Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

Sudamérica vota (Chile y Paraguay)

Más que frente a una “marea rosa” estamos ante a una potente ola de rechazo a los gobiernos en ejercicio

Adherentes de la opción Rechazo celebran el resultado del plebiscito constitucional, en la comuna de Las Condes en Santiago (Chile).

Adherentes de la opción Rechazo celebran el resultado del plebiscito constitucional, en la comuna de Las Condes en Santiago (Chile). / EFE/Alberto Valdés

En dos domingos consecutivos (el 30 de abril y el 7 de mayo), Paraguay y Chile acudieron a las urnas, aunque con propósitos muy diferentes. Pese a ello, se pueden extraer algunas conclusiones comunes y otras, obviamente, restringidas a cada caso nacional, dada la peculiar naturaleza de los diferentes procesos (y de la propia coyuntura política de cada país).

Mientras Paraguay elegía al presidente de la república, así como a los integrantes de la Cámara de Diputados y del Senado más 17 gobernadores y otras tantas juntas departamentales, Chile solo ponía en juego los 50 cargos del Consejo Constitucional, el organismo ad hoc encargado de completar la reforma “definitiva” de la llamada Constitución de Pinochet. Pese a sus marcadas diferencias, en ambos países no solo se realizó una lectura interna del resultado, sino también otra de ámbito regional, atendiendo a las particularidades del ciclo electoral en que está inmersa América Latina y de las consecuencias del mal llamado “nuevo giro a la izquierda”.

Pese a sus especificidades, tanto en Paraguay como en Chile se impusieron las fuerzas de derecha o incluso de extrema derecha, lo que también tiende a cuestionar la profundidad del llamado voto progresista. Y si bien, de momento, los equilibrios regionales de poder no se alteraron, la tendencia que se anuncia para los próximos comicios a celebrar en América Latina (comenzando por Guatemala y Argentina) habla de una gran incertidumbre y de un reacomodamiento entre las diversas fuerzas que se disputan el control del gobierno. Y todo en un contexto de ciclos políticos cada vez más cortos e intensos marcados por un fuerte sentimiento de desafección con la democracia y una polarización extrema.

Como ha puesto de manifiesto esta Ventana Latinoamericana en repetidas oportunidades, más que frente a una “marea rosa” estamos ante a una potente ola de rechazo a los gobiernos en ejercicio. Esto se traduce en un voto de cabreo o de castigo contra los oficialismos, a tal punto que de las últimas 15 elecciones presidenciales celebradas en América Latina en 14 ganó la oposición. La única excepción, y por motivos bastante espurios, fue Nicaragua.

Ahora bien, la tendencia se cortó en Paraguay, ya que la oficialista Asociación Nacional Republicana (ANR), más conocida como Partido Colorado, volvió a triunfar gracias al 42,74% de los votos obtenidos por su candidato Santiago Peña. Se da la circunstancia añadida de que los colorados vienen gobernando en Paraguay ininterrumpidamente desde los últimos 77 años, salvo entre 2008 y 2013, cuando lo hizo el obispo Fernando Lugo. Este largo período incluye los tormentosos años de la dictadura de Alfredo Stroessner ( 1954 - 1989).

¿Por qué volvió a ganar el Partido Colorado, en lo que parece una tendencia insuperable para la oposición? Una oposición que en esta oportunidad presentó un bloque bastante amplio, aunque sumamente heterogéneo, detrás de la candidatura del poco carismático Efraín Alegre, del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). ¿Ganó, como ha denunciado The New York Times, tras un escandaloso proceso de compra de votos, especialmente entre los indígenas y en el mundo rural? ¿O su victoria fue posible porque el Partido Colorado es una potente (y casi insuperable, de momento) maquinaría electoral que solo pierde cuando va desunida? Ya hubieran querido, en sus días de esplendor, el mexicano PRI o el peronismo argentino tener la implantación territorial y la red clientelar de los colorados paraguayos. Se dice que el partido tiene casi dos millones de afiliados de una población de poco más de 7.300.000 habitantes. Es una condición que se transmite de padres a hijos y un requisito decisivo para obtener un empleo público y otras prebendas de la Administración.

En Chile, los Republicanos de José Antonio Kast obtuvieron una contundente victoria, al conquistar 23 consejeros (de 51), con el 35% de los votos. Un poco más al centro, la coalición de fuerzas de derecha Unidad para Chile, compuesta por la UDI, Renovación Nacional (RN) y Evópoli, obtuvo 16 cargos, lo que otorga a este heterogéneo conglomerado no gubernamental no solo el poder de veto, sino también la capacidad de imponer un nuevo texto constitucional de acuerdo con sus intereses políticos concretos.

Junto a un conjunto de temas que han lastrado la imagen del gobierno (inseguridad ciudadana y crimen organizado, inmigración ilegal e incontrolada, violencia mapuche, más el impacto de la inflación y el magro desempeño económico), lo cierto es que la introducción del voto obligatorio junto a la práctica desaparición del centro político han modificado radicalmente el mapa electoral chileno. Nuevamente Chile espera el compromiso de sus fuerzas políticas. Un nuevo rechazo del texto constitucional, en el plebiscito de salida del próximo diciembre, sería un fracaso colectivo de una magnitud incontrolable, que afectaría incluso las opciones presidenciales de Kast en los comicios de 2025.

Las elecciones de Chile y Paraguay han vuelto a demostrar que en la política latinoamericana no se puede dar nada por seguro. Que sus ciudadanos, pese al hastío que repetidamente los invade, siguen prefiriendo sus democracias antes que las diferentes opciones disponibles y seguirán apostando por ellas. Tomar decisiones rotundas, muchas veces sin vuelta atrás, asumiendo determinados estados de opinión, en un sentido o en otro, en lugar de abogar por construir amplios consensos, es la mejor manera de comprar un billete al fracaso.