Opinión | QATAR 2022

Polémico Mundial

Qatar es un caso emblemático del uso de los eventos deportivos para blanquear la imagen de regímenes que suspenden en derechos humanos

FIFA World Cup 2022 - Group E Germany vs Japan

FIFA World Cup 2022 - Group E Germany vs Japan / FRIEDEMANN VOGEL / EFE / EPA

El Mundial de fútbol es, junto con los Juegos Olímpicos, el acontecimiento deportivo de más proyección planetaria. Su trascendencia va más allá de la estricta competición y de sus múltiples facetas económicas. El caso de Qatar es emblemático y un ejemplo meridiano de que deporte y política no son dos universos aislados, sino que mantienen relaciones turbulentas en las que aprovechar el empuje mediático de un evento de tal magnitud se convierte en una estrategia de Estado. Al servicio de la modernización e internacionalización de un país o ciudad -como los Juegos del 92- o como instrumento de blanqueamiento de regímenes que suspenden en derechos humanos.

En 2010, la elección de la sede del Mundial de 2022 estuvo empañada de múltiples denuncias por corrupción y soborno que se materializaron en lo que la revista France Football llamó Qatargate, a partir de la noticia del encuentro entre el presidente Nicolas Sarkozy, los presidentes de la UEFA y de la FIFA y el entonces príncipe y hoy emir de Catar Tamim Hamad Al Thani. Meses después del triunfo del emirato, la organización Qatar Sports Investments adquirió un PSG que estaba en la ruina. La FIFA encargó una investigación interna sobre los presuntos sobornos que quedó en nada, lo que provocó la dimisión del redactor del informe, antiguo fiscal general de EEUU. 

"El papel de los medios es seguir los partidos de fútbol e informar de manera crítica del lado oscuro de esta cita"

Ni los déficits estructurales -estadios, hoteles, vías de comunicación- ni la necesidad de jugar el Mundial en plena temporada de competiciones nacionales por primera vez en la historia y en pleno otoño para evitar el tórrido verano del Golfo fueron hándicaps para colaborar con la maniobra propagandística del régimen de la familia Al Thani. Pero el Mundial, más que blanquear una situación deplorable en derechos humanos, libertad de expresión, explotación de los trabajadores, persecución del colectivo homosexual y discriminación de la mujer, ha puesto esa realidad ante los ojos del todo el mundo. Mal negocio. Ante esta realidad existe la opción individual y legítima de no prestar interés alguno al Mundial. Muchos seguidores es lo que harán. Otros no se sumarán a este boicot. No se les puede cargar con la responsabilidad de conseguir algo que ninguna institución deportiva o política se ha llegado a plantear. 

Se puede cuestionar también la actitud de los medios de comunicación en su cobertura de este polémico Mundial. Su papel no puede ser el de sumarse a un apagón informativo, ni tampoco el que desearía el presidente de la FIFA, Gianni Infantino: hablar solo de lo que sucede sobre el césped. Su papel es el de hacer un seguimiento de los aspectos deportivos que despiertan el interés de la audiencia y ofrecer una información crítica del lado oscuro de esta cita, sin dejarse engañar por la fachada de cartón piedra y los seguidores de las selecciones sustituidos por extras, las instalaciones mastodónticas en plena crisis ambiental o los supuestos avances aperturistas.

En resumen, cumplir con su función. Se debe aplaudir el aplastante triunfo de España en su debut y decir que Alemania perdió contra Japón pero ganó ante el mundo al denunciar la censura impuesta por la FIFA a quien lleve el brazalete LGTBI.