Opinión | A VUELAPLUMA

Puertas de la vida

Hay momentos en la vida en que eres consciente de que algo está cambiando. Me pasó hace una semana en el concierto de Bruce Springsteen en Barcelona.

Bruce Springsteen

Bruce Springsteen / FERRAN SENDRA

Hay momentos en la vida en que eres consciente de que algo está cambiando. Lo más habitual es darse cuenta después, mirar atrás y distribuir el recorrido vital en etapas, muy parecidas para todos, nazcas entre algodones o te toque pelear por cada suspiro. Pero hay instantes en que uno tiene la certeza de que algunas placas tectónicas se están moviendo. Me pasó el primer día de la universidad, un 23 de septiembre de hace muchos años en un trenet viejo de madera, ruidoso y cargado de sueños que la brisa de mar se llevaba. Lo supe aquella tarde eterna en que apareció ella y fue como si siempre hubiera estado ahí para descubrir que hay misterios poderosos en la vida fuera de cualquier razón. Y me pasó hace una semana en el concierto de Bruce Springsteen en Barcelona

Fue como oír el portazo a unos años de demasiado dolor para todos y fue el aldabonazo para abrir la puerta a lo que venga con algunas certezas de hombre roto sobre las espaldas. Da igual que la voz sobre el escenario venga de alguien de un mundo a miles de kilómetros de aquí. El ser humano no es de aquí ni de allá. 

Como la mujer que ahora veo salir del hospital, con lluvia en los ojos y un hijo en brazos. Es madrugada. Lo cubre con una sudadera. No es ya un bebé pero estrecha su cuerpo sobre su pecho como tantas noches, como otra crisis más. La soledad era esto, piensa en la calle desierta de taxis. 

La soledad es lo que canta un hombre viejo en un estadio con más de 55.000 almas en espera de alguna fe. La noche se cierra y se escuchan las lágrimas del superviviente único de aquella primera banda de cuando todos éramos niños. 

Como ella sabe también de soledad, ella que camina cada noche cerca del parque cubierta con un abrigo y una bolsa en cada mano. Ahí viajan los restos de un naufragio. Camina lenta pero mirando al frente, decidida a que nadie le baje la cabeza.

Springsteen ruge entre cañones de luz dejando señales para resistir y no rendirse ahora que, después de habernos dejado unos cuantos jirones de piel, estamos más seguros de que esto iba en serio. 

Como la mujer china que cada noche en la tienda desafía los horarios legales para que vosotros tengáis siempre a mano una botella de leche, un refresco o unas golosinas. De esas que los adolescentes cogen a puñados y pagan sin mirarla. Ella resiste porque sigue soñando en un buen futuro. Como casi todos. No importan el lugar ni los orígenes.

Agotados los fuegos y las fiestas, él se despide solo en el escenario con su guitarra. Es como sugerir la última verdad. Se va con un mensaje de esperanza casi susurrado en la intimidad de una vigilia: «Cuando todos nuestros veranos hayan llegado a su fin, te veré en mis sueños». 

Eso espero, como todos, seguir encontrando puertas de la vida. Seguir viajando en la estela de algún sueño justo. Porque, a veces, en estos tiempos de bipolaridad ideológica y excedentes de sectarismo, en la calle y en la noche encuentras las puertas que no ves en las tribunas.