un balance potente, allí donde casi todos sus predecesores habían fracasado. No fue así. Las prisas, el narcisismo y el radicalismo lo llevaron a romper la baraja y a desgastarse de forma más acelerada. Petro, que no soporta un no por respuesta, ha preferido escuchar el susurro de sus más leales seguidores a la voz potente de la mayoría de una población en respaldo del proyecto presidencial, de un proyecto del que hubiera podido apropiarse con total normalidad.